Todos tenemos una historia digna de ser contada...¿Quieres conocer la mía?

viernes, 16 de septiembre de 2011

Una copa casi vacía...

Sentada en un bar, sola con una copa en la que ya apenas quedaba más que hielo, me inundó la tristeza que acompaña a la ausencia. El vacío ocupó la silla que en otro momento tuvo un nombre. Y fue entonces cuando brindé con mi vaso casi vacío por mi nueva compañera de viaje: la soledad.

Isa

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tú y mi mundo -08-

Llevaban alrededor de una hora en el hospital. La ambulancia no había tardado en llegar y trasladarlos allí. Una vez llegaron, metieron a Juana en una sala, y no habían vuelto a tener noticias de ella desde entonces. Raúl estaba sentado en una incómoda silla de plástico de la sala de espera, observando a ratos a Carolina. Estaba muy nerviosa, no paraba de moverse de un lado a otro, asomarse por el cristal ahumado de la puerta que había atravesado la anciana, a pesar de que era imposible ver nada. No habían intercambiado ni una sola palabra desde que salieran de su casa.
Carolina se dejó caer en el asiento de al lado. Estaba pálida y se mordía constantemente el labio inferior, que incluso estaba irritado. Raúl abrió la boca para decir algo, pero se quedó a medio camino por no saber qué era lo correcto. ¿Cómo estás? Pues mal, vaya pregunta. ¿No te preocupes? Claro que estaba preocupada; él también lo estaba. ¿Tranquila, va a estar bien? Una mentira como un piano: él no tenía ni idea de cómo estaba la mujer, con el porrazo que se había dado. La chica apoyó los codos en las rodillas y enterró el rostro entre las manos, el cabello cayéndole a modo de cortina a ambos lados. Raúl, en un gesto improvisado, posó su mano en la espalda de la muchacha. Al principio notó cómo ella se tensaba, pero unos segundos después se relajó un poco, aunque seguía ocultando su cara tras las manos.
El sonido de unos tacones se aproximaba, martilleando el suelo con firmeza y seguridad. Ambos giraron la cabeza hacia el lugar de donde provenían las pisadas y vieron acercarse a Carmen, vestida con un impoluto traje de falda y chaqueta beige. Carol se levantó de golpe, dejando la mano de Raúl suspendida en el aire.
- Mamá… - Susurró con voz acongojada y se lanzó a sus brazos.

- Mamá… - Repitió de nuevo, ya en el refugio que suponían los brazos de su madre. El nudo que llevaba teniendo en la garganta desde que reaccionó en su casa se hizo aún mayor, y las lágrimas que había intentado reprimir escaparon de sus ojos como dos torrentes que era incapaz de frenar. Sintió cómo su madre la abrazaba con fuerza. En ese momento, todo el enfado que tenía aún con ella se disipó: la necesitaba. Sólo el olor característico de su madre, la suavidad de su voz, la protección de sus brazos, ya le hacían sentir que todo iba a ir mejor.
- Tranquila, mi vida. Estoy aquí. – Carmen la apretó un poco más y luego la cogió por los hombros, separándola de ella con la intención de mirarla a los ojos. - ¿Qué ha pasado exactamente? – Las lágrimas seguían recorriendo el rostro de Carol, que no sabía cómo relatar la escena con la que se había encontrado en su casa. Se estremeció sólo de recordar la figura menuda de Juana rodeada de sangre, desmadejada en el suelo como un juguete roto.
Raúl relató brevemente lo que había sucedido. Aunque jamás lo admitiría, le agradecía haberle ahorrado el tener que poner en palabras el horror que presenciaron sus ojos. Carmen asintió.
- Pero aquí nadie nos dice nada. – Raúl se cruzó de brazos, con esa pose suya que era todo despreocupación. Carol lo odió por pasar de todo con tanta facilidad. – Nos verán cara de tontos o yo qué sé, pero llevamos una hora en el mismo sitio y nada.
- Está bien, voy a ver qué puedo averiguar. – La psicóloga enfiló uno de los pasillos, cada uno de sus pasos cargados de decisión y desenvoltura. Carolina siempre había envidiado a su madre por esa fuerza que siempre mantenía en pie, aún en los peores momentos.

Una vez Carmen hubo desaparecido por el pasillo, Carolina volvió a sentarse, esta vez dejando un hueco libre entre ambos. Si hubo un fugaz instante antes en que se hubiesen acercado, definitivamente se había esfumado. Notó cómo ella jugaba con sus manos, entrelazándolas y separándolas, hecha un manojo de nervios. Era tan transparente con lo que sentía, tan obvia… Raúl no podía terminar de entenderla, quizá porque él pertenecía al polo opuesto. Era cierto que estaba preocupado por Juana: le había tratado muy bien sin conocerlo de nada, y además había oído hablar maravillas de esa mujer a través de las palabras de Carmen.
Sin embargo, ahí estaba él, mostrando al mundo una mezcla de aburrimiento y pasotismo a partes iguales. No era persona de dejar ver abiertamente sus sentimientos. Hubo una ley que aprendió a fuego en la calle: si te ven débil, eres débil. Y él, que estaba prácticamente solo en el mundo, no podía darse el lujo de parecer débil. Porque los débiles siempre acaban siendo devorados por los fuertes, y entonces… Fin del juego.
Cuando las manecillas del reloj de la pared de enfrente habían avanzado más de un cuarto del recorrido de su circunferencia, volvieron a ver aparecer a Carmen. Siempre tan profesional, llevando las riendas sin importar cuál fuera el problema. “Es una tía que los tiene bien puestos” pensó Raúl, y no era la primera vez que lo hacía.
Carolina casi corrió hacia ella.
- ¿Cómo está? ¿Es grave? ¿Podemos verla? ¿Te han dicho si se va a tener que quedar ingresada? ¿Está…
- Tranquila, Carolina. No te aceleres. – Carmen le pasó un mechón de cabello tras la oreja a su hija. – Está estable. Le han hecho unas pruebas y parece ser que sólo tiene algo de anemia. Se quedará aquí unos días hasta que se reponga y se aseguren de que no hay nada más.
Raúl observó la reacción de Carolina, que volvió a mordisquearse el labio, intranquila.
- O sea, que no es seguro que no sea nada grave, ¿verdad? – Carmen hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
- Vamos, cariño, no te pongas en lo peor. Es un porcentaje más pequeño el que supone que sea algo grave. – Carmen y las estadísticas. Siempre se basaba en la fiabilidad de los porcentajes para dar énfasis a una hipótesis. “Profesional hasta en su vida personal…Supongo que no lo puede evitar” pensó Raúl. – Así que es mejor que os vayáis. Tu padre y Francisco vienen de camino. Pasaremos aquí la noche por si hay alguna novedad, vosotros id a descansar. Ya habéis hecho bastante. Habéis sido muy valientes. – La mujer los miró con dulzura a ambos y Raúl pudo advertir cómo Carol agachaba la mirada.
El muchacho se levantó, estirándose.
- Venga, vamos. – Hizo un gesto con la cabeza a Carolina y Carmen depositó un beso en la mejilla de cada uno antes de despedirse.


La vuelta a casa en taxi fue tan silenciosa como su estancia en el hospital. “Valientes” había dicho su madre. La chica sonrió con amargura, profundamente avergonzada con la forma en que había reaccionado. Ella había sido una completa cobarde, de no ser por Raúl… no sabía qué habría podido pasar. Le miró de reojo, durante un par de segundos. Suspiró, mirando a través del cristal la noche que ya caía. No era bueno empezar a deberle favores al macarra tan pronto.
Al llegar a casa, Carolina se dirigió directamente a su habitación. Preparó las cosas necesarias para tomar una ducha y se encaminó al baño. Intentó ahogar su preocupación en el agua caliente que caía sobre su rostro, pero no lo consiguió. Salió del baño, con el cabello humedeciéndole las mejillas, y volvió a su habitación. Se sentó en la cama y movió el cuello en círculos, intentando deshacerse de la tensión que le agarrotaba los músculos, sin mucho éxito.
Tardó unos minutos en darse cuenta de que había algo en su escritorio que no encajaba. Junto a una foto con sus amigos, parcialmente oculto de su vista por unos botes de perfume en la perspectiva que estaba, había un plato con un bocadillo. Se acercó y miró el pan, cortado por la mitad de forma irregular, con jamón y tomate asomando por los lados, el plato manchado de aceite. Estaba tan mal presentado que hasta un niño podía haberlo hecho mejor. No pudo evitar que una sonrisa se acomodara en las comisuras de sus labios.


Raúl se terminó el bocadillo que se había hecho de cenar. Se palmeó el estómago, donde el jamón estaba ya a buen recaudo. Cogió ropa limpia, tras oír a Carolina abandonar el baño, y se dispuso a tomar una ducha. Terminó pronto y salió del baño colocándose la camiseta. Miró hacia el dormitorio de Carol, que aún permanecía con la puerta cerrada y sin ningún ruido proveniente de su interior.
¿Se habría comido el bocadillo? Al principio, no había tenido intención de prepararle nada: él sólo había ido a por su cena porque, una vez quemada toda la adrenalina, su estómago había cobrado vida propia. Pero la había visto subir las escaleras, arrastrando los pies y con la cabeza gacha. Sabía que no iba a preocuparse en comer algo, y no quería tener más sustos hoy. Con hacer de héroe una vez al mes, a él le sobraba.
Había pasado un buen rato delante del frigorífico abierto, valorando las posibilidades. ¿Qué le gustaría? La verdad es que no le había prestado demasiada atención a lo que comía. Frunció el ceño, pensativo, y luego miró directamente a un paquete envasado al vacío, con su contenido rojizo y apetecible.
- ¡Qué coño! ¿A quién no le gusta el jamón? – Exclamó y preparó con rapidez los dos bocadillos, dejando uno velozmente en la habitación de la chica. No le apetecía encontrarse con ella en esa situación, que tenía muchos pájaros en la cabeza y capaz era de pensarse que se estaba preocupando por ella.
Llegó a su habitación, bostezando, y se dio cuenta de que algo destacaba en la superficie lisa de la puerta de su cuarto. Era un post-it rosa, con un simple “Gracias” escrito con tinta morada y letra inconfundible de chica. El muchacho sonrió y despegó el papel de la madera, con una sonrisa. Entró en su habitación y arrugó el papel, tirándolo a la papelera apenas sin pensarlo.
Se tumbó en la cama, dispuesto a ceder a la tentación de Morfeo, pero su mirada adormilada se dirigió a la papelera. Gruñó y se levantó, dirigiéndose al cubo y sacando el papel rosa. Lo alisó y se encogió de hombros, guardándolo en un cajón del escritorio. Después de todo, un agradecimiento de la princesita no era algo que se viera todos los días, ¿verdad? Mejor era guardarlo, porque dudaba mucho que volviera a recibir otro.


Carolina estaba terminando de recoger el desayuno, pensando ya que iba a tener que subir a buscar a Raúl, cuando éste apareció derrapando en la cocina.
- Joder, me he quedado dormido. Ya me podías haber despertado.
- Haberte puesto el despertador, como todo el mundo. – La hostilidad habitual. Todo seguía igual, como si el episodio ocurrido el día anterior, que quizá pudiera haberlos unido algo, se hubiera evaporado.
- Coño, qué humor gasta la princesita por la mañana. No te sienta bien madrugar, eh. – El muchacho se disponía a beber directamente del cartón de leche, cuando una mirada de Carol le advirtió que su vida correría en peligro si se atrevía a hacer eso. – Delicadita… - Murmuró, cogiendo un vaso y sirviéndose.
Estaban a punto de ponerse los cascos de la moto, cuando Carolina habló, atropelladamente.
- He hablado con mi madre. Juana está mejor, la han subido a una habitación. Mi madre dice que esta tarde ya puede recibir visitas. – La chica se colocó el casco, dando por zanjada la conversación. Él asintió, bajando la visera del casco. Se pusieron en camino hacia el colegio, con la hora justa y sin una sola mención del detalle de la pasada noche.
Llegaron cuando ya no había nadie en el recibidor, con el reloj casi marcando la hora punta. Carolina apretó el paso, alcanzando la puerta a la vez que la campana anunciaba el inicio de las clases. Raúl apareció unos segundos después, todo despreocupación.
Se dirigieron a sus asientos. Borja atrapó su mirada y levantó una ceja. Carol se imaginó lo que quería decirle: tienes mala cara. Quizá sólo él fuese capaz de ver el cansancio que había intentado ocultar tras una capa de maquillaje. Apenas había dormido esa noche. La conocía demasiado bien, no se le escapaba una.
En el primer cambio de clase, les explicó a Patri y a Borja a grandes rasgos lo que había pasado la tarde anterior. Había sido incapaz de ahondar en detalles, porque aún sentía escalofríos sólo de recordar la imagen de aquella anciana a la que adoraba tumbada en el suelo.
- Pero ya está mejor, ¿no? – Preguntó Patri, con sincera preocupación.
- Sí, esta tarde iré a verla.
- ¿Y él también va? – Patri señaló con la cabeza hacia el fondo de la clase, donde Raúl y Rocío volvían a estar flirteando abiertamente.
- No lo sé. – Antes le había dicho lo de las visitas como un intento de invitación, pero no estaba segura de que Raúl hubiese sido capaz de captarlo. Después de todo, no daba para mucho.
La llegada del profesor los mandó a todos de vuelta a sus pupitres. Estaban ya a mitad de la segunda hora, cuando una bolita de papel voló desde su espalda hacia su mesa. Estaba preparándose para tirársela a la cara de vuelta al macarra, cuando se percató de que había restos de tinta en el papel. Lo desdobló y ahí, con una caligrafía penosa, escrito en un trozo arrancado de hoja de cuaderno, estaba un “de nada”. Estaba acompañado con lo que ella supuso que era una caricatura de él mismo guiñándole un ojo. La muchacha reprimió una sonrisa y volvió a volcar su atención en los análisis sintácticos que llenaban la pizarra.



Isa

lunes, 5 de septiembre de 2011

Tú y mi mundo -07-

Durante el resto de las clases, Raúl había intentado molestar a Carol tanto como había podido: le resultaba sumamente gracioso lo rápido que se enfadaba y la cara que ponía al hacerlo. Sólo le faltaba echar humo por las orejas.
Cuando el último timbre sonó, anunciando la libertad, se formó el típico revuelo cuando los alumnos comenzaron a recoger a toda prisa. Carolina fue la primera en terminar y se dirigió hacia Borja. Raúl se levantó sin mucho interés, desperezándose. Un grupito de chicas empezó a pulular por su alrededor, con sonrisitas tontas. Él alzó una comisura, divertido con la atención que llevaba teniendo por parte de las féminas desde que había llegado. La mayoría de chicas de la clase se habían acercado a él para presentarse, aunque Raúl ya no recordaba el nombre de ninguna.
Una chica de cabello rizado se separó del grupo y se acercó a él, resuelta. Era alta, quizá 1.70 o más, y tenía un buen cuerpo, algo que a Raúl no le pasó desapercibido.
- Bueno, chico nuevo, ¿cómo piensas ponerte al día con las clases? Quizá necesites a un profesor particular, y yo tengo mucho tiempo libre – La muchacha le guiñó un ojo y se apoyó en su mesa. “Está bien buena” pensó Raúl, mientras se inclinaba hacia ella para contestarle.
- La verdad es que ya tengo un profesor en casa, pero una ayuda como la tuya nunca está de más. – Sonrió, apartándole un mechón del hombro – Aunque te advierto que no ando sobrado de pasta, así que no podría pagarte…
- Bueno, ya averiguaríamos entonces una forma de que me agradecieras esa ayuda…
- ¿Piensas tirarte todo el día de cháchara o vas a llevarme a casa? – Ahí estaba Carolina, con su cara de permanente enfado. Raúl levantó la vista hacia ella: ¿era así de oportuna o es que había estado observándole? – Ah, hola, Rocío – Las dos chicas se miraron y la enemistad brilló en los ojos de ambas, casi como en los dibujos animados.
- Hola, Carol. Estaba teniendo una interesante conversación con tu nuevo hermanito hasta que nos has interrumpido.
- Ya, me lo imagino. Todas tus conversaciones con chicos suelen ser de lo más interesante – Cada palabra destilaba ácido con su doble sentido. Rocío estaba abriendo la boca para replicar algo sin duda igual de mordaz, pero Carol no le dio tiempo – Pero esta vez tendrás que aplazar tu charlita, porque tengo prisa en irme. – Raúl se vio arrastrado por Carolina, que le sujetaba firmemente la muñeca. No lo soltó hasta que no salieron de la clase, apenas dándole tiempo a recoger sus cosas.
- Ey, ey, tranquila, fiera. Te he dicho ya que te controles: no me gustan los ataques de celos en público – Carol se había quedado boquiabierta, y la sangre se le agolpó en las mejillas. Y a Raúl le encantaba ponerla así de nerviosa – Aunque reconozco que siempre he sido feliz con una pelea de gatas por mí.
- ¡No te lo crees ni tú! ¿Celosa, yo? ¡Yo lo único que quiero es que me lleves a casa! – Carolina hablaba atropelladamente, aún con la cara de un rojo brillante – Y mucho menos voy a estar esperando a que termines de hablar con esa zorra.
Raúl chasqueó la lengua y negó con la cabeza, cruzándose de brazos.
- Ésa no es forma de hablar para una princesita. Mira que voy a tener que lavarte la boca con lejía y le voy a decir a los Reyes que sólo te traigan carbón. – Carolina le miró con un profundo enfado y Raúl apenas pudo contener la risa.
- ¡Idiota! – Se dio la vuelta, indignada, mientras la trenza se balanceaba en su hombro. Echó a andar hacia la salida y Raúl la siguió, a una distancia prudencial: nadie sabía cuándo se le podía escapar un guantazo a una mujer enfadada.
Raúl recorrió el pasillo con la vista: las paredes estaban adornadas con orlas de generaciones pasadas. El colegio era enormemente grande, no le sorprendería perderse por sus intrincados pasillos. Era una mezcla de nuevo y viejo, porque, sin duda, no escatimaban en gastos: las clases eran amplias, las mesas lo suficientemente grandes como para no agobiarse, el aire acondicionado estaba programado a la temperatura idónea, incluso cada alumno tenía su propio portátil. Algunos profesores, más conservadores, llevaban también libros de texto, pero la mayoría se limitaba a powerpoints o algún otro tipo de presentaciones.
Carol paró en su taquilla y sacó el casco de la moto. Raúl hizo lo mismo, estrujándose los sesos para recordar la combinación de numeritos. Cuando al fin lo consiguió, sacó el casco y cerró la taquilla, mientras Carolina le miraba con gesto impaciente, mascullando un “torpe”.
Ambos se dirigieron hacia la salida y pronto estaban sobre la moto, rumbo a casa. Carolina apenas se sujetaba a él por los laterales del polo, colocando su bandolera entre la espalda de él y el torso de ella, barrera impenetrable para evitar cualquier tipo de contacto. Él sonrió en la intimidad de su casco y giró la muñeca varias veces, haciendo que la moto cogiese velocidad con rapidez. El vehículo dio un tirón hacia delante y Carolina, más como reflejo que como acto meditado, se abrazó a él, uniendo las manos con fuerza en el abdomen de Raúl y aplastando la mochila entre ambos cuerpos. Raúl dejó escapar una ligera risita, amortiguada por el motor y el ruido de las ruedas luchando contra el asfalto.

Al llegar a la casa, Raúl dejó la moto al final de la cochera. El coche de su padre y el de su hermano no estaban, así que probablemente sólo Juana aguardase su llegada. Carolina dejó el casco sobre el asiento de la moto y señaló acusadoramente al muchacho.
- Tú… La próxima vez que conduzcas así, se lo voy a decir a mi madre. Que lo sepas.
- Ah… ¿Vas a ir corriendo a agarrarte a las faldas de tu mami? – Raúl sonrió con suficiencia, mientras que Carol cerraba los puños con fuerza, sintiendo cómo el rubor se extendía por sus mejillas. ¿Por qué siempre acababa poniéndose como un tomate con sus absurdos comentarios? – Yo no tengo culpa de que no estés acostumbrada a las emociones fuertes… Y, además, ¿no tenías tanta prisa en llegar? – Raúl le dio un golpecito con el dedo índice en la sien – Creo que algo no te marcha en condiciones aquí dentro, princesita.
Carolina apartó la cabeza bruscamente y le miró, entrecerrando los ojos.
- Avisado quedas. – Raúl se encogió de hombros y, al pasar a su lado, dejó caer un “chivata”. Carol se giró con rapidez, furiosa e indignada - ¿Qué has dicho? – Raúl la miró, intentando camuflar una sonrisa.
- ¿Yo? Nada. Puede que sea tu cabeza. Te lo he dicho: algo falla ahí.
- ¡Ni estoy loca ni soy una chivata!
Raúl siguió su ascenso por las escaleras que conducían al interior de la casa, mientras ella le seguía, exasperada.
- ¡A mí no me dejes con la palabra en la boca, idiota! – Sin pensarlo, le dio un golpe con la mano en la espalda. Raúl se giró, sorprendido, y fingió dolor.
- Ey, eso es agresión. Tienes que ser más delicada cuando me tocas, nena, que luego me dejas marcas – Él le guiñó un ojo, con esa sonrisa suya que la ponía de los nervios. Suspiró, cansada de contestarle, y se abrió paso hasta el salón.
El olor a comida casera inundaba la estancia.
- Ya estoy aquí, tata – Dijo Carolina alzando un poco la voz mientras se quitaba la chaqueta.
- Será estamos, ¿no? O yo qué soy, ¿un mueble?
- A nivel de inteligencia, no te llevas mucho con un mueble. Y si metemos la tele dentro de “muebles”, considérate derrotado.
- Uhhh, qué dura eres… - Raúl se llevó las manos teatralmente al pecho, ladeando el rostro con gesto compungido – Creo que me acabas de llegar al corazoncito.
Carol negó con la cabeza y se dirigió a su habitación, donde dejó la mochila y la chaqueta. Se puso una ropa más cómoda y fue al baño, dispuesta a lavarse las manos. La puerta estaba entreabierta, así que un simple empujoncito bastó para terminar de abrirla. También fue bastante para comprobar que el baño no estaba vacío. Carolina se dio la vuelta rápidamente, sonrojándose de inmediato. Se alegró de estar dándole la espalda a Raúl y que no pudiese notar ese detalle.
- ¿No te han enseñado en el sitio de donde vienes a cerrar la puerta cuando estás en el baño?
- Joder, qué delicada la princesita. Ni que fuera al primer tío que ves mear.
- ¡Pues no tenía mucho interés en verte precisamente a ti! – Carolina escuchó el sonido de la cisterna y del grifo. Cuando oyó como el agua dejó de correr, se dispuso a darse la vuelta, pero sintió la mano de Raúl en su cintura y su aliento en la nuca, mientras le susurraba.
- Hubieses preferido encontrarme en la ducha, ¿verdad? Siento haberte desilusionado… - Carol sintió un escalofrío recorrerle la columna y cómo su rostro se tornaba de una tonalidad granate. Se dio la vuelta y le golpeó en el hombro, mientras él se reía escandalosamente.
- ¡Eres un guarro, y un pervertido, y un asqueroso! – Cada insulto iba acompañado de un golpe. Raúl se escabulló entre risas. Carolina resopló, mientras se miraba al espejo. ¿De verdad estaba así de colorada? Se palmeó las mejillas, aún ofuscada. Se lavó las manos y bajó al comedor.
Raúl ya estaba sentado a la mesa. Bueno, más bien repantingado. Carol notó cómo observaba cada uno de sus movimientos mientras tomaba asiento. Levantó la vista hacia él, confusa y aún enfadada.
- ¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara o qué? – Una sonrisa sesgada se dibujó en el rostro de Raúl.
- Monos no, precisamente… - Carolina sabía muy bien a qué se refería y se puso una mano en la mejilla, intentando disimular ese rubor que no se había quitado, sino que iba en aumento. Escuchó la baja risita del muchacho mientras Juana servía el último plato.
- A comer, tesoros.

Terminada la comida, ambos ayudaron a Juana a recoger la mesa. Una vez se quedaron solas en la cocina, Carol observó más de cerca a la anciana: ya lo había notado durante el almuerzo, pero ahora estaba segura de que estaba pálida.
- Tienes mala cara, tata. ¿Estás bien?
- Sí, sólo estoy un poco cansada. Los años pesan mucho, vida mía. – La mujer sonrió con suavidad y un millar de arrugas tomaron vida en su rostro. – Ahora me echo una siesta y se me pasa.
La chica la miró aún con preocupación.
- ¿De verdad que no quieres que te ayude? – La anciana movió la cabeza en un gesto de negación.
- No, sólo son cuatro platos y pasar un poco la fregona. Además, tú tienes que empezar con las clases de Raúl. Así que venga, los dos arriba a estudiar.
Carolina torció el gesto. Juana tenía razón, su madre le había dejado una nota recordándole que las clases empezaban hoy. Dos horas. Maravilloso.
La muchacha subió las escaleras como el condenado que camina hacia la horca. Llamó a la puerta de Raúl, aunque ésta no estuviese cerrada: ya había tenido bastantes encuentros desagradables con él por hoy.
- Está abierto. – “Ya lo sé, idiota” pensó, mientras atravesaba el umbral.
- Las clases empiezan hoy. – Carolina le miró significativamente, ya que él estaba tumbado en la cama, sin mucha intención de sacar los apuntes.
- ¿Y si nos saltamos la de hoy? Que eso de empezar las cosas los lunes es un topicazo… - Carol se cruzó de brazos y alzó las cejas. Él captó el mensaje. – Está bien, está bien, chica responsable. – Raúl se levantó de la cama y lentamente caminó hacia el escritorio. A Carolina le ponía nerviosa la parsimonia con la que hacía todo.
Carol colocó otra silla a su lado y encendió el portátil del chico, sin pedir permiso. Él la dejó hacer, entre bostezos.
- ¿Cuánto sabes de inglés?
- Mmm… ¿Nada? – La chica le miró, alarmada.
- ¿Lo dices en serio? – Raúl asintió, con tranquilidad. – Bueno, tiene su lógica, teniendo en cuenta que me cuesta entenderte en castellano…
- Hey, no te pases… - El chico se hizo el ofendido mientras ella ponía los ojos en blanco.
- Vamos a empezar – Carolina tanteó un poco el terreno, para ver si había sido una exageración. No, definitivamente no lo era.
Apenas había pasado media hora cuando se oyó un fuerte golpe en la planta de abajo. Ambos pegaron un bote en sus asientos.
- ¡Coño! ¿Qué ha sido eso? – Exclamó Raúl, haciendo el amago de levantarse.
- Se le habrá caído algo a Juana. Es un  poco torpe a veces. – En su familia, ya casi estaban acostumbrados a los estruendos de la anciana: raro era el día en que no se le caía algún plato o las cacerolas. – Intenta traducir esas frases mientras yo bajo a ver qué ha sido esta vez.
Carol bajó las escaleras desperezándose y se dirigió directamente a la cocina, la cual se encontró vacía.
- Tata – Llamó, sin respuesta – Tata, ¿estás en el salón? – Al entrar en el comedor, se le heló el cuerpo. Juana estaba tumbada en el suelo, inconsciente, con una silla derribada a su lado. Tenía el canoso cabello manchado de rojo, así como la silla. Carolina se quedó en estado de shock, sin poder reaccionar, ni siquiera gritar para pedir ayuda.
La muchacha no sabía cuánto tiempo había estado ahí de pie, observando cómo la sangre de Juana teñía de escarlata la madera del suelo. Ni siquiera escuchó las pisadas de Raúl al acercarse.
- ¿Por qué tardas tan…? – La última palabra quedó a medio terminar - ¡Joder! – El chico atravesó la estancia en un par de zancadas y se arrodilló junto a la mujer, dándole unas palmaditas en el rostro, terriblemente blanco. - ¡Juana! ¡Despierta! – Raúl levantó la vista hacia Carolina, que seguía en el mismo lugar. - ¿A qué esperas? ¡Llama a una ambulancia, corre! – Ella siguió sin reaccionar, como si le hubiesen clavado los talones en ese lugar. El muchacho se levantó y la cogió por los hombros, zarandeándola. La miró directamente a los ojos, mientras ella empezaba a despertar del estado en que se encontraba – Juana te necesita. Ve y llama a una ambulancia. Ya. – Raúl habló despacio, clavando su mirada en los ojos de la chica con intensidad. Esas palabras fueron suficientes para terminar de traerla al mundo real.
Carol corrió hacia el teléfono y marcó el 112. El tono de llamada sonaba en el auricular, mientras observaba nerviosamente cómo Raúl cogía a la menuda anciana en brazos y la colocaba en el sofá. Luego fue a buscar un trapo de cocina limpio y lo apretó contra la herida que Juana tenía a un lado de la cabeza. Una voz respondió en el teléfono, pero Carolina apenas le dio tiempo a hablar.
- ¡Por favor, necesito ayuda!



Isa

jueves, 1 de septiembre de 2011

Frases 11

Sé que es una excusa muy pobre pero yo...yo sólo quería hacerte feliz...


Isa

Frases 10

Te quiero, sí, te quiero...Te quiero tanto que es absurdo...


Isa