Todos tenemos una historia digna de ser contada...¿Quieres conocer la mía?

lunes, 18 de junio de 2012

Tú y mundo -14-


El fuerte frenazo hizo que Carolina se percatase de que habían llegado a su destino. Había mantenido la frente pegada a la espalda de Raúl. Aún demasiado avergonzada y asustada como para enfrentarse a él, se bajó de la moto y le dio la espalda mientras se quitaba el casco. Estaba sacudiéndose el pelo cuando el macarra la giró hacia él, visiblemente ofuscado.
- ¿A qué juegas? – El tono de Raúl era duro.
Normalmente, Caro hubiese respondido a la velocidad con la que una bala sale del cañón de una pistola, pero se quedó ahí, esquivando su mirada y jugueteando con el broche del casco entre sus dedos.
- Estoy empezando a cansarme de tus niñerías. Llevas días pasando de mí como de la mierda, tratándome como si no existiera, menos que un mueble. Y ¿hoy te presentas en uno de los sitios más chungos que podías encontrar, justo cuando yo estoy allí? ¿No ves que llevas escrito en la cara “No tengo ni puta idea de cómo manejar esto”?
El muchacho empezó a dar vueltas por el garaje mientras hablaba, incapaz de mantenerse en el mismo sitio.
- ¿Qué esperabas encontrar? ¿Verme tirando como un yonki en el suelo, con una litrona vacía al lado? ¿O traficando?  – Carolina no sabía muy bien qué había pensado hallar exactamente, pero quizá sí fuese algo así. Mientras le estaba buscando, había visto a más de uno en esa situación en el polígono. La gente consumía cocaína y porros de forma abierta, sin que nadie se viese sorprendido siquiera ante esa actitud. – Pues te equivocas. No me vas a ver en la vida así. Jamás he probado esa mierda y no lo voy a hacer. Tengo mis motivos.
De pronto, se paró en seco y miró directamente a Carol, con una expresión indescifrable.
- Te has propuesto amargarme la vida, y no sé por qué. ¿Qué te he hecho? ¡¿Tan malo es que intente ser feliz por una puta vez?! – Carol se encogió ante la crudeza y el volumen de su voz. Raúl también debió notarlo, porque relajó la tensión en los hombros y su mirada pareció rendirse, como un globo que se desinfla. – Da igual. Nunca podrías entender lo que esto significa para mí. Nadie podría hacerlo. – El vacío, el cansancio y el desánimo en su voz fue mucho peor que su enfado. El muchacho posó sobre ella una última mirada agotada antes de marcharse, casi decepcionada. Y Caro se sintió la peor persona del mundo.
Carolina se dirigió a su habitación arrastrando los pies. No se había parado a pensar realmente en el pasado que podía tener el macarra, el verdadero motivo que había impulsado a su madre a aceptarle como un hijo más. El enfado por no haber formado parte de la decisión de la adopción había hecho que el primer objetivo de Caro fuese echarle de su casa a toda costa, dejando en el olvido lo que podía haber en el fondo de todo ese asunto. Y, ahora, la culpa la reconcomía.
Al llegar a su dormitorio, se sentó en la cama. Revisó el móvil, en el que tenía varios mensajes en WhatsApp. Nada fuera de lo habitual: Borja, Patri, un par de compañeros de clase y… Tuvo que pasar varias veces la mirada sobre el nombre del contacto antes de creerlo.
Chema.
Abrió rápidamente la conversación, con el corazón latiéndole desbocado contra las costillas. Leyó con avidez las líneas escritas sobre el estampado de flores que usaba como fondo de pantalla.
Hola. ¿Qué tal todo? He intentado buscarte desde lo de la fiesta, pero he notado que me esquivas. No sabía muy bien cómo dirigirme a ti, ni qué decirte. Supongo que para ti también será una situación incómoda: lo de Marta (la chica con la que me viste en la fiesta), el asunto de mi amigo (el que se puso pesado contigo), lo de tu hermanastro…
Sí, ya he oído por ahí que es tu hermanastro, o algo parecido. ¿De verdad tu madre le ha adoptado? Me chocó bastante cuando me enteré.
Pero… No puedo seguir así contigo. Me duele tu indiferencia y no verte. No me he dado cuenta de lo importante que eres para mí hasta que no te has ido. Nunca me había percatado de lo cerca que siempre has estado de mí.
Quizá deberíamos quedar, hablar, explicártelo todo, arreglar las cosas… Sólo si tú quieres.
Un beso, preciosa.”
Releyó tres veces el texto antes de poder asimilar su contenido. Carol sentía cómo la cabeza le daba vueltas. ¿Se le estaba declarando? ¿No era ese momento el que llevaba esperando toda su vida? Sin embargo, estaba tan abrumada por todos los acontecimientos de esa noche que no era capaz de entender con claridad lo que estaba sucediendo.
- ¿Por qué todo me va a pasar a mí hoy? – Tiró el móvil sobre la almohada y se dejó caer hacia atrás, intentando poner sus pensamientos en orden.
Como era de esperar, pasó la noche en blanco. La mente le trabajaba a una velocidad vertiginosa. El tema Raúl y el tema Chema rivalizaban en su cabeza para ocupar el mayor espacio de tiempo.
No había sido capaz de contestar a Chema, ni de cruzar el pasillo para hablar con Raúl. Sólo quería taparse con el edredón y esconderse ahí del mundo hasta que todo se solucionase.
Pero el sol salió como cualquier otro día, y pudo escuchar con claridad cómo se iban despertando cada uno de los miembros de su familia. Pudo oír el correteo de las patas de Tyson cuando le abrieron la puerta, como cada mañana, para que entrara. Prorrogó el levantarse todo el tiempo que pudo, pero no le quedó más remedio que empezar el día cuando su madre le recordó que era su obligación el sacar a Tyson los sábados por la mañana.
Se puso unas mallas deportivas y una camiseta, sin prisa. Desayunó un plátano mientras se terminaba de preparar y fue a dar su paseo en bicicleta con Tyson, que saltaba impaciente a su alrededor. No vio a Raúl antes de marcharse, pero tampoco era raro que se le pegasen las sábanas.
Ni siquiera los considerables kilómetros que recorrió esa mañana le sirvieron para despejar la mente. El exceso de ejercicio le pasó factura a modo de dolor en las piernas.
Escuchó risas cuando se encaminaba al salón. Al entrar, se encontró a Raúl jugando a la PS3 con su amigo macarra de la noche anterior. El chico la miró de arriba abajo y le dio un codazo a Raúl.
- La barbie deportista a tamaño real. – Ambos chicos se echaron a reír y ella chasqueó la lengua, molesta.
- Muy gracioso.
El chico se levantó y se fue hacia Carol, con una amplia sonrisa.
- Nos hemos visto ya unas pocas de veces y todavía no nos han presentado. Cómo racanean en educación algunos – Dijo mirando directamente a Raúl. El chico hizo una exageradísima reverencia ante el gesto incrédulo de la muchacha. – Pero bueno, a la tercera va la vencida. Me llamo Óscar, también conocido como El Mani. Para servirla, señorita. – Cuando Carol se aseguró de que no se estaba riendo de ella, sino que era su forma de ser, contempló el contestarle.
- Carolina. Encantada. – Raúl les observaba desde el sofá, comiendo Cheetos Pelotazos de un bol. Carol intentó ser simpática para aliviar su culpa del episodio del día anterior. Sonrió a Óscar. – ¿Y eso de Mani…?
- Ah, claro. Tiene su historia. Yo siempre he sido un buscavidas, desde bien pequeño. He hecho chapuzas de todo tipo, me he metido en todos los trabajillos que he podido y me han dejado. Lo mismo para un roto que para un descosido, que diría mi hermana. Mis colegas me decían siempre: “Illo, de todo sabes, eres un manitas”. Y, de manitas, vino Mani, y con eso me quedé.
- Ah… Qué curioso. – “Estos canis sacan motes de cualquier cosa”, pensó Caro, pero fingió un interés bastante convincente.
- Bueno, señorita, si me disculpa, voy a seguir ganando a este jovenzuelo. – Y volvió a sentarse en el sofá, armándose del mando y quitando el estado de “Pausa” del juego sin avisar a Raúl, que protestó con una palabra un tanto malsonante.
- ¡Eres más rastrero…! – Y se enfrascaron de nuevo en el Pro, como si no hubiese nada más en el mundo. Carolina los observó un instante. Había un sutil cambio en la forma en que la había tratado Raúl. Bueno, realmente, el cambio es que no había habido trato. Casi la había ignorado. En esa semana en que Caro no le había prestado atención, él había intentado ganarla. Y ahora, después de hacerla sentir fatal la noche anterior, ¿era él quien no le hacía el más mínimo caso?
Intentó quitarse de la cabeza por un rato el asunto del macarra mientras se daba una ducha. Ya era hora de pensar en una buena respuesta para Chema. Cada vez que recordaba sus palabras, le revoloteaban mariposas en el estómago y se le encendían las mejillas. Pero no podía contestarle nada hasta que no hablase con sus mejores consejeros: Patri y Borja. Así que, por mucho que eso supusiese un esfuerzo sobrenatural para sus nervios, esperaría a verlos el lunes y contarles todo con detalles.
Estaba entrando a su habitación, secándose el cabello con una toalla, cuando no pudo evitar gritar. Óscar estaba en su habitación, mirando las fotos que tenía colgadas en las paredes. Éste también se sobresaltó al escucharla gritar.
- ¡Válgame el Señor! Casi me matas de un infarto, niña.
- ¿Se puede saber qué haces en mi cuarto?
- Pues esperándote, ¿qué voy a hacer si no? – El chico se sentó en su cama, con toda la libertad del mundo, y le dio un par de palmaditas a su lado, invitándola a sentarse. Todo un detalle. – Venga, mujer, que El Tole ha ido a por algo de beber pero no va a tardar todo el día. – Caro tomó aire y se armó de paciencia, sentándose a su lado.
- ¿Y bien…?
- Quería preguntarte cómo te llevas con mi colega. – Carol alzó una ceja.
- ¿A qué viene esa pregunta?
- Bueno, sois muy distintos,  como la noche y el día. No estoy yo seguro de que hagáis buenas migas… - La muchacha se encogió de hombros.
- Es un extraño para mí. No hay más.
- Pues yo creo que él te tiene aprecio.
- Bueno, yo no estaría tan segura…
- Que sí, mujer, que yo le conozco desde que éramos así. – Óscar hizo un gesto con la palma de la mano, señalando una altura de un metro aproximadamente. – Nadie sabe mejor que yo cómo es él. – A Carol le brilló una idea en la mente.
- ¿Sí? Vaya… ¿Cómo os conocisteis? – El chico pareció valorar el interés y se aclaró la garganta, como quien va a narrar un gran relato.
- Yo vivía cerca del orfanato donde se crió Raúl, donde le conoció tu madre, vaya. Un día, tres niños intentaron robarme la pelota con la que estaba jugando. Raúl apareció de la nada, era la primera vez que le veía, pero me ayudó a proteger la pelota. Acabamos llenos de palos, moratones y con la pelota pinchada. Ese día perdí la única pelota que tenía, pero gané un amigo para toda la vida. – El muchacho sonrió ampliamente. – ¿A que me ha quedado bien? Lo oí en la tele y estaba deseando soltarlo.
Carol no pudo menos que reír ante la forma en que le había quitado toda la emoción a la escena.
- Bueno, pues me dijo que se llamaba Raúl, pero que le podía decir Tole. No sé de dónde viene el mote, pero siempre le he dicho así. Y desde entonces somos inseparables, siempre vamos el uno con el otro, como hermanos. A pesar de eso, nunca me ha contado nada de su vida antes de entrar en el orfanato. Sé que sus padres no eran muy de fiar, por lo que he oído, pero él sólo dice que no se acuerda de nada. Tendría unos 5 años cuando llegó, así que puede ser que no se acuerde, pero yo creo que sí. Pero debe ser algo muy malo para que no lo quiera contar, ni siquiera a mí…
Carol asintió, dándole vueltas a la información que acababa de recibir. Iba a empezar una ronda de preguntas cuando tocaron a su puerta, que estaba abierta.
- ¿Interrumpo? – Era Raúl, que les miraba desde el quicio de la puerta, con una bolsa llena de bebidas en la mano.



Isa

martes, 12 de junio de 2012

Tú y mi mundo -13-


Carol había pasado la semana evitando a Raúl, mientras maquinaba su plan. Patri había investigado en el tuenti de Raúl los sitios que solía frecuentar, y había descubierto que ese viernes iba a ir a un polígono industrial. Por supuesto, Carolina había oído hablar de él: una gran explanada donde el ayuntamiento había permitido a la gente del estilo de Raúl reunirse para beber y no molestar al resto del mundo. Además, cerca de allí estaban el tipo de discotecas donde no era aconsejable ir si querías volver de una pieza. Nada bueno se podía hacer allí, y eso era lo que Caro quería demostrarle a su madre: esas cosas que el macarra seguramente había obviado.
Se había asegurado de insistir a Patri en que no le mencionase ni lo más mínimo a Borja. Le conocía lo suficientemente bien como para saber que se opondría a que ellas se metieran “en la boca del lobo” y le volvería a repetir aquello que tantas veces le había dicho sobre confiar en el criterio de su madre… Era mejor que él sólo viese los resultados. Aunque Borja había notado que algo le ocultaban. Patri no era precisamente la persona más adecuada para mantener algo importante en secreto, y más si se trataba de Borja o de ella. El chico había intentado averiguar qué se traían entre manos, pero Carol consiguió que no las descubriese.
Por otro lado, estaba Chema. Se lo había encontrado el lunes en el pasillo y ambos se habían mirado un momento, visiblemente incómodos. Para su horror, Caro había visto una marca en su cuello, la huella de una pasión excesiva. Había huido, casi de forma literal, para que no viera las lágrimas que había aflorado a sus ojos. Desde entonces, había procurado no cruzárselo, mientras curaba su corazón de esas heridas tan habituales ya.
Patri la arrastró aparte a la salida de clases el viernes, emocionada ante el plan que se avecinaba esa noche. Carol la observó con las cejas alzadas, mientras su amiga miraba a los lados en busca de intrusos, al más puro estilo de las películas de espías americanas.
- Venga, Patri, me tengo que ir. ¿Qué quieres?
- ¡Tenemos que planear lo de esta tarde! ¿Te pasas por mi casa a las 9? Debemos vestirnos de una forma que no llamemos la atención entre ellos.
- Sí, tienes razón. Nada de marcas ni cosas por el estilo. Lo mejor es pasar desapercibidas. Llegar, ver lo que tenemos que ver, echar un par de fotos y volver lo antes posible.
- Claro. Debemos vestir como ellos, hablar como ellos, pensar como uno de ellos… - Carol no pudo más que echarse a reír al ver la seriedad en sus palabras. Le dio una palmadita cariñosa en el hombro mientras se alejaba.
- ¡Luego nos vemos, ángel de Charlie!
Raúl la esperaba, apoyado en la moto, con la mirada fija en ninguna parte. Carolina tomó aire y se acercó a él, siguiendo la rutina que estaba empezando a suponer el no prestarle atención.

Raúl estaba en su habitación, tumbado en la cama, mirando hacia el techo. Llevaba una mala semana. Y, por más que le molestase admitirlo, la culpa la tenía la princesita. Le evitaba, zanjaba las conversaciones que él intentaba entablar con ella antes siquiera de que pudiesen llamarse como tal… Incluso las clases particulares con ella se limitaban única y exclusivamente a contenido académico. No había una sola palabra fuera de las de los libros de texto.
Y él, el chico fuerte, despreocupado, pasota… Se sentía inquieto. No podía acostumbrarse a esa situación. Algo en él no quería ese tipo de relación con ella, le molestaba sobremanera la frialdad que demostraba hacia él. Prefería que la tratase de la forma infantil y gruñona de antes, pero ese silencio se le hacía insoportable.
Suspiró y se tapó los ojos con el antebrazo. No le gustaba el nerviosismo que le estaba causando la chica. Apretó fuerte los ojos contra la piel de la muñeca, como si con ese gesto pudiese borrar todas las preocupaciones de su mente.


Carolina estaba tocando el timbre de la casa de Patri a las 21.03. La interina ecuatoriana que tenía la familia de Patri le abrió la puerta y le sonrió amablemente.
- Hola, Davinia. ¿Está Patri arriba?
- Sí, señorita. La espera en su dormitorio. – Por más que había intentado hacer que la mujer la tutease, no lo había conseguido. Se había rendido cuando Patri le había dicho que ni siquiera ella, en todo el tiempo que llevaba con ellos, había sido capaz de hacerla cambiar de opinión en ese aspecto.
Subió las escaleras hacia la habitación de Patri. Se movía con fluidez por la casa: había estado demasiadas veces allí como para necesitar que la guiasen. La puerta del cuarto de la muchacha estaba entreabierta, por lo que la empujó, sin avisar su entrada. Y casi tuvo que taparse la boca para evitar gritar ante lo que encontró…
- Pero… Pero… - No le salían las palabras adecuadas. Aunque quizá no hubiese palabras adecuadas. Patri se dio una vuelta frente a ella, para que admirase su obra.
- Bueno, ¿qué te parece? – Carolina no tenía ni idea de dónde había encontrado aquellas prendas. Patri vestía unos leggins con estampado de leopardo, una camiseta rosa fucsia atada al cuello con la espalda al descubierto, y unos tacones imposibles de colores que dañaban a la visión. En cuanto al maquillaje…
- Tía, ¿te has maquillado con la escopeta de Homer? – Carol no sabía si enfadarse o echarse a reír. La verdad era que Patri estaba tan ridícula… Optó por tomárselo con humor. – Menuda manera de no llamar la atención, cariño. – Negó con la cabeza y la empujó hacia el baño – Anda, quítate la mano de pintura que te has dado en la cara mientras yo te busco algo decente y discreto – Remarcó la última palabra con sarcasmo – en el armario. – La chica aceptó a regañadientes.
Un rato después, ambas chicas estaban listas, enfundadas en vaqueros, camisetas sencillas y zapatos planos. “Por si hay que hacer una escapada rápida” pensó Caro, aunque no lo dijo en voz alta, por no asustar a su amiga. Tampoco tenía por qué pasar nada… ¿Verdad?
- Esto… - Comenzó Patri, mientras Carol ya se dirigía hacia la puerta del dormitorio. – Verás, Carol… ¿Te acuerdas de aquel día en que fui de compras y me pasé un pelín del presupuesto? – Claro que Carolina se acordaba. Ella le había aconsejado que  no derrochase tanto, pero Patri le había asegurado que sus padres no se pararían a investigar un pago con tarjeta de 478€ en una de las tiendas de ropa más exclusivas de la ciudad… - Pues parece ser que a mis padres sí les ha picado la curiosidad. Y estoy un poquito castigada.
- ¡Patri! – La muchacha le sonrió, culpable, pero habló antes de que Caro pudiese protestar.
- Pero, tranquila, Davi no se dará cuenta de que no estamos. Le he dicho que íbamos a estudiar, así que no vendrá a molestar, y mis padres están fuera por trabajo. Sólo tenemos que salir sin que se dé cuenta.
- Genial. Deberías hacerme caso más a menudo. – Patri le echó un brazo por los hombros y dibujó una enorme sonrisa en su rostro.
- Pero si te encanta que le ponga un poco de picante a tus días, no lo disimules. – Y, en contra de su voluntad, Carolina notó que la sonrisa de su amiga se le contagiaba.
Efectivamente, salieron sin muchos problemas. Davinia estaba planchando en el salón, con el mp3 puesto. Las chicas se escabulleron sigilosamente cuando ya el taxi las esperaba en la puerta.
Estaban llegando al polígono cuando el móvil de Patri sonó con una canción de Maldita Nerea. Incluso Carol pudo oír los gritos de la madre de su amiga al otro lado del teléfono mientras la faz de la chica palidecía. Cuando colgó, Patri miró a Carol mientras se mordía el labio. Ésta negó con la cabeza, mientras levantaba una mano, evitando que la chica comenzase a hablar.
- Está bien. Sé lo que me vas a decir. Te han pillado y tienes que volver a casa o puedo ir buscando ropa oscura para el entierro de mi mejor amiga, ¿verdad?
- Carol, lo siento, en serio… Dijeron que no volverían hasta mañana… - Patri la miraba angustiada, por el hecho de dejarla sola, aunque también por la aventura perdida. Carolina le apretó la mano, sonriéndole.
- Está bien, iré sola. No te preocupes. No estaré allí más de 15 minutos, lo justo para hacer una foto o dos. – El taxista llegó a su destino y se paró a un lado de la desolada calle. Caro bajó del coche y Patri asomó la cabeza por la ventanilla.
- ¿Estás segura de que estarás bien? ¿No deberías llamar a Borja para que te acompañase?
- De verdad, no me va a pasar nada. Y ni se te ocurra decirle nada a Borja, que ya sabes lo pesado que se pone. Pero que sepas que me debes un helado bien grande por dejarme tirada. – Patri sonrió levemente. Carol se despidió de la muchacha con un gesto de la mano y echó a andar hacia el lugar desde donde provenía una fuerte música.
Conforme iba acercándose a la explanada, más iban aumentando los decibelios. Carol hizo una mueca de desagrado, no sólo por la música. Era un sitio enorme, como una discoteca improvisada al aire libre, donde la música (por llamarla de alguna forma) provenía de los equipos de música colocados en los maleteros de los coches. Las canciones se entremezclaban de un vehículo a otro, provocando un caos sonoro que la chica no entendía cómo podían aguantar los allí presentes. Las pintas de la gente reunida en aquel lugar era la esperada: muy similar a la de Raúl. Ese tipo de gente que, si te cruzases por la calle, te cambiarías de acera. La multitud bebía, apoyada en los coches, en las motos o haciendo algo parecido a bailar. También había grupos en mesas de camping apostando a juegos de mesa. Otros, habían sacado de paseo a sus “animalitos”: pitbulls, bull terriers, stafforshires, dogos argentinos, bulldogs… Las razas de perros más peligrosas se habían reunido allí. Sí, Tyson quizá no fuese un chihuahua, pero en sus ojos no brillaba el ansia de matar que había en los de aquellos animales, atados con firmes cadenas de metal. Se estremeció sólo de pensar lo que podía ocurrir si alguno se escapase…
Sacudió la cabeza y se centró en su objetivo: encontrar a Raúl. Barrió la zona con la mirada. Era demasiado extensa y había muchas personas como para localizarle sin adentrarse más. Se abrochó un poco más la chaqueta de cuero marrón y comenzó a andar. Miraba los rostros de los chicos fugazmente, para no llamar su atención, pero no encontraba el que buscaba. Estaba empezando a ponerse nerviosa cuando un pesado brazo se dejó caer sobre sus hombros.
- Ey, guapa. ¿Qué haces por aquí tan solita? – Era un hombre algo mayor que la mayoría de los que estaban allí. Quizá rondara los 30, corpulento y con una cerveza casi acabada en la mano que, por el gesto bobalicón que presentaba, no debía de ser la primera. Carol se sacudió el brazo de encima con brusquedad y siguió andando.
- ¿No deberías ser más simpática con mi amigo? – Esta vez era un muchacho más joven el que se interponía en su camino. Vestía un chándal desgastado con una mala imitación del logotipo de Adidas. La chica intentó bordearle, pero ambos se lo impidieron. Al grupo se unió otro tercer acompañante, con un vaso de algo que parecía whisky en la mano. Carolina estaba empezando a asustarse y, sin darse cuenta, su boca fue más rápida que su mente.
- ¿Te vas a quitar de en medio o piensas seguir molestando mucho más rato? – Se mordió el labio nada más terminar de hablar. Un “debería haberme callado” se repetía en su mente al ver las expresiones divertidas de los tres tipos.
- Ay, qué boquita. ¿No sabes que las niñas buenas no deben venir a sitios como estos tan solitas? Nosotros sólo queremos hacerte compañía… - Caro recorrió el lugar con la mirada, a punto de entrar en pánico, cuando se dio cuenta de que estaba rodeada por aquellos tres desconocidos.


Raúl estaba apoyado en su Kawasaki Ninja, viendo divertido cómo el Mani y su novia discutían.
- ¡Jessi, tía, no me ralles!
- Todo el día me tienes aquí metida o dando tumbos en la moto. ¿Y ahora quieres que me tire toda la tarde de un sábado viendo fútbol? ¡Me tienes harta!
- Pero si el fútbol es cultura… Mira que yo lo hago por ti. ¿A que sí, Tole? – El chico miró a Raúl, que levantó ambas manos en gesto de rendición.
- Nunca te metas en peleas donde participen mujeres. Siempre salen ganando y tú, escaldado.
- ¡Calzonazos! – Estaban compartiendo risas cuando vio a una chica rubia de espaldas caminar con la cabeza agachada. “Buen culo”, pensó. Pudo ver cómo la muchacha en cuestión también llamaba la atención de un grupo de tres tíos. Los conocía: eran unos babosos que tenían las manos largas cuando llevaban un par de copas en el cuerpo. Observó cómo se dirigían hacia ella y ésta intentaba quitárselos de encima, aunque sólo consiguió que la rodearan. Raúl no solía meterse en problemas ajenos, pero ese tipo de cosas le molestaban. La rubia movió la cabeza hacia los lados, en busca de ayuda, y entonces pudo ver su rostro. Saltó como un resorte al reconocerla y, antes de pensarlo siquiera, estaba caminando en su dirección, mientras Óscar le llamaba a su espalda sin resultado.


- Venga, que te acompañamos a casa. No vaya a ser que te pase algo por el camino.
- Dejadme en paz… - Carol se horrorizó al escuchar cómo le fallaba la voz, y los otros también debieron notarlo, pues se aproximaron a ella. Uno incluso la tomó por la muñeca con muy poco tacto.
- No te hagas la difícil, que todos sabemos lo que viene buscando una tía sola a este sitio. – Carolina se revolvió y estaba a punto de gritar en busca de auxilio cuando otra mano, aparecida de la nada, soltó el agarre del desconocido.
- Es una pena que lo que viniera buscando es a mí. – Una oleada de alivio inundó a Carolina al reconocer la voz de Raúl. Se giró para mirarle y éste le pasó una mano por la cintura, alejándola de los demás tipos.
- ¿Estás seguro de que viene buscándote a ti? – Tanto el tono de voz como los ojos del hombre más mayor estaban cargadas de peligro y ganas de pelea. Había dejado caer la lata al suelo, mientras mantenía la mirada con Raúl. Éste ya estaba colocando a Caro tras él cuando el chico de la noche de la fiesta, al que Raúl había llamado “el Mani”, apareció al lado de la muchacha.
- Yo creo que sí que lo estaba buscando a él. ¿Quieres que llame a más gente para que vengan a confirmártelo o mejor dejamos que nos creas sólo a nosotros? Porque, si no, se va a alargar la cosa, puedes tenerlo claro… - Todos entendieron el mensaje subliminal de sus palabras. Raúl y el hombre seguían mirándose casi sin parpadear. Uno de los otros dos pareció considerar suficientemente seria la amenaza de el Mani, pues colocó una mano en el hombro de su compañero y tiró de él hacia atrás.
- Déjalo. Vámonos, si sólo es una guarrilla más… - Esta vez fue el Mani quien tuvo que contener a Raúl para que no les alcanzase mientras se alejaban.
- Tole, déjalos, que están borrachos. No saben ni lo que dicen. Es mejor no liarla, que hay señoritas delante.
Carol se había quedado en un segundo plano, apretándose fuerte las manos para evitar que le temblasen. Raúl la miró, hecho una furia.
- Y tú, ¿qué coño haces aquí? – Carol estaba segura de que iba a decirle algo más, pero debió encontrar demasiado miedo en su cara como para seguir. La cogió por el brazo y casi la arrastró. – Nos vamos a casa.
Carolina no protestó mientras la hacía subir a la moto y colocarse el casco. Se dio cuenta de que él no tenía otro cuando estaba dispuesto a arrancar la Kawasaki.
- Ponte tú el casco, yo…
- Ponte el casco. – En su tono no cabía discusión. La chica se abrochó el casco y se agarró a él, mientras la moto rugía entre sus piernas y echaba a correr, como un animal salvaje al que han liberado de su prisión.
Jessi y Óscar los vieron alejarse.
- Oye, cari. ¿No decías que el Tole no montaba a ninguna tía en la Ninja? – Óscar seguía con la mirada fija en la moto, que era ya sólo un punto apenas visible en la lejanía.
- Sí. Yo también estoy flipando, es la primera tía a la que he visto que lleve en la moto… - Óscar sólo pudo pensar en que el motivo del cambio no podía ser otro que el hecho de que esa chica no era una más… Y no sabía si eso era bueno o muy, muy malo.



Isa