[Perdón por el retraso, pero me está costando un poco hilar las ideas que tengo en mente con la historia. Pero no os preocupéis: mi Pepito Grillo (Pepita, más bien XD) sigue recordándome a todas horas que tengo que ponerme a escribir. El próximo no tardará tanto, y espero que sea bastante más largo que éste, pero es que hoy no doy para más =P Un besote!]
El resto del día pasó lento y sin sobresaltos. La vuelta a
casa fue silenciosa, ninguno dispuesto a poner en palabras lo que habían
escrito en papel. Su madre les había dejado la comida lista, sólo para que la
calentaran. Tampoco en el almuerzo ninguno de los dos estuvo demasiado
hablador.
Cuando hubieron metido los platos en el lavavajillas, cada
uno se dirigió a su habitación. Mientras se deshacía del uniforme y se ponía
una ropa más cómoda, Carol pensó que el tema de la visita de por la tarde a
Juana no había vuelto a salir a la palestra. Estaba pensando en cómo sacarlo a
relucir sin que pareciese que ella tuviera especial interés en ir con él,
cuando oyó los pasos ligeramente arrastrados del muchacho al otro lado de la puerta.
- ¿Vas a tardar mucho en salir o qué? Al final se nos pasa
la hora de visita. Ni que fueras de Nochevieja, niña.
Ella sonrió para sus adentros: ya no tenía que buscar una
excusa. El pobre macarra era tonto, pero algunas veces daba en el clavo sin
quererlo.
- ¡Que sí, que ya voy! – Se echó un vistazo en el espejo de
cuerpo entero de su cuarto y se arregló un poco el pelo antes de salir.
No tardaron mucho en llegar al hospital. Los familiares de
los pacientes ingresados pululaban por el pasillo, entrando y saliendo de las
habitaciones, otros hablando con el personal sanitario. Raúl y Carol se
dirigieron a la habitación que su madre le había indicado en un mensaje de
texto y las encontraron allí a los dos.
La anciana tenía el pelo suelto, casi del mismo tono de la
sábana sobre la que descansaba. La cama estaba ligeramente incorporada, y la
mujer tenía mejor color, aunque tuviese varios botes enganchados a una vía en
el brazo. Hablaron un rato con ella, aunque no demasiado, porque aún se la
notaba cansada. Tras las despedidas, los besos y los consejos de rigor,
volvieron a casa.
Las dos semanas siguientes pasaron rápido para Carolina, en
una rutina ininterrumpida: por la mañana, ir a clase; a primera hora de la
tarde, las clases con el macarra; después, ir al hospital a visitar a Juana; y,
para finalizar el día, ducha, cena y directa a la cama.
Aquel jueves sólo prometía ser un día más, pero al llegar a
clase, Patri los interceptó en el camino.
- ¡Tía, mira qué pelos! ¡Espero que mañana esto – Señaló dramáticamente
a su melena cobriza – esté en condiciones o me va a dar algo! – Tanto Carolina
como Raúl la miraron con sendos gestos de extrañeza. - ¿Holaaaaa? ¡La fiesta de
disfraces! – Carolina se llevó una mano a la frente: lo había olvidado por
completo. ¿Cómo lo había podido olvidar?
Cada año, al comienzo del curso, se organizaba una fiesta de
disfraces en casa de uno de los alumnos. En su clase, siempre era la casa de
campo de una de las chicas: un chalet a las afueras de la ciudad, lo
suficientemente grande como para abarcar sin problemas a 30 adolescentes y
muchas ganas de fiesta.
- ¡Tía, se me había olvidado del todo! Menos mal que ya
había comprado el vestido.
- ¿Fiesta de disfraces? Vamos, aquí estáis todos muy grandes
para esas gilipolleces. – La voz irritante de Raúl hizo que Carol se girara.
- ¿Perdona? En nuestras fiestas de disfraces, hay de todo
menos cosas infantiles. ¡Es el evento del año!
- Ah… El evento del año… - Carolina podía notar el tono
sarcástico y la forma en que Raúl aguantaba la risa al pronunciar la frase. Ya
empezaba.
- Con no ir tienes bastante.
- De eso nada. – La segunda voz más desagradable de la clase
se abrió camino hacia ellos a base de contoneos exagerados de cadera. Carolina
no pudo evitar poner los ojos en blanco: la que faltaba. – No te la puedes
perder. – Rocío le guiñó un ojo a Raúl, que sonrió con fanfarronería.
- Si me lo pides así, no me puedo negar, guapa. Además,
¿quién querría perderse el evento del año? – El muchacho dejó escapar una suave
carcajada mientras se dirigía a su asiento.
Las clases parecían alargarse por lo que a Raúl se le
antojaban milenios. Se pasaba las horas garabateando en las últimas hojas de un
cuaderno, tarareando alguna canción o molestando de alguna manera a Carolina,
que hoy estaba especialmente susceptible desde su primer encontronazo de la
mañana. El timbre que anunciaba el recreo sonó y el muchacho se desperezó
sonoramente. Se colocó cómodamente en la silla, casi medio tumbado, cuando vio
que Rocío se acercaba hacia él, con esos andares suyos de gata. El chico la
miró una vez más, de arriba abajo, sin asomo de disimulo, y la comisura derecha
se le alzó en un intento vago de sonrisa.
Rocío ocupó el asiento en el que segundos antes había estado
Carolina. Cruzó las piernas, a las que la falda apenas cubría.
- Entonces, qué. ¿No tienes disfraz para mañana?
- No, es que mi armario de disfraces es el que menos uso, ya
sabes. Son todos de la temporada pasada. – Sonrió, rescatando una frase que le
había escuchado a Carolina. Rocío dejó escapar una risita, mientras se
enroscaba un rizo rojo oscuro en un dedo.
- A ver, déjame pensar… Mmmm… Mi hermano usó un disfraz el
año pasado para el carnaval de Cádiz que quizá te siente bien. No es nada
ridículo, no te preocupes. – Raúl se encogió de hombros.
- Está bien. Tengo cosas mejores que hacer esta tarde que ir
a comprarme un disfraz. Y tú, ¿de qué piensas ir disfrazada? – Ella sonrió, con
cierta picardía, mientras se levantaba. Se inclinó sobre él, dejando que sus
rizos le acariciaran la mejilla, y le susurró al oído.
- Algo que no necesita demasiada tela. – Y se marchó, tras
un guiño prometedor.
El último timbre de la mañana puso fin a la jornada. Todos
salieron de la clase como almas que lleva el diablo, entre ruidos de sillas y
papeles. Carolina se despidió de sus amigos en el recibidor, y se dirigió hacia
la moto. Observó a Raúl y a Rocío salir juntos, en su ya habitual tonteo.
¿Podía haber una parejita más insoportable?
Raúl se acercó a ella, abrochándose la chaqueta.
- Me tengo que enterar de las fiestecitas por otros, eh.
Vaya hermanita me he ido a buscar.
- No me vuelvas a llamar hermanita. Y no soy tu secretaria,
así que apáñatelas solito. – Se colocó el casco, sin mirarle.
- Mira que eres borde… - Y volvieron a casa, donde les
esperaba una sorpresa: Juana había vuelto. Al menos, pensó Carolina, había algo
de lo que alegrarse, porque ya daba por perdida la fiesta de disfraces si el
macarra pensaba ir a fastidiarla.
Isa