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viernes, 17 de junio de 2011

Tú y mi mundo -04-

Raúl acababa de salir de ducharse, con el pelo todavía mojado y sin camiseta, se dirigió a su habitación. La casa que tenían era flipante: todas las habitaciones eran enormes, los electrodomésticos eran tan modernos que parecían sacados de una película futurista, incluso le había costado aprender a manejar la ducha. Aún no le había encontrado el sentido a tantos chorritos. 
Abrió la puerta de su habitación. Cuando había llegado el primer día, ya estaba todo dispuesto: los muebles y la cama eran color madera, sin muchos adornos. La pared estaba pintada en un verde claro, tenía una televisión de plasma frente a la cama, un ordenador sobre el escritorio y un armario enorme que seguramente nunca llegara a rellenar. No había pósters ni fotos, las paredes estaban tan desnudas como cuando llegó. No había tenido mucho tiempo de decorar, pero tampoco tenía tantos recuerdos o aficiones como para empapelar toda aquella estancia.
Se estaba colocando una camiseta cuando oyó la puerta abrirse. Era Fran. La verdad es que, a pesar de tener más dinero del que cabría imaginarse, era un tipo bastante normal. Era alto, más o menos de su misma altura, tenía el pelo rizado y castaño claro, los ojos a medio camino entre el marrón y el verde. Raúl se había enterado de que jugaba al fútbol, y se le notaba en el hecho de que estaba en forma, pero tampoco  demasiado musculado. Vestía ropa de marca, aunque Raúl había pensado desde el primer momento que no era por mostrarse superior o por lucirlas, sino porque simplemente no sabía comprar de otra forma. Los hijos de esa familia habían crecido entre comodidades, y lo que para ellos era habitual, para la mayoría de la gente era impensable.
Sin embargo, era simpático. Al principio, lo había notado algo tenso. En el fondo, Raúl lo entendía. Suponía que, en su situación, él hubiese reaccionado incluso peor. Pero, para su sorpresa, no tardaron en congeniar. Era buena gente y podía echarse unas risas con él.
- ¿Qué pasa, vienes a llorar la revancha como una nenaza? – Sonrió, mientras que el otro chico hacía un gesto con la mano, quitándole importancia.
- Te dejé ganar porque era la primera vez que echábamos un Pro, así que no te flipes. – Raúl iba a dudar de su bondad, cuando él levantó una mano. – Espera, espera. Vengo a hablarte de cosas serias. – Cerró la puerta tras de sí y se plantó frente al chico, con los brazos cruzados. - ¿Cuántos años tienes?
- Diecisiete… - Le miró receloso y, con una sonrisa, añadió. – Sé que soy irresistible, pero ¿no crees que soy un poco pequeño para ti, guapetón?
- Ja, ja, ja. Eres todo chispa. – Fran chasqueó la lengua. – Esto son temas serios. Si tienes 17, entonces eres mayor que Carol. Y los hermanos mayores en esta casa tenemos que encargarnos de una serie de cosas que debes saber.
- No sé por dónde vas, tío…
- Verás, mi hermana tiene mucho éxito con los tíos.
- Bueno, ¿y a mí qué me cuentas? – Una idea pasó por su mente, y Raúl miró a Fran con una mueca extraña – Eh, eh, eh… Que yo no quiero nada con tu hermana… Dios me libre…
- ¿Qué dices? ¡Pues claro que no quieres nada con ella! Eres su hermano ahora, aunque sea a efectos legales. Y por eso tienes que protegerla.
- ¿Protegerla…? – A Raúl aquello cada vez le iba sonando peor.
- Exacto. Mira, yo hago lo que puedo, pero hace años que salí del colegio y no puedo tenerla tan controlada. No es que no quiera que esté con ningún tío – Raúl alzó las cejas, escéptico – Que no, de verdad. Lo que pasa es que siempre se le pegan los peores. Aunque no lo parezca, mi hermana es muy inocente todavía. Se las quiere dar de mujer adulta, pero es aún muy cría. Y todos los tíos somos unos lobos.
- ¿No me estarás diciendo que quieres que sea el guardaespaldas de la princesita?
- Hombre, tanto como guardaespaldas… Yo sólo quiero que le eches un ojo.
- Ni de coña. – Raúl movió las manos en señal de negación absoluta – Con el humor que se gasta la niña, seguro que no le hace falta nadie para espantar a los tíos. A mí no me líes.
Fran le señaló con un dedo acusador.
- ¡Tener a Carolina Ferrer Cendreros de hermana pequeña conlleva sus responsabilidades! – Bajó el dedo y suspiró - Ya en serio, tío. Vais a estar en la misma clase. No te pido que estés todo el día pegado a la niña, pero sí que tengas cuidado de ella. Sé que es una buena chica y me da mucho miedo que le hagan daño. Y hay mucho buitre suelto por ahí.
Fran le miraba con tanta seriedad que casi se sintió incómodo. La debilidad por su hermana era algo palpable, casi tanto como su preocupación por ella. Era un tipo de lealtad que él no había conocido hasta ahora: la de la sangre. Él tenía una relación de amistad muy fuerte con algunos de sus amigos, pero era distinto a la pasión que veía en los ojos de aquel chico. Se encogió de hombros, derrotado: después de todo, él también era un tío legal.
- Vale, vale, no me des más la brasa con el rollo telenovela. Le echaré un ojo, pero tampoco te creas que voy a estar todo el día pendiente de ella, eh.
- Claro, claro. – Fran sonrió y le tendió la mano. Se dieron un apretón. – Eres buena gente. Mi hermana es un poco caprichosa y cabezota, pero acabará por darse cuenta. No te preocupes.
- Hombre, preocuparme, preocuparme… Tampoco te creas que me quita el sueño que esté de morros. – Ambos sonrieron y Fran se dirigió a la puerta.
- Bueno, me voy, que tengo cosas que hacer. – Ya estaba casi fuera cuando se giró, con el ceño fruncido. – Ah, y nos queda una partida pendiente. No vayas a escaquearte.
- Cuando tú quieras. Siempre estoy dispuesto a patearte el culo.
- Ya veremos, ya veremos…- Y se marchó, con el eco de una risa.
Raúl salió al pasillo. La puerta de Carolina estaba entreabierta y, al pasar a su lado, vio que estaba dormida sobre la cama. Tenía el pelo rubio ceniza a medio secar, desparramado por la almohada. Los ojos, de un verde oscuro, se movían tras los párpados, quizá por un sueño intranquilo.
Ciertamente, pensó Raúl, era una chica menuda. Era bastante bajita y delgada, pero no la delgadez extrema de otras chicas de su edad, sino firme. Estaba empezando a darse cuenta de la afición de aquella familia por el deporte. Así, dormida, sin gesto de enfado y calladita, Raúl pensó que quizá su hermano no fuese tan sobreprotector: realmente parecía una niña. Tomó el pomo de la puerta y la cerró con cuidado, pensando que sí que podría ser necesario tener que cuidarla en alguna ocasión…
- ¡Raúl, cariño! Ven a probarte el uniforme del colegio. – Raúl se giró, para encontrarse a Carmen a mitad del pasillo, sosteniendo el uniforme en una percha.
El uniforme le recordaba al traje de marinerito de la primera comunión.
- Joder… - Se acercó a Carmen, como el reo al que le ofrecen el pijama de rayas.



Isa

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