Todos tenemos una historia digna de ser contada...¿Quieres conocer la mía?

sábado, 23 de octubre de 2010

Por si se te olvida...

A veces, en más días de los que parece, echo la vista atrás y me sorprendo. No me hace falta remontarme a tiempos inmemoriales, ni siquiera a más años de los que puedo contar con los dedos de una mano. Pero han pasado tantas cosas que, en ocasiones, incluso a mí misma, protagonista de la historia, me cuesta creer el cambio de guión que sufrió mi vida, el cambio de personajes, de sentido, de camino.
Porque hubo un punto de inflexión, un antes y un después, un momento demasiado oscuro. Cuando creer en la confianza pendía de un hilo demasiado fino, apareciste tú. Como un huracán, sin permiso, sin avisar, abriste puertas y ventanas de este lugar polvoriento en que se había convertido mi corazón tembloroso. Cuando ya no había remedio para el frío y la noche, desplegaste esa sonrisa tuya que se convirtió en mi sol de repuesto, con la calidez y la luz que aún me daban miedo…demasiado miedo.
Y sin saber muy bien cuándo ni cómo ni por qué, demasiado rápido e inesperado, te ganaste el todo sin haber tenido nada. Te convertiste en okupa de este corazón casi vacío, maltrecho y con demasiadas goteras. No lo arreglaste, no fuiste poniendo parches que sólo ocultaran las grietas que había detrás. Lo derrumbaste, acabaste con lo antiguo e impusiste tu toque.
Creaste unos nuevos cimientos, bien hondos, para contrarrestar esos terremotos que, quizá demasiado a menudo, me desestabilizan. Construiste unos pilares fuertes, sólidos, con una masa compacta de abrazos. Unas paredes y un techo gruesos, que aislaran del frío a mi pequeño corazón congelado. Y decoraste su interior con ilusiones, lo empapelaste de sueños compartidos y fuiste rellenando marcos con momentos vividos.
Y cuando quise darme cuenta, habías hecho un lugar habitable de ese rincón ruinoso, y hasta te habías convertido en propietaria. Ya tampoco tenía miedo.
Hasta hoy, has seguido ocupando ese pequeño hueco. No es demasiado grande, lo sé, ni lujoso, ni siquiera bonito, pero prometo cuidarlo, hacerlo cálido, una casa. Intentaré que sea el hogar al que quieras y puedas volver cuando amenace tormenta, o en el que puedas secarte si quizá alguna vez llegas a empaparte.
Aunque no sea mucho, te regalo las llaves de este lugar que un día invadiste y ahora…bueno, ahora es tuyo, espero que ya lo sepas. También quiero que sepas que no vas a estar sola, no importa si el momento es bueno o de los que a veces es mejor no recordar demasiado, siempre estará este refugio, más cerca de lo que piensas.
Sólo me queda darte las gracias por reconstruir este corazón que estaba demasiado remendado para soportar más climas intempestivos.
Ya sólo decirte…bienvenida a casa.


Isa

lunes, 4 de octubre de 2010

Carta a la persona esperada

Querida persona especial:
Hoy he salido a buscarte.
No sé tu nombre, ni siquiera conozco tu rostro, pero sé que eres tú. No me he arreglado demasiado, quiero que me veas tal y como soy, como me vas a encontrar a diario. Tampoco he usado un perfume caro ni me he escudado tras una máscara de maquillaje que me haga parecer un poco perfecta.
Te he buscado en cada persona, he mantenido miradas buscando aquélla que produzca algo único. Aún no sé qué es, pero debe ser diferente. No me importa que me hiele, que forme una revolución en mi estómago, que me transmita dulzura o un ardor apasionado… No soy exigente, sólo quiero que no haya otra que me haga sentir igual.
He escuchado las voces, algunas risas y otras menos alegres. ¿Cómo será la tuya? Quizá grave, puede que un poco aguda o que busque un punto medio. Pero estoy segura de que será con la que mejor suene mi nombre.
También me he preocupado de las sonrisas. Siempre he creído que son muy importantes. No me hace falta que sea perfecta ni deslumbrante. Sólo quiero que acompañe a la mía y que sepa ser mi sol particular en los días demasiado nublados.
He buscado esos pequeños detalles que quizá te descubrieran: un perfume, un gesto, unos ojos que sostienen mi mirada curiosa, una risa que me contagie… Pero no me han convencido. ¿Dónde te escondes?
Pero no te preocupes: no tengo prisa, ni voy a darme por vencida. Voy a seguir recorriendo este camino, haciendo el rumbo, quizá cambiándolo de vez en cuando para que no se vuelva cansado. Y como hoy, otro día cualquiera, el que menos te lo esperes, o el que menos lo espere yo, saldré sin buscarte y me toparé contigo. Quizá ese día seas tú el que me estés buscando.
Hasta pronto y para siempre, siempre tuya, incluso sin saberlo.
Isa