El fuerte frenazo hizo que Carolina se percatase de que
habían llegado a su destino. Había mantenido la frente pegada a la espalda de
Raúl. Aún demasiado avergonzada y asustada como para enfrentarse a él, se bajó
de la moto y le dio la espalda mientras se quitaba el casco. Estaba
sacudiéndose el pelo cuando el macarra la giró hacia él, visiblemente ofuscado.
- ¿A qué juegas? – El tono de Raúl era duro.
Normalmente, Caro hubiese respondido a la velocidad con la
que una bala sale del cañón de una pistola, pero se quedó ahí, esquivando su
mirada y jugueteando con el broche del casco entre sus dedos.
- Estoy empezando a cansarme de tus niñerías. Llevas días
pasando de mí como de la mierda, tratándome como si no existiera, menos que un
mueble. Y ¿hoy te presentas en uno de los sitios más chungos que podías
encontrar, justo cuando yo estoy allí? ¿No ves que llevas escrito en la cara
“No tengo ni puta idea de cómo manejar esto”?
El muchacho empezó a dar vueltas por el garaje mientras
hablaba, incapaz de mantenerse en el mismo sitio.
- ¿Qué esperabas encontrar? ¿Verme tirando como un yonki en
el suelo, con una litrona vacía al lado? ¿O traficando? – Carolina no sabía muy bien qué había pensado
hallar exactamente, pero quizá sí fuese algo así. Mientras le estaba buscando,
había visto a más de uno en esa situación en el polígono. La gente consumía
cocaína y porros de forma abierta, sin que nadie se viese sorprendido siquiera
ante esa actitud. – Pues te equivocas. No me vas a ver en la vida así. Jamás he
probado esa mierda y no lo voy a hacer. Tengo mis motivos.
De pronto, se paró en seco y miró directamente a Carol, con
una expresión indescifrable.
- Te has propuesto amargarme la vida, y no sé por qué. ¿Qué
te he hecho? ¡¿Tan malo es que intente ser feliz por una puta vez?! – Carol se
encogió ante la crudeza y el volumen de su voz. Raúl también debió notarlo,
porque relajó la tensión en los hombros y su mirada pareció rendirse, como un globo
que se desinfla. – Da igual. Nunca podrías entender lo que esto significa para
mí. Nadie podría hacerlo. – El vacío, el cansancio y el desánimo en su voz fue
mucho peor que su enfado. El muchacho posó sobre ella una última mirada agotada
antes de marcharse, casi decepcionada. Y Caro se sintió la peor persona del
mundo.
Carolina se dirigió a su habitación arrastrando los pies. No
se había parado a pensar realmente en el pasado que podía tener el macarra, el
verdadero motivo que había impulsado a su madre a aceptarle como un hijo más.
El enfado por no haber formado parte de la decisión de la adopción había hecho
que el primer objetivo de Caro fuese echarle de su casa a toda costa, dejando
en el olvido lo que podía haber en el fondo de todo ese asunto. Y, ahora, la
culpa la reconcomía.
Al llegar a su dormitorio, se sentó en la cama. Revisó el
móvil, en el que tenía varios mensajes en WhatsApp. Nada fuera de lo habitual:
Borja, Patri, un par de compañeros de clase y… Tuvo que pasar varias veces la
mirada sobre el nombre del contacto antes de creerlo.
Chema.
Abrió rápidamente la conversación, con el corazón latiéndole
desbocado contra las costillas. Leyó con avidez las líneas escritas sobre el
estampado de flores que usaba como fondo de pantalla.
“Hola. ¿Qué tal todo?
He intentado buscarte desde lo de la fiesta, pero he notado que me esquivas. No
sabía muy bien cómo dirigirme a ti, ni qué decirte. Supongo que para ti también
será una situación incómoda: lo de Marta (la chica con la que me viste en la
fiesta), el asunto de mi amigo (el que se puso pesado contigo), lo de tu
hermanastro…
Sí, ya he oído por ahí
que es tu hermanastro, o algo parecido. ¿De verdad tu madre le ha adoptado? Me
chocó bastante cuando me enteré.
Pero… No puedo seguir
así contigo. Me duele tu indiferencia y no verte. No me he dado cuenta de lo
importante que eres para mí hasta que no te has ido. Nunca me había percatado
de lo cerca que siempre has estado de mí.
Quizá deberíamos
quedar, hablar, explicártelo todo, arreglar las cosas… Sólo si tú quieres.
Un beso, preciosa.”
Releyó tres veces el texto antes de poder asimilar su
contenido. Carol sentía cómo la cabeza le daba vueltas. ¿Se le estaba
declarando? ¿No era ese momento el que llevaba esperando toda su vida? Sin
embargo, estaba tan abrumada por todos los acontecimientos de esa noche que no
era capaz de entender con claridad lo que estaba sucediendo.
- ¿Por qué todo me va a pasar a mí hoy? – Tiró el móvil
sobre la almohada y se dejó caer hacia atrás, intentando poner sus pensamientos
en orden.
Como era de esperar, pasó la noche en blanco. La mente le
trabajaba a una velocidad vertiginosa. El tema Raúl y el tema Chema rivalizaban
en su cabeza para ocupar el mayor espacio de tiempo.
No había sido capaz de contestar a Chema, ni de cruzar el
pasillo para hablar con Raúl. Sólo quería taparse con el edredón y esconderse
ahí del mundo hasta que todo se solucionase.
Pero el sol salió como cualquier otro día, y pudo escuchar
con claridad cómo se iban despertando cada uno de los miembros de su familia.
Pudo oír el correteo de las patas de Tyson cuando le abrieron la puerta, como
cada mañana, para que entrara. Prorrogó el levantarse todo el tiempo que pudo,
pero no le quedó más remedio que empezar el día cuando su madre le recordó que
era su obligación el sacar a Tyson los sábados por la mañana.
Se puso unas mallas deportivas y una camiseta, sin prisa.
Desayunó un plátano mientras se terminaba de preparar y fue a dar su paseo en
bicicleta con Tyson, que saltaba impaciente a su alrededor. No vio a Raúl antes
de marcharse, pero tampoco era raro que se le pegasen las sábanas.
Ni siquiera los considerables kilómetros que recorrió esa
mañana le sirvieron para despejar la mente. El exceso de ejercicio le pasó
factura a modo de dolor en las piernas.
Escuchó risas cuando se encaminaba al salón. Al entrar, se
encontró a Raúl jugando a la PS3 con su amigo macarra de la noche anterior. El
chico la miró de arriba abajo y le dio un codazo a Raúl.
- La barbie deportista a tamaño real. – Ambos chicos se
echaron a reír y ella chasqueó la lengua, molesta.
- Muy gracioso.
El chico se levantó y se fue hacia Carol, con una amplia
sonrisa.
- Nos hemos visto ya unas pocas de veces y todavía no nos
han presentado. Cómo racanean en educación algunos – Dijo mirando directamente
a Raúl. El chico hizo una exageradísima reverencia ante el gesto incrédulo de
la muchacha. – Pero bueno, a la tercera va la vencida. Me llamo Óscar, también conocido
como El Mani. Para servirla, señorita. – Cuando Carol se aseguró de que no se
estaba riendo de ella, sino que era su forma de ser, contempló el contestarle.
- Carolina. Encantada. – Raúl les observaba desde el sofá,
comiendo Cheetos Pelotazos de un bol. Carol intentó ser simpática para aliviar
su culpa del episodio del día anterior. Sonrió a Óscar. – ¿Y eso de Mani…?
- Ah, claro. Tiene su historia. Yo siempre he sido un
buscavidas, desde bien pequeño. He hecho chapuzas de todo tipo, me he metido en
todos los trabajillos que he podido y me han dejado. Lo mismo para un roto que
para un descosido, que diría mi hermana. Mis colegas me decían siempre: “Illo,
de todo sabes, eres un manitas”. Y, de manitas, vino Mani, y con eso me quedé.
- Ah… Qué curioso. – “Estos canis sacan motes de cualquier
cosa”, pensó Caro, pero fingió un interés bastante convincente.
- Bueno, señorita, si me disculpa, voy a seguir ganando a
este jovenzuelo. – Y volvió a sentarse en el sofá, armándose del mando y
quitando el estado de “Pausa” del juego sin avisar a Raúl, que protestó con una
palabra un tanto malsonante.
- ¡Eres más rastrero…! – Y se enfrascaron de nuevo en el
Pro, como si no hubiese nada más en el mundo. Carolina los observó un instante.
Había un sutil cambio en la forma en que la había tratado Raúl. Bueno,
realmente, el cambio es que no había habido trato. Casi la había ignorado. En
esa semana en que Caro no le había prestado atención, él había intentado
ganarla. Y ahora, después de hacerla sentir fatal la noche anterior, ¿era él
quien no le hacía el más mínimo caso?
Intentó quitarse de la cabeza por un rato el asunto del
macarra mientras se daba una ducha. Ya era hora de pensar en una buena
respuesta para Chema. Cada vez que recordaba sus palabras, le revoloteaban
mariposas en el estómago y se le encendían las mejillas. Pero no podía
contestarle nada hasta que no hablase con sus mejores consejeros: Patri y
Borja. Así que, por mucho que eso supusiese un esfuerzo sobrenatural para sus
nervios, esperaría a verlos el lunes y contarles todo con detalles.
Estaba entrando a su habitación, secándose el cabello con
una toalla, cuando no pudo evitar gritar. Óscar estaba en su habitación,
mirando las fotos que tenía colgadas en las paredes. Éste también se sobresaltó
al escucharla gritar.
- ¡Válgame el Señor! Casi me matas de un infarto, niña.
- ¿Se puede saber qué haces en mi cuarto?
- Pues esperándote, ¿qué voy a hacer si no? – El chico se
sentó en su cama, con toda la libertad del mundo, y le dio un par de palmaditas
a su lado, invitándola a sentarse. Todo un detalle. – Venga, mujer, que El Tole
ha ido a por algo de beber pero no va a tardar todo el día. – Caro tomó aire y
se armó de paciencia, sentándose a su lado.
- ¿Y bien…?
- Quería preguntarte cómo te llevas con mi colega. – Carol alzó
una ceja.
- ¿A qué viene esa pregunta?
- Bueno, sois muy distintos,
como la noche y el día. No estoy yo seguro de que hagáis buenas migas… -
La muchacha se encogió de hombros.
- Es un extraño para mí. No hay más.
- Pues yo creo que él te tiene aprecio.
- Bueno, yo no estaría tan segura…
- Que sí, mujer, que yo le conozco desde que éramos así. –
Óscar hizo un gesto con la palma de la mano, señalando una altura de un metro
aproximadamente. – Nadie sabe mejor que yo cómo es él. – A Carol le brilló una
idea en la mente.
- ¿Sí? Vaya… ¿Cómo os conocisteis? – El chico pareció
valorar el interés y se aclaró la garganta, como quien va a narrar un gran
relato.
- Yo vivía cerca del orfanato donde se crió Raúl, donde le
conoció tu madre, vaya. Un día, tres niños intentaron robarme la pelota con la
que estaba jugando. Raúl apareció de la nada, era la primera vez que le veía,
pero me ayudó a proteger la pelota. Acabamos llenos de palos, moratones y con
la pelota pinchada. Ese día perdí la única pelota que tenía, pero gané un amigo
para toda la vida. – El muchacho sonrió ampliamente. – ¿A que me ha quedado
bien? Lo oí en la tele y estaba deseando soltarlo.
Carol no pudo menos que reír ante la forma en que le había
quitado toda la emoción a la escena.
- Bueno, pues me dijo que se llamaba Raúl, pero que le podía
decir Tole. No sé de dónde viene el mote, pero siempre le he dicho así. Y desde
entonces somos inseparables, siempre vamos el uno con el otro, como hermanos. A
pesar de eso, nunca me ha contado nada de su vida antes de entrar en el
orfanato. Sé que sus padres no eran muy de fiar, por lo que he oído, pero él
sólo dice que no se acuerda de nada. Tendría unos 5 años cuando llegó, así que
puede ser que no se acuerde, pero yo creo que sí. Pero debe ser algo muy malo
para que no lo quiera contar, ni siquiera a mí…
Carol asintió, dándole vueltas a la información que acababa
de recibir. Iba a empezar una ronda de preguntas cuando tocaron a su puerta,
que estaba abierta.
- ¿Interrumpo? – Era Raúl, que les miraba desde el quicio de
la puerta, con una bolsa llena de bebidas en la mano.
Isa