Todos tenemos una historia digna de ser contada...¿Quieres conocer la mía?

lunes, 5 de diciembre de 2011

Tú y mi mundo -10-


Carol estaba sentada en la cama, mientras Juana le cepillaba el cabello, como tantas veces había hecho cuando era niña. Era la primera noche que pasaba en casa después del accidente, y todos habían insistido en que descansase. Pero la anciana, con las manos en la cadera y el ceño fruncido, se había impuesto: a ella no la tumbaban ni los años ni una simple caída. Y allí estaba, pasándole el cepillo por el cabello con un mimo infinito, mientras tarareaba una canción ya olvidada por muchos, pero aún bien clara en sus recuerdos.
- Mañana es la fiesta ésa, ¿verdad? – La muchacha asintió, mientras observaba el vestido que usaría como disfraz, ya colgado en la pared, planchado y listo para ser usado. – Mi niña va a estar preciosa con ese traje. Vas a ser la más guapa de todas las muchachas. – Carolina rió y se giró para mirar a la mujer, que le sonrió y el rostro se le surcó de arrugas, como un papel ajado. Aunque sus padres habían insistido en que no había sido más que una anemia pasajera la causante del incidente, Caro juraría que veía a Juana más cansada, más mayor, como si le pesasen más los años que nunca.
- Deberías irte a dormir, tata. No te esfuerces demasiado, que todavía es pronto. – Juana dejó escapar una suave risita, mientras se levantaba lentamente.
- Tengo el pellejo más duro de lo que os creéis todos. ¡Ni que una fuera de porcelana! Anda, acuéstate antes de que me vaya. – Carolina sonrió y se metió en la cama, volviendo a ser una niña por unos instantes. Juana le colocó bien las mantas, arropándola como tantas veces había hecho antes. Se inclinó sobre ella y le dibujó una cruz en la frente con el pulgar, mientras murmuraba muy bajito una bendición. La anciana dejó un beso en su cabello y un “buenas noches, mi vida” antes de abandonar la habitación. Esa noche, el sueño fue tan reparador como cuando era una cría.

El día siguiente fue un no parar. Las clases pasaron entre nervios y cuchicheos sobre el modelito que llevaría ésta o aquélla. Cuando Carolina quiso darse cuenta, estaba enfundada en su disfraz y montada en el coche de su hermano, que se había ofrecido a llevarlos.  Sin embargo, el macarra había declinado la oferta, diciendo que tenía que ir a recoger su traje. Carolina no pudo esconder su felicidad: con un poco de suerte, encontraría algún plan mejor por el camino y no tendría que aguantarlo. A esa fiesta todavía le quedaba una última esperanza.
Cuando llegaron a la casa de campo, estaba decorada tan bien como todos los años: la anfitriona había colocado guirnaldas, globos y luces de colores por los árboles que rodeaban el edificio. Olía a comida y la música se podía oír desde la entrada, aunque no de la forma agobiante de las discotecas.
- Bueno, Chisco, me voy. Gracias por traerme. – La muchacha besó la mejilla de su hermano y éste la miró, receloso.
- Ten cuidadito, eh. – Carol puso los ojos en blanco.
- ¡Que sí, pesado! – Y salió del coche, antes de que a su hermano le diera tiempo a soltarle la lista de recomendaciones de siempre.
- ¡Cariiiiiiiiiii! – Patri salió revoloteando de la casa, y nunca mejor dicho: había elegido un vestido de campanilla compuesto por una especie de corsé en la parte superior (nada demasiado provocativo) y una falda vaporosa, con varias capas de tela cortada en pico de diferentes tonalidades de verde. Las alas semitransparentes y el moño daban el toque final al disfraz. Dio una vuelta frente a ella y abrió los brazos, a la espera de un veredicto. - ¿Qué te parece? – Carolina sonrió, divertida.
- Que si te viera Peter Pan, seguro que no se quedaba con Wendy. – Ambas rieron. Carol alzó la vista al ver acercarse a Borja. Iba guapísimo: su atuendo imitaba a un caballero de la época victoriana. Vestía un traje de chaqueta marrón, con un chaleco de rayas marrones y blancas, una camisa blanca y una pajarita. Se quitó el sombrero ante ellas y sonrió.
- Están ustedes deslumbrantes, señoritas. – El chico se colocó entre ellas y le tendió un brazo a cada una – Si me permiten el honor de acompañarlas en esta velada… - Ambas sonrieron y se cogieron de su brazo, adentrándose en la casa y en la larga noche que apenas empezaba a despuntar.
Nada más entrar, apenas le había dado tiempo a saludar a un par de personas, cuando sintió una mano en la cintura.
- Vaya, vaya. Estás guapísima esta noche. – Carolina se giró, para encontrarse con el rostro de Chema muy cerca del suyo. Chema iba arrebatador, vestido de ninja, todo de negro y ceñido. La chica sintió cómo temblaba cada parte de su cuerpo y casi no fue capaz de encontrar la voz para susurrar un “gracias”.
¿Quién había dicho que iba a ser una mala noche?

Raúl había ido a recoger el disfraz a casa de Rocío, pero no había salido ella a dárselo, sino que había enviado a su hermana pequeña. Estaba creando altas expectativas con el vestido, y Raúl intuía que las iba a cumplir con creces. A la casa lo había llevado El Mani en moto, y a casa de éste fue a cambiarse. Óscar, el Mani, era su mejor amigo desde que era capaz de recordar. Nada más llegar al orfanato, lo había conocido jugando en la calle. Era un chico de familia humilde, con una sonrisa siempre en el rostro y una energía inagotable.
- Venga, tú, aligera, que he quedado con la Jessi después de dejarte a ti.
- Joder, ya voy, que no sé cómo va esta mierda. – Después de un rato más de pelea con el disfraz, los dos chicos estuvieron listos para ponerse en marcha.
 Una vez montados sobre la moto de Óscar, éste comenzó a reír.
- Y tú ¿de qué te ríes?
- Pues de ti, que vas hecho un gilipollas con eso. – Raúl le dio un golpe en el hombro, refunfuñando.
- Venga y tírale ya. – Apenas tardaron en llegar al sitio de destino, que la especialidad de Óscar no era precisamente la de cumplir los límites de velocidad. Raúl le devolvió el casco y se chocaron sonoramente las manos.
- Bueno, figura, que triunfes esta noche con las pijitas éstas. Aunque bueno, con eso… - Óscar miró a Raúl de arriba abajo y prorrumpió en risas – Está la cosa chunga. – Raúl levantó la mano, haciendo amago de pegarle.
- Anda, vete antes de que te caliente. – El chico desapareció en la oscura carretera, aún entre risas. Y Raúl entró en la casa, dispuesto a comerse el mundo esa noche.
Buceó entre la masa de adolescentes que bailaban la última canción de David Guetta. Saludó a alguna que otra chica, y pronto se topó con Rocío. No pudo más que soltar un silbidito: se había disfrazado de Lara Croft. Toda ella era cuero, piel al descubierto, tacones y bucles rojos. Los fieros ojos verdes, perfilados en negro, le atraparon.
- ¿Qué, te gusta el modelito?
- No podrías haber elegido otro mejor, nena. – Y le guiñó un ojo. Atisbó a Patri y a Borja bailando solos apenas a unos pasos de donde se encontraba él, pero no había ni rastro de la princesita. No la había visto disfrazada, porque había salido de casa antes de que ella se vistiese, así que le picaba la curiosidad. Con un último vistazo a la pelirroja que tenía enfrente, le susurró al oído – No te vayas muy lejos. Ahora te busco. – Se abrió paso entre sus compañeros de clase hasta los dos muchachos. – Ey, ¿qué pasa?
- ¡Hola! Ya creía que no venías. – Patri le sonrió. Aquella chica le caía simpática.
- Donde hay fiesta, estoy yo. – El chico sonrió, divertido. - ¿Y dónde está la que la falta? – Esta vez fue Borja el que contestó, señalando hacia un lado con la cabeza.
- Allí. – Raúl se giró hacia donde le indicaba y se quedó sin palabras por un instante. Carolina iba disfrazada de princesa elfa. Había escogido un vestido color nácar, que se ceñía a su talle y, a partir de la cadera, caía más holgado hasta el suelo. Tenía los hombros al descubierto, un escote en pico en la espalda, cubierto por una tela de tul con un diseño de enredadera bordado, el mismo que bordeaba el cuello del vestido y el final de las amplias mangas. Llevaba dos trenzas a los lados de la frente, que se unían al resto del cabello detrás de la cabeza, que caía suelto en cascada por su espalda. Llevaba una especie de diadema en la frente y unas orejitas puntiagudas de plástico resaltando entre el dorado pelo. Destacaban en sus pies unas sandalias planas de pedrería. Estaba espectacular, aunque no del modo que Rocío, si no de una forma elegante que aquélla jamás alcanzaría.
Sin embargo, la princesa elfa estaba bailando demasiado cerca con un ninja rubio. Raúl torció el gesto: ese tipo le caía mal desde el primer momento en que le vio.
- Siempre es así cuando está Chema cerca. Parece que se le olvida todo a su alrededor. – El chico miró a Borja. Éste estaba observando a la pareja y apretaba la mandíbula. Algo encajó en la mente de Raúl y todo cobró sentido. Había oído rumores de que Borja era gay, ya que no se le conocía novia alguna y siempre estaba con sus dos amigas. Sin embargo, viendo el gesto dolido en su faz, Raúl podía asegurar que no era gay en absoluto. Más bien, estaba enamorado hasta las trancas de la princesita. El chico puso una mano en el hombro de Borja y le sonrió.
- Pues ya es hora de traerla de vuelta a la realidad, ¿no crees? – Y se encaminó hacia la parejita, con una sonrisa traviesa surcándole el rostro.

- Entonces, el cani ése de la otra vez no es tu novio ni nada parecido, ¿no?
- ¡No! ¿Te imaginas? – Carolina se echó a reír. La noche no podía llevar mejor rumbo: desde que había llegado, Chema no se había separado de ella. Lo sentía por sus amigos, a los que había dejado algo de lado, pero era una oportunidad única y no pensaba desaprovecharla. – No tengo novio, pero sí hay alguien que me interesa…bastante. – Le miró, con una sonrisa que intentaba hacerle entender que era una indirecta. Chema le sonrió de vuelta, y le apartó un mechón del hombro, inclinándose ligeramente sobre ella.
- ¿De verdad?... – El corazón de Carolina se disparó. Chema estaba cerca, muy cerca. Una de las manos del chico estaba en su cintura, y la otra le acariciaba la piel expuesta del hombro. La muchacha estaba a punto de entrecerrar los ojos, cuando sintió que la arrastraban hacia atrás, mientras un brazo le rodeaba el talle.
- Quedas secuestrada por el peor pirata de los nueve mares, a ver cómo sales de ésta. – Carol reconoció la voz al instante y se zafó de su agarre, girándose hacia él. Raúl iba vestido de pirata, al más puro estilo Jack Sparrow: pantalones oscuros, botas altas, chaleco corto abierto, camisa amplia y espada a la cintura. Incluso se había colocado un aro dorado en la oreja izquierda.
- ¡Son siete mares, inculto! – Carolina estaba chisporroteando de rabia. Había estado tan cerca…Raúl era su peor pesadilla, siempre apareciendo en el momento menos oportuno.
- Pues fíjate si soy un pirata temido, que hasta tengo dos mares de más. – El muchacho le sonrió con fanfarronería.
- ¡Eres un idiota!
- ¿Todo bien, Carol? – Chema se había vuelto a acercar a ella, pero ahora miraba a Raúl. Los dos chicos eran más o menos de la misma estatura, pero ella tenía que alzar la cabeza para mirarlos a la cara.
- Sí, bueno… - No quería tener que explicarle la relación tan extraña que le unía al macarra, pero tampoco tuvo mucho tiempo de hacerlo antes de que éste volviese a intervenir, cogiéndola de la muñeca y acercándola a él.
- La princesita está secuestrada por el pirata. – Repitió. Chema abrió la boca para protestar, pero Raúl no le dio ocasión – Y, para rescatarla, tendrás que pelear conmigo. Y todo el mundo sabe que los piratas siempre ganan a los ninjas – Los chicos se sostuvieron la mirada un instante, la de Raúl llena de amenaza. – Así que, viento en popa a toda vela. – Y la llevó hacia el centro de la sala, casi a rastras. Carolina no intentó nada para evitar montar un escándalo pero, cuando la soltó al llegar al lugar donde estaban Patri y Borja, le miró con un odio intenso.
- Te prometo que no te puedo soportar. Eres lo peor que me ha pasado en la vida. Vete de mi vista antes de que haga algo de lo que me arrepienta. – Carol intentó inyectar en cada palabra toda la ira que a duras penas podía contener en su interior, forzando a las lágrimas a quedarse escondidas. Raúl la miró, primero con seriedad, y luego con esa sonrisa repelente que ella detestaba.
- Como quieras, princesita. – Y, simplemente, se fue. Sin más discusión, sin más bromas, sin nada más. Sólo le hizo caso y se fue, por increíble que pareciera.
Borja posó con gentileza la mano en su hombro.
- Tranquilízate, Carol. No te pongas así. – La chica se mordió el labio. ¿Tranquilizarse? Buen intento.

Raúl se dirigía hacia la zona de bebidas cuando alguien le interceptó.
- ¿Ya te habías olvidado de mí? – Era Rocío, que le ofrecía una cerveza. Raúl se la bebió en un par de tragos. – Ven, baila conmigo. – Y, sin saber muy bien cómo, se vio enredado en los brazos de la chica, que baila de forma sensual y atrevida. Poco a poco, su humor fue mejorando. Cuando quiso darse cuenta, Rocío se lanzó a su boca. Eso era lo que él llamaba una mujer con decisión.



Isa

domingo, 20 de noviembre de 2011

Tú y mi mundo -09-


[Perdón por el retraso, pero me está costando un poco hilar las ideas que tengo en mente con la historia. Pero no os preocupéis: mi Pepito Grillo (Pepita, más bien XD) sigue recordándome a todas horas que tengo que ponerme a escribir. El próximo no tardará tanto, y espero que sea bastante más largo que éste, pero es que hoy no doy para más =P Un besote!]


El resto del día pasó lento y sin sobresaltos. La vuelta a casa fue silenciosa, ninguno dispuesto a poner en palabras lo que habían escrito en papel. Su madre les había dejado la comida lista, sólo para que la calentaran. Tampoco en el almuerzo ninguno de los dos estuvo demasiado hablador.
Cuando hubieron metido los platos en el lavavajillas, cada uno se dirigió a su habitación. Mientras se deshacía del uniforme y se ponía una ropa más cómoda, Carol pensó que el tema de la visita de por la tarde a Juana no había vuelto a salir a la palestra. Estaba pensando en cómo sacarlo a relucir sin que pareciese que ella tuviera especial interés en ir con él, cuando oyó los pasos ligeramente arrastrados del muchacho al otro lado de la puerta.
- ¿Vas a tardar mucho en salir o qué? Al final se nos pasa la hora de visita. Ni que fueras de Nochevieja, niña.
Ella sonrió para sus adentros: ya no tenía que buscar una excusa. El pobre macarra era tonto, pero algunas veces daba en el clavo sin quererlo.
- ¡Que sí, que ya voy! – Se echó un vistazo en el espejo de cuerpo entero de su cuarto y se arregló un poco el pelo antes de salir.
No tardaron mucho en llegar al hospital. Los familiares de los pacientes ingresados pululaban por el pasillo, entrando y saliendo de las habitaciones, otros hablando con el personal sanitario. Raúl y Carol se dirigieron a la habitación que su madre le había indicado en un mensaje de texto y las encontraron allí a los dos.
La anciana tenía el pelo suelto, casi del mismo tono de la sábana sobre la que descansaba. La cama estaba ligeramente incorporada, y la mujer tenía mejor color, aunque tuviese varios botes enganchados a una vía en el brazo. Hablaron un rato con ella, aunque no demasiado, porque aún se la notaba cansada. Tras las despedidas, los besos y los consejos de rigor, volvieron a casa.

Las dos semanas siguientes pasaron rápido para Carolina, en una rutina ininterrumpida: por la mañana, ir a clase; a primera hora de la tarde, las clases con el macarra; después, ir al hospital a visitar a Juana; y, para finalizar el día, ducha, cena y directa a la cama.
Aquel jueves sólo prometía ser un día más, pero al llegar a clase, Patri los interceptó en el camino.
- ¡Tía, mira qué pelos! ¡Espero que mañana esto – Señaló dramáticamente a su melena cobriza – esté en condiciones o me va a dar algo! – Tanto Carolina como Raúl la miraron con sendos gestos de extrañeza. - ¿Holaaaaa? ¡La fiesta de disfraces! – Carolina se llevó una mano a la frente: lo había olvidado por completo. ¿Cómo lo había podido olvidar?
Cada año, al comienzo del curso, se organizaba una fiesta de disfraces en casa de uno de los alumnos. En su clase, siempre era la casa de campo de una de las chicas: un chalet a las afueras de la ciudad, lo suficientemente grande como para abarcar sin problemas a 30 adolescentes y muchas ganas de fiesta.
- ¡Tía, se me había olvidado del todo! Menos mal que ya había comprado el vestido.
- ¿Fiesta de disfraces? Vamos, aquí estáis todos muy grandes para esas gilipolleces. – La voz irritante de Raúl hizo que Carol se girara.
- ¿Perdona? En nuestras fiestas de disfraces, hay de todo menos cosas infantiles. ¡Es el evento del año!
- Ah… El evento del año… - Carolina podía notar el tono sarcástico y la forma en que Raúl aguantaba la risa al pronunciar la frase. Ya empezaba.
- Con no ir tienes bastante.
- De eso nada. – La segunda voz más desagradable de la clase se abrió camino hacia ellos a base de contoneos exagerados de cadera. Carolina no pudo evitar poner los ojos en blanco: la que faltaba. – No te la puedes perder. – Rocío le guiñó un ojo a Raúl, que sonrió con fanfarronería.
- Si me lo pides así, no me puedo negar, guapa. Además, ¿quién querría perderse el evento del año? – El muchacho dejó escapar una suave carcajada mientras se dirigía a su asiento.

Las clases parecían alargarse por lo que a Raúl se le antojaban milenios. Se pasaba las horas garabateando en las últimas hojas de un cuaderno, tarareando alguna canción o molestando de alguna manera a Carolina, que hoy estaba especialmente susceptible desde su primer encontronazo de la mañana. El timbre que anunciaba el recreo sonó y el muchacho se desperezó sonoramente. Se colocó cómodamente en la silla, casi medio tumbado, cuando vio que Rocío se acercaba hacia él, con esos andares suyos de gata. El chico la miró una vez más, de arriba abajo, sin asomo de disimulo, y la comisura derecha se le alzó en un intento vago de sonrisa.
Rocío ocupó el asiento en el que segundos antes había estado Carolina. Cruzó las piernas, a las que la falda apenas cubría.
- Entonces, qué. ¿No tienes disfraz para mañana?
- No, es que mi armario de disfraces es el que menos uso, ya sabes. Son todos de la temporada pasada. – Sonrió, rescatando una frase que le había escuchado a Carolina. Rocío dejó escapar una risita, mientras se enroscaba un rizo rojo oscuro en un dedo.
- A ver, déjame pensar… Mmmm… Mi hermano usó un disfraz el año pasado para el carnaval de Cádiz que quizá te siente bien. No es nada ridículo, no te preocupes. – Raúl se encogió de hombros.
- Está bien. Tengo cosas mejores que hacer esta tarde que ir a comprarme un disfraz. Y tú, ¿de qué piensas ir disfrazada? – Ella sonrió, con cierta picardía, mientras se levantaba. Se inclinó sobre él, dejando que sus rizos le acariciaran la mejilla, y le susurró al oído.
- Algo que no necesita demasiada tela. – Y se marchó, tras un guiño prometedor.

El último timbre de la mañana puso fin a la jornada. Todos salieron de la clase como almas que lleva el diablo, entre ruidos de sillas y papeles. Carolina se despidió de sus amigos en el recibidor, y se dirigió hacia la moto. Observó a Raúl y a Rocío salir juntos, en su ya habitual tonteo. ¿Podía haber una parejita más insoportable?
Raúl se acercó a ella, abrochándose la chaqueta.
- Me tengo que enterar de las fiestecitas por otros, eh. Vaya hermanita me he ido a buscar.
- No me vuelvas a llamar hermanita. Y no soy tu secretaria, así que apáñatelas solito. – Se colocó el casco, sin mirarle.
- Mira que eres borde… - Y volvieron a casa, donde les esperaba una sorpresa: Juana había vuelto. Al menos, pensó Carolina, había algo de lo que alegrarse, porque ya daba por perdida la fiesta de disfraces si el macarra pensaba ir a fastidiarla. 



Isa

viernes, 16 de septiembre de 2011

Una copa casi vacía...

Sentada en un bar, sola con una copa en la que ya apenas quedaba más que hielo, me inundó la tristeza que acompaña a la ausencia. El vacío ocupó la silla que en otro momento tuvo un nombre. Y fue entonces cuando brindé con mi vaso casi vacío por mi nueva compañera de viaje: la soledad.

Isa

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tú y mi mundo -08-

Llevaban alrededor de una hora en el hospital. La ambulancia no había tardado en llegar y trasladarlos allí. Una vez llegaron, metieron a Juana en una sala, y no habían vuelto a tener noticias de ella desde entonces. Raúl estaba sentado en una incómoda silla de plástico de la sala de espera, observando a ratos a Carolina. Estaba muy nerviosa, no paraba de moverse de un lado a otro, asomarse por el cristal ahumado de la puerta que había atravesado la anciana, a pesar de que era imposible ver nada. No habían intercambiado ni una sola palabra desde que salieran de su casa.
Carolina se dejó caer en el asiento de al lado. Estaba pálida y se mordía constantemente el labio inferior, que incluso estaba irritado. Raúl abrió la boca para decir algo, pero se quedó a medio camino por no saber qué era lo correcto. ¿Cómo estás? Pues mal, vaya pregunta. ¿No te preocupes? Claro que estaba preocupada; él también lo estaba. ¿Tranquila, va a estar bien? Una mentira como un piano: él no tenía ni idea de cómo estaba la mujer, con el porrazo que se había dado. La chica apoyó los codos en las rodillas y enterró el rostro entre las manos, el cabello cayéndole a modo de cortina a ambos lados. Raúl, en un gesto improvisado, posó su mano en la espalda de la muchacha. Al principio notó cómo ella se tensaba, pero unos segundos después se relajó un poco, aunque seguía ocultando su cara tras las manos.
El sonido de unos tacones se aproximaba, martilleando el suelo con firmeza y seguridad. Ambos giraron la cabeza hacia el lugar de donde provenían las pisadas y vieron acercarse a Carmen, vestida con un impoluto traje de falda y chaqueta beige. Carol se levantó de golpe, dejando la mano de Raúl suspendida en el aire.
- Mamá… - Susurró con voz acongojada y se lanzó a sus brazos.

- Mamá… - Repitió de nuevo, ya en el refugio que suponían los brazos de su madre. El nudo que llevaba teniendo en la garganta desde que reaccionó en su casa se hizo aún mayor, y las lágrimas que había intentado reprimir escaparon de sus ojos como dos torrentes que era incapaz de frenar. Sintió cómo su madre la abrazaba con fuerza. En ese momento, todo el enfado que tenía aún con ella se disipó: la necesitaba. Sólo el olor característico de su madre, la suavidad de su voz, la protección de sus brazos, ya le hacían sentir que todo iba a ir mejor.
- Tranquila, mi vida. Estoy aquí. – Carmen la apretó un poco más y luego la cogió por los hombros, separándola de ella con la intención de mirarla a los ojos. - ¿Qué ha pasado exactamente? – Las lágrimas seguían recorriendo el rostro de Carol, que no sabía cómo relatar la escena con la que se había encontrado en su casa. Se estremeció sólo de recordar la figura menuda de Juana rodeada de sangre, desmadejada en el suelo como un juguete roto.
Raúl relató brevemente lo que había sucedido. Aunque jamás lo admitiría, le agradecía haberle ahorrado el tener que poner en palabras el horror que presenciaron sus ojos. Carmen asintió.
- Pero aquí nadie nos dice nada. – Raúl se cruzó de brazos, con esa pose suya que era todo despreocupación. Carol lo odió por pasar de todo con tanta facilidad. – Nos verán cara de tontos o yo qué sé, pero llevamos una hora en el mismo sitio y nada.
- Está bien, voy a ver qué puedo averiguar. – La psicóloga enfiló uno de los pasillos, cada uno de sus pasos cargados de decisión y desenvoltura. Carolina siempre había envidiado a su madre por esa fuerza que siempre mantenía en pie, aún en los peores momentos.

Una vez Carmen hubo desaparecido por el pasillo, Carolina volvió a sentarse, esta vez dejando un hueco libre entre ambos. Si hubo un fugaz instante antes en que se hubiesen acercado, definitivamente se había esfumado. Notó cómo ella jugaba con sus manos, entrelazándolas y separándolas, hecha un manojo de nervios. Era tan transparente con lo que sentía, tan obvia… Raúl no podía terminar de entenderla, quizá porque él pertenecía al polo opuesto. Era cierto que estaba preocupado por Juana: le había tratado muy bien sin conocerlo de nada, y además había oído hablar maravillas de esa mujer a través de las palabras de Carmen.
Sin embargo, ahí estaba él, mostrando al mundo una mezcla de aburrimiento y pasotismo a partes iguales. No era persona de dejar ver abiertamente sus sentimientos. Hubo una ley que aprendió a fuego en la calle: si te ven débil, eres débil. Y él, que estaba prácticamente solo en el mundo, no podía darse el lujo de parecer débil. Porque los débiles siempre acaban siendo devorados por los fuertes, y entonces… Fin del juego.
Cuando las manecillas del reloj de la pared de enfrente habían avanzado más de un cuarto del recorrido de su circunferencia, volvieron a ver aparecer a Carmen. Siempre tan profesional, llevando las riendas sin importar cuál fuera el problema. “Es una tía que los tiene bien puestos” pensó Raúl, y no era la primera vez que lo hacía.
Carolina casi corrió hacia ella.
- ¿Cómo está? ¿Es grave? ¿Podemos verla? ¿Te han dicho si se va a tener que quedar ingresada? ¿Está…
- Tranquila, Carolina. No te aceleres. – Carmen le pasó un mechón de cabello tras la oreja a su hija. – Está estable. Le han hecho unas pruebas y parece ser que sólo tiene algo de anemia. Se quedará aquí unos días hasta que se reponga y se aseguren de que no hay nada más.
Raúl observó la reacción de Carolina, que volvió a mordisquearse el labio, intranquila.
- O sea, que no es seguro que no sea nada grave, ¿verdad? – Carmen hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
- Vamos, cariño, no te pongas en lo peor. Es un porcentaje más pequeño el que supone que sea algo grave. – Carmen y las estadísticas. Siempre se basaba en la fiabilidad de los porcentajes para dar énfasis a una hipótesis. “Profesional hasta en su vida personal…Supongo que no lo puede evitar” pensó Raúl. – Así que es mejor que os vayáis. Tu padre y Francisco vienen de camino. Pasaremos aquí la noche por si hay alguna novedad, vosotros id a descansar. Ya habéis hecho bastante. Habéis sido muy valientes. – La mujer los miró con dulzura a ambos y Raúl pudo advertir cómo Carol agachaba la mirada.
El muchacho se levantó, estirándose.
- Venga, vamos. – Hizo un gesto con la cabeza a Carolina y Carmen depositó un beso en la mejilla de cada uno antes de despedirse.


La vuelta a casa en taxi fue tan silenciosa como su estancia en el hospital. “Valientes” había dicho su madre. La chica sonrió con amargura, profundamente avergonzada con la forma en que había reaccionado. Ella había sido una completa cobarde, de no ser por Raúl… no sabía qué habría podido pasar. Le miró de reojo, durante un par de segundos. Suspiró, mirando a través del cristal la noche que ya caía. No era bueno empezar a deberle favores al macarra tan pronto.
Al llegar a casa, Carolina se dirigió directamente a su habitación. Preparó las cosas necesarias para tomar una ducha y se encaminó al baño. Intentó ahogar su preocupación en el agua caliente que caía sobre su rostro, pero no lo consiguió. Salió del baño, con el cabello humedeciéndole las mejillas, y volvió a su habitación. Se sentó en la cama y movió el cuello en círculos, intentando deshacerse de la tensión que le agarrotaba los músculos, sin mucho éxito.
Tardó unos minutos en darse cuenta de que había algo en su escritorio que no encajaba. Junto a una foto con sus amigos, parcialmente oculto de su vista por unos botes de perfume en la perspectiva que estaba, había un plato con un bocadillo. Se acercó y miró el pan, cortado por la mitad de forma irregular, con jamón y tomate asomando por los lados, el plato manchado de aceite. Estaba tan mal presentado que hasta un niño podía haberlo hecho mejor. No pudo evitar que una sonrisa se acomodara en las comisuras de sus labios.


Raúl se terminó el bocadillo que se había hecho de cenar. Se palmeó el estómago, donde el jamón estaba ya a buen recaudo. Cogió ropa limpia, tras oír a Carolina abandonar el baño, y se dispuso a tomar una ducha. Terminó pronto y salió del baño colocándose la camiseta. Miró hacia el dormitorio de Carol, que aún permanecía con la puerta cerrada y sin ningún ruido proveniente de su interior.
¿Se habría comido el bocadillo? Al principio, no había tenido intención de prepararle nada: él sólo había ido a por su cena porque, una vez quemada toda la adrenalina, su estómago había cobrado vida propia. Pero la había visto subir las escaleras, arrastrando los pies y con la cabeza gacha. Sabía que no iba a preocuparse en comer algo, y no quería tener más sustos hoy. Con hacer de héroe una vez al mes, a él le sobraba.
Había pasado un buen rato delante del frigorífico abierto, valorando las posibilidades. ¿Qué le gustaría? La verdad es que no le había prestado demasiada atención a lo que comía. Frunció el ceño, pensativo, y luego miró directamente a un paquete envasado al vacío, con su contenido rojizo y apetecible.
- ¡Qué coño! ¿A quién no le gusta el jamón? – Exclamó y preparó con rapidez los dos bocadillos, dejando uno velozmente en la habitación de la chica. No le apetecía encontrarse con ella en esa situación, que tenía muchos pájaros en la cabeza y capaz era de pensarse que se estaba preocupando por ella.
Llegó a su habitación, bostezando, y se dio cuenta de que algo destacaba en la superficie lisa de la puerta de su cuarto. Era un post-it rosa, con un simple “Gracias” escrito con tinta morada y letra inconfundible de chica. El muchacho sonrió y despegó el papel de la madera, con una sonrisa. Entró en su habitación y arrugó el papel, tirándolo a la papelera apenas sin pensarlo.
Se tumbó en la cama, dispuesto a ceder a la tentación de Morfeo, pero su mirada adormilada se dirigió a la papelera. Gruñó y se levantó, dirigiéndose al cubo y sacando el papel rosa. Lo alisó y se encogió de hombros, guardándolo en un cajón del escritorio. Después de todo, un agradecimiento de la princesita no era algo que se viera todos los días, ¿verdad? Mejor era guardarlo, porque dudaba mucho que volviera a recibir otro.


Carolina estaba terminando de recoger el desayuno, pensando ya que iba a tener que subir a buscar a Raúl, cuando éste apareció derrapando en la cocina.
- Joder, me he quedado dormido. Ya me podías haber despertado.
- Haberte puesto el despertador, como todo el mundo. – La hostilidad habitual. Todo seguía igual, como si el episodio ocurrido el día anterior, que quizá pudiera haberlos unido algo, se hubiera evaporado.
- Coño, qué humor gasta la princesita por la mañana. No te sienta bien madrugar, eh. – El muchacho se disponía a beber directamente del cartón de leche, cuando una mirada de Carol le advirtió que su vida correría en peligro si se atrevía a hacer eso. – Delicadita… - Murmuró, cogiendo un vaso y sirviéndose.
Estaban a punto de ponerse los cascos de la moto, cuando Carolina habló, atropelladamente.
- He hablado con mi madre. Juana está mejor, la han subido a una habitación. Mi madre dice que esta tarde ya puede recibir visitas. – La chica se colocó el casco, dando por zanjada la conversación. Él asintió, bajando la visera del casco. Se pusieron en camino hacia el colegio, con la hora justa y sin una sola mención del detalle de la pasada noche.
Llegaron cuando ya no había nadie en el recibidor, con el reloj casi marcando la hora punta. Carolina apretó el paso, alcanzando la puerta a la vez que la campana anunciaba el inicio de las clases. Raúl apareció unos segundos después, todo despreocupación.
Se dirigieron a sus asientos. Borja atrapó su mirada y levantó una ceja. Carol se imaginó lo que quería decirle: tienes mala cara. Quizá sólo él fuese capaz de ver el cansancio que había intentado ocultar tras una capa de maquillaje. Apenas había dormido esa noche. La conocía demasiado bien, no se le escapaba una.
En el primer cambio de clase, les explicó a Patri y a Borja a grandes rasgos lo que había pasado la tarde anterior. Había sido incapaz de ahondar en detalles, porque aún sentía escalofríos sólo de recordar la imagen de aquella anciana a la que adoraba tumbada en el suelo.
- Pero ya está mejor, ¿no? – Preguntó Patri, con sincera preocupación.
- Sí, esta tarde iré a verla.
- ¿Y él también va? – Patri señaló con la cabeza hacia el fondo de la clase, donde Raúl y Rocío volvían a estar flirteando abiertamente.
- No lo sé. – Antes le había dicho lo de las visitas como un intento de invitación, pero no estaba segura de que Raúl hubiese sido capaz de captarlo. Después de todo, no daba para mucho.
La llegada del profesor los mandó a todos de vuelta a sus pupitres. Estaban ya a mitad de la segunda hora, cuando una bolita de papel voló desde su espalda hacia su mesa. Estaba preparándose para tirársela a la cara de vuelta al macarra, cuando se percató de que había restos de tinta en el papel. Lo desdobló y ahí, con una caligrafía penosa, escrito en un trozo arrancado de hoja de cuaderno, estaba un “de nada”. Estaba acompañado con lo que ella supuso que era una caricatura de él mismo guiñándole un ojo. La muchacha reprimió una sonrisa y volvió a volcar su atención en los análisis sintácticos que llenaban la pizarra.



Isa

lunes, 5 de septiembre de 2011

Tú y mi mundo -07-

Durante el resto de las clases, Raúl había intentado molestar a Carol tanto como había podido: le resultaba sumamente gracioso lo rápido que se enfadaba y la cara que ponía al hacerlo. Sólo le faltaba echar humo por las orejas.
Cuando el último timbre sonó, anunciando la libertad, se formó el típico revuelo cuando los alumnos comenzaron a recoger a toda prisa. Carolina fue la primera en terminar y se dirigió hacia Borja. Raúl se levantó sin mucho interés, desperezándose. Un grupito de chicas empezó a pulular por su alrededor, con sonrisitas tontas. Él alzó una comisura, divertido con la atención que llevaba teniendo por parte de las féminas desde que había llegado. La mayoría de chicas de la clase se habían acercado a él para presentarse, aunque Raúl ya no recordaba el nombre de ninguna.
Una chica de cabello rizado se separó del grupo y se acercó a él, resuelta. Era alta, quizá 1.70 o más, y tenía un buen cuerpo, algo que a Raúl no le pasó desapercibido.
- Bueno, chico nuevo, ¿cómo piensas ponerte al día con las clases? Quizá necesites a un profesor particular, y yo tengo mucho tiempo libre – La muchacha le guiñó un ojo y se apoyó en su mesa. “Está bien buena” pensó Raúl, mientras se inclinaba hacia ella para contestarle.
- La verdad es que ya tengo un profesor en casa, pero una ayuda como la tuya nunca está de más. – Sonrió, apartándole un mechón del hombro – Aunque te advierto que no ando sobrado de pasta, así que no podría pagarte…
- Bueno, ya averiguaríamos entonces una forma de que me agradecieras esa ayuda…
- ¿Piensas tirarte todo el día de cháchara o vas a llevarme a casa? – Ahí estaba Carolina, con su cara de permanente enfado. Raúl levantó la vista hacia ella: ¿era así de oportuna o es que había estado observándole? – Ah, hola, Rocío – Las dos chicas se miraron y la enemistad brilló en los ojos de ambas, casi como en los dibujos animados.
- Hola, Carol. Estaba teniendo una interesante conversación con tu nuevo hermanito hasta que nos has interrumpido.
- Ya, me lo imagino. Todas tus conversaciones con chicos suelen ser de lo más interesante – Cada palabra destilaba ácido con su doble sentido. Rocío estaba abriendo la boca para replicar algo sin duda igual de mordaz, pero Carol no le dio tiempo – Pero esta vez tendrás que aplazar tu charlita, porque tengo prisa en irme. – Raúl se vio arrastrado por Carolina, que le sujetaba firmemente la muñeca. No lo soltó hasta que no salieron de la clase, apenas dándole tiempo a recoger sus cosas.
- Ey, ey, tranquila, fiera. Te he dicho ya que te controles: no me gustan los ataques de celos en público – Carol se había quedado boquiabierta, y la sangre se le agolpó en las mejillas. Y a Raúl le encantaba ponerla así de nerviosa – Aunque reconozco que siempre he sido feliz con una pelea de gatas por mí.
- ¡No te lo crees ni tú! ¿Celosa, yo? ¡Yo lo único que quiero es que me lleves a casa! – Carolina hablaba atropelladamente, aún con la cara de un rojo brillante – Y mucho menos voy a estar esperando a que termines de hablar con esa zorra.
Raúl chasqueó la lengua y negó con la cabeza, cruzándose de brazos.
- Ésa no es forma de hablar para una princesita. Mira que voy a tener que lavarte la boca con lejía y le voy a decir a los Reyes que sólo te traigan carbón. – Carolina le miró con un profundo enfado y Raúl apenas pudo contener la risa.
- ¡Idiota! – Se dio la vuelta, indignada, mientras la trenza se balanceaba en su hombro. Echó a andar hacia la salida y Raúl la siguió, a una distancia prudencial: nadie sabía cuándo se le podía escapar un guantazo a una mujer enfadada.
Raúl recorrió el pasillo con la vista: las paredes estaban adornadas con orlas de generaciones pasadas. El colegio era enormemente grande, no le sorprendería perderse por sus intrincados pasillos. Era una mezcla de nuevo y viejo, porque, sin duda, no escatimaban en gastos: las clases eran amplias, las mesas lo suficientemente grandes como para no agobiarse, el aire acondicionado estaba programado a la temperatura idónea, incluso cada alumno tenía su propio portátil. Algunos profesores, más conservadores, llevaban también libros de texto, pero la mayoría se limitaba a powerpoints o algún otro tipo de presentaciones.
Carol paró en su taquilla y sacó el casco de la moto. Raúl hizo lo mismo, estrujándose los sesos para recordar la combinación de numeritos. Cuando al fin lo consiguió, sacó el casco y cerró la taquilla, mientras Carolina le miraba con gesto impaciente, mascullando un “torpe”.
Ambos se dirigieron hacia la salida y pronto estaban sobre la moto, rumbo a casa. Carolina apenas se sujetaba a él por los laterales del polo, colocando su bandolera entre la espalda de él y el torso de ella, barrera impenetrable para evitar cualquier tipo de contacto. Él sonrió en la intimidad de su casco y giró la muñeca varias veces, haciendo que la moto cogiese velocidad con rapidez. El vehículo dio un tirón hacia delante y Carolina, más como reflejo que como acto meditado, se abrazó a él, uniendo las manos con fuerza en el abdomen de Raúl y aplastando la mochila entre ambos cuerpos. Raúl dejó escapar una ligera risita, amortiguada por el motor y el ruido de las ruedas luchando contra el asfalto.

Al llegar a la casa, Raúl dejó la moto al final de la cochera. El coche de su padre y el de su hermano no estaban, así que probablemente sólo Juana aguardase su llegada. Carolina dejó el casco sobre el asiento de la moto y señaló acusadoramente al muchacho.
- Tú… La próxima vez que conduzcas así, se lo voy a decir a mi madre. Que lo sepas.
- Ah… ¿Vas a ir corriendo a agarrarte a las faldas de tu mami? – Raúl sonrió con suficiencia, mientras que Carol cerraba los puños con fuerza, sintiendo cómo el rubor se extendía por sus mejillas. ¿Por qué siempre acababa poniéndose como un tomate con sus absurdos comentarios? – Yo no tengo culpa de que no estés acostumbrada a las emociones fuertes… Y, además, ¿no tenías tanta prisa en llegar? – Raúl le dio un golpecito con el dedo índice en la sien – Creo que algo no te marcha en condiciones aquí dentro, princesita.
Carolina apartó la cabeza bruscamente y le miró, entrecerrando los ojos.
- Avisado quedas. – Raúl se encogió de hombros y, al pasar a su lado, dejó caer un “chivata”. Carol se giró con rapidez, furiosa e indignada - ¿Qué has dicho? – Raúl la miró, intentando camuflar una sonrisa.
- ¿Yo? Nada. Puede que sea tu cabeza. Te lo he dicho: algo falla ahí.
- ¡Ni estoy loca ni soy una chivata!
Raúl siguió su ascenso por las escaleras que conducían al interior de la casa, mientras ella le seguía, exasperada.
- ¡A mí no me dejes con la palabra en la boca, idiota! – Sin pensarlo, le dio un golpe con la mano en la espalda. Raúl se giró, sorprendido, y fingió dolor.
- Ey, eso es agresión. Tienes que ser más delicada cuando me tocas, nena, que luego me dejas marcas – Él le guiñó un ojo, con esa sonrisa suya que la ponía de los nervios. Suspiró, cansada de contestarle, y se abrió paso hasta el salón.
El olor a comida casera inundaba la estancia.
- Ya estoy aquí, tata – Dijo Carolina alzando un poco la voz mientras se quitaba la chaqueta.
- Será estamos, ¿no? O yo qué soy, ¿un mueble?
- A nivel de inteligencia, no te llevas mucho con un mueble. Y si metemos la tele dentro de “muebles”, considérate derrotado.
- Uhhh, qué dura eres… - Raúl se llevó las manos teatralmente al pecho, ladeando el rostro con gesto compungido – Creo que me acabas de llegar al corazoncito.
Carol negó con la cabeza y se dirigió a su habitación, donde dejó la mochila y la chaqueta. Se puso una ropa más cómoda y fue al baño, dispuesta a lavarse las manos. La puerta estaba entreabierta, así que un simple empujoncito bastó para terminar de abrirla. También fue bastante para comprobar que el baño no estaba vacío. Carolina se dio la vuelta rápidamente, sonrojándose de inmediato. Se alegró de estar dándole la espalda a Raúl y que no pudiese notar ese detalle.
- ¿No te han enseñado en el sitio de donde vienes a cerrar la puerta cuando estás en el baño?
- Joder, qué delicada la princesita. Ni que fuera al primer tío que ves mear.
- ¡Pues no tenía mucho interés en verte precisamente a ti! – Carolina escuchó el sonido de la cisterna y del grifo. Cuando oyó como el agua dejó de correr, se dispuso a darse la vuelta, pero sintió la mano de Raúl en su cintura y su aliento en la nuca, mientras le susurraba.
- Hubieses preferido encontrarme en la ducha, ¿verdad? Siento haberte desilusionado… - Carol sintió un escalofrío recorrerle la columna y cómo su rostro se tornaba de una tonalidad granate. Se dio la vuelta y le golpeó en el hombro, mientras él se reía escandalosamente.
- ¡Eres un guarro, y un pervertido, y un asqueroso! – Cada insulto iba acompañado de un golpe. Raúl se escabulló entre risas. Carolina resopló, mientras se miraba al espejo. ¿De verdad estaba así de colorada? Se palmeó las mejillas, aún ofuscada. Se lavó las manos y bajó al comedor.
Raúl ya estaba sentado a la mesa. Bueno, más bien repantingado. Carol notó cómo observaba cada uno de sus movimientos mientras tomaba asiento. Levantó la vista hacia él, confusa y aún enfadada.
- ¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara o qué? – Una sonrisa sesgada se dibujó en el rostro de Raúl.
- Monos no, precisamente… - Carolina sabía muy bien a qué se refería y se puso una mano en la mejilla, intentando disimular ese rubor que no se había quitado, sino que iba en aumento. Escuchó la baja risita del muchacho mientras Juana servía el último plato.
- A comer, tesoros.

Terminada la comida, ambos ayudaron a Juana a recoger la mesa. Una vez se quedaron solas en la cocina, Carol observó más de cerca a la anciana: ya lo había notado durante el almuerzo, pero ahora estaba segura de que estaba pálida.
- Tienes mala cara, tata. ¿Estás bien?
- Sí, sólo estoy un poco cansada. Los años pesan mucho, vida mía. – La mujer sonrió con suavidad y un millar de arrugas tomaron vida en su rostro. – Ahora me echo una siesta y se me pasa.
La chica la miró aún con preocupación.
- ¿De verdad que no quieres que te ayude? – La anciana movió la cabeza en un gesto de negación.
- No, sólo son cuatro platos y pasar un poco la fregona. Además, tú tienes que empezar con las clases de Raúl. Así que venga, los dos arriba a estudiar.
Carolina torció el gesto. Juana tenía razón, su madre le había dejado una nota recordándole que las clases empezaban hoy. Dos horas. Maravilloso.
La muchacha subió las escaleras como el condenado que camina hacia la horca. Llamó a la puerta de Raúl, aunque ésta no estuviese cerrada: ya había tenido bastantes encuentros desagradables con él por hoy.
- Está abierto. – “Ya lo sé, idiota” pensó, mientras atravesaba el umbral.
- Las clases empiezan hoy. – Carolina le miró significativamente, ya que él estaba tumbado en la cama, sin mucha intención de sacar los apuntes.
- ¿Y si nos saltamos la de hoy? Que eso de empezar las cosas los lunes es un topicazo… - Carol se cruzó de brazos y alzó las cejas. Él captó el mensaje. – Está bien, está bien, chica responsable. – Raúl se levantó de la cama y lentamente caminó hacia el escritorio. A Carolina le ponía nerviosa la parsimonia con la que hacía todo.
Carol colocó otra silla a su lado y encendió el portátil del chico, sin pedir permiso. Él la dejó hacer, entre bostezos.
- ¿Cuánto sabes de inglés?
- Mmm… ¿Nada? – La chica le miró, alarmada.
- ¿Lo dices en serio? – Raúl asintió, con tranquilidad. – Bueno, tiene su lógica, teniendo en cuenta que me cuesta entenderte en castellano…
- Hey, no te pases… - El chico se hizo el ofendido mientras ella ponía los ojos en blanco.
- Vamos a empezar – Carolina tanteó un poco el terreno, para ver si había sido una exageración. No, definitivamente no lo era.
Apenas había pasado media hora cuando se oyó un fuerte golpe en la planta de abajo. Ambos pegaron un bote en sus asientos.
- ¡Coño! ¿Qué ha sido eso? – Exclamó Raúl, haciendo el amago de levantarse.
- Se le habrá caído algo a Juana. Es un  poco torpe a veces. – En su familia, ya casi estaban acostumbrados a los estruendos de la anciana: raro era el día en que no se le caía algún plato o las cacerolas. – Intenta traducir esas frases mientras yo bajo a ver qué ha sido esta vez.
Carol bajó las escaleras desperezándose y se dirigió directamente a la cocina, la cual se encontró vacía.
- Tata – Llamó, sin respuesta – Tata, ¿estás en el salón? – Al entrar en el comedor, se le heló el cuerpo. Juana estaba tumbada en el suelo, inconsciente, con una silla derribada a su lado. Tenía el canoso cabello manchado de rojo, así como la silla. Carolina se quedó en estado de shock, sin poder reaccionar, ni siquiera gritar para pedir ayuda.
La muchacha no sabía cuánto tiempo había estado ahí de pie, observando cómo la sangre de Juana teñía de escarlata la madera del suelo. Ni siquiera escuchó las pisadas de Raúl al acercarse.
- ¿Por qué tardas tan…? – La última palabra quedó a medio terminar - ¡Joder! – El chico atravesó la estancia en un par de zancadas y se arrodilló junto a la mujer, dándole unas palmaditas en el rostro, terriblemente blanco. - ¡Juana! ¡Despierta! – Raúl levantó la vista hacia Carolina, que seguía en el mismo lugar. - ¿A qué esperas? ¡Llama a una ambulancia, corre! – Ella siguió sin reaccionar, como si le hubiesen clavado los talones en ese lugar. El muchacho se levantó y la cogió por los hombros, zarandeándola. La miró directamente a los ojos, mientras ella empezaba a despertar del estado en que se encontraba – Juana te necesita. Ve y llama a una ambulancia. Ya. – Raúl habló despacio, clavando su mirada en los ojos de la chica con intensidad. Esas palabras fueron suficientes para terminar de traerla al mundo real.
Carol corrió hacia el teléfono y marcó el 112. El tono de llamada sonaba en el auricular, mientras observaba nerviosamente cómo Raúl cogía a la menuda anciana en brazos y la colocaba en el sofá. Luego fue a buscar un trapo de cocina limpio y lo apretó contra la herida que Juana tenía a un lado de la cabeza. Una voz respondió en el teléfono, pero Carolina apenas le dio tiempo a hablar.
- ¡Por favor, necesito ayuda!



Isa

jueves, 1 de septiembre de 2011

Frases 11

Sé que es una excusa muy pobre pero yo...yo sólo quería hacerte feliz...


Isa

Frases 10

Te quiero, sí, te quiero...Te quiero tanto que es absurdo...


Isa

domingo, 28 de agosto de 2011

Tú y mi mundo -06-

(Antes que nada, decir que este capítulo va dedicado a esa personita que todos los días me pregunta: "¿Has escrito? ¿Cuándo vas a actualizar?", por estar siempre encima mía =P Y daros las gracias a todos los que esperáis pacientemente a que vuelva a escribir, que sé que me cuesta subir algo ^^U Pero a partir de ahora, prometo hacerlo más seguido, de verdad ^^)
El colegio donde estudiaba Carolina era el Dulce Nombre de Jesús. En sus comienzos, eran dos colegios distintos: uno para niños y otro para niñas. El colegio lo fundó la orden de los Carmelitas, encargándose los sacerdotes de la educación masculina y las hermanas de la de la femenina. En la actualidad, aunque el colegio seguía siendo propiedad de la orden, la mayor parte del profesorado no era religioso. El colegio había evolucionado hasta convertirse en un lugar donde se reunían los hijos de familias acomodadas, conservando aún gran parte de la rectitud de las escuelas religiosas.
Al haber sido dos colegios diferenciados, era un lugar bastante grande. Hoy en día, era mixto, así que la mayoría de las partes del colegio habían cambiado su fin. Tras atravesar las verjas del colegio, había un caminito de gravilla que surcaba una zona verde, llena de árboles y arbustos, que tenían como objetivo preservar la intimidad del centro. El camino conducía a la entrada del colegio. El edificio en sí era bastante sobrio, hecho en piedra grisácea y sin adornos, pero tenía ese cierto porte señorial de lo antiguo.
Raúl frenó con suavidad a un lado de la entrada, que ahora hacía las veces de aparcamiento. Carolina bajó de la moto, quitándose el casco y recolocándose la trenza. La muchacha miró a Raúl, que estaba colocándole una cadena a la rueda de la moto.
- ¿Qué haces? ¡Nadie aquí va a robarte la moto! Aquí no acude la gentuza con la que tú te juntas, por si no te habías dado cuenta. – Hizo un amplio gesto con la mano, abarcando la zona de la entrada, repleta de estudiantes. Aunque todos vestían el mismo uniforme, Raúl pudo captar esa especie de ambiente que se crea cuando se reúne gente de mucho dinero. Terminó de poner la cadena y se incorporó, mirando fijamente a Carol.
- La gente más rica no es la más honrada. – Le dio un toquecito en la frente con el dedo índice – Grábatelo en la cabecita.
La  chica se echó hacia atrás, frotándose la frente.
- ¿Quién te crees que eres para darme lecciones? Yo sé mucho más que tú de…
- ¡Carol! – La vocecilla aguda de una muchacha interrumpió la frase de Carolina, y ambos se giraron hacia ella.
- Buenos días, cariño – Las chicas intercambiaron dos besos. Junto a la muchacha, iba un chico. Éste hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo.
- Carol… ¿Has venido con él? – La muchacha señaló a Raúl – Ésa es la moto vieja de tu hermano, ¿verdad? ¿Quién es él?
Carolina sopesó la situación. Bueno, al fin y al cabo, se iba a acabar sabiendo. Suspiró y se cruzó de brazos.
- ¿Os acordáis de que os dije que mi madre iba a adoptar a un niño?... Bueno, pues el niño venía crecidito. Éste es mi nuevo… - Casi se atragantó con la palabra, así que decidió obviar el parentesco legal – Éste es Raúl.
Tras unos momentos de sorpresa y asimilación, fue Carolina la que rompió el hielo.
- Y ellos son Patri y Borja, mis dos mejores amigos. Los verás bastante por casa. – Dicho esto, entrelazó su brazo con el de Patri, y echó a andar mientras decía – Nos vemos en clase. Venga, Borja, no te retrases.
Pero Borja seguía observando a Raúl, examinándolo minuciosamente. Finalmente, le tendió la mano.
- Encantado de conocerte. – Borja era un chico bastante normal: ni demasiado alto ni demasiado bajo, con el pelo castaño y rizado, los ojos color miel. Raúl le estrechó la mano.
- Lo mismo digo. – Raúl observó cómo Carolina y Patri se paraban en seco. Carolina empezó a recolocarse la ropa, de forma nerviosa, y Borja resopló.
- Ya empiezan…
Carolina se separó de su amiga, puso la espalda recta y caminó con seguridad hacia un chico.
- ¿Quién es ése? – Raúl señaló al chico con el que Carolina estaba tonteando claramente, y Borja se cruzó de brazos antes de contestar.
- Se llama Chema. Es el guaperas del colegio, y Carol lleva toda la vida enamorada de él. – Raúl examinó con más atención al muchacho, después de la jugosa información que acababa de recibir. Era un tipo alto, de complexión fuerte, tenía los ojos azules y un cabello rubio oscuro con un flequillo que le tapaba toda la frente y que se quitaba continuamente de los ojos.
- ¿Y éste es el más guapo de aquí? Pues sí que tenéis el listón bajo. – Raúl se acercó a la parejita. Conforme se iba acercando, pudo oír lo que se decían.
- … y no te vi en la fiesta del sábado. Aunque no estuve mucho rato, la verdad: no es que estuviera muy allá. – Carolina sonreía de una forma tan bobalicona que Raúl apenas pudo contener la risa.
- Sí, bueno, había quedado y eso. Pero de haber sabido que ibas tú, hubiese cambiado de planes… - Chema lanzó una sonrisa de galán experto y Raúl casi pudo ver cómo Carol se derretía por la ilusión.
Raúl dejó caer el brazo sobre los hombros de Carolina, llenándose de satisfacción ante su gesto de horror al verle. El verde oscuro de sus ojos echaba chispas, casi prometiéndole una muerte lenta y dolorosa tras esta jugarreta.
- Bueno, princesita, ¿vas a enseñarme nuestra clase o piensas dejar que vaya solito y me pierda? – Raúl torció una sonrisa e hizo un saludo militar al chico, llevándose a Carolina hacia las escaleras de entrada.

Carol sentía la rabia burbujear en sus venas. Estaba teniendo algunos avances con Chema últimamente, y justo esa mañana le había dicho que hubiera ido a la fiesta de saber que estaba ella. Y, en ese momento maravilloso, tuvo que aparecer su pesadilla personal. El macarra se la había llevado sin darle oportunidad siquiera a despedirse o a explicarle por qué tenía relación con un tipo como él. Se dejó caer en su asiento, hecha una furia, tamborileando los dedos contra la mesa. Borja se sentó tras ella. Ella se giró para mirarlo.
- ¿Has visto la vergüenza que me ha hecho pasar delante de Chema? ¡No sé qué debe estar pensando él ahora de mí! – Borja le dio unas palmaditas tranquilizadoras en la mano.
- Vamos, no ha sido para tanto. No hace falta que te pongas así. – Él le sonrió. Borja tenía una sonrisa cálida con la cualidad de tranquilizarla. Carolina ni siquiera podía recordar cuándo había aparecido Borja en su vida: simplemente siempre había estado ahí. Por sus apellidos, él Ferriz, ella Ferrer, siempre habían sido colocados juntos en clase. Este año, además, eran los últimos de la fila, lo que les permitía cierta libertad para hablar. Él era ese compañero de atrás con el que podía contar en todo momento: desde necesitar una traducción hasta una palabra de apoyo cuando tenía el corazón magullado. Más tarde, en el último curso de primaria, había aparecido Patri, y desde entonces los tres se habían vuelto inseparables. Sin embargo, había una cierta complicidad entre Carol y Borja distinta, quizá obtenida en todos esos años de conocerse.
- Venga, alumnos, guarden silencio. Va a empezar la clase. – Don Aurelio, el profesor de Literatura, un hombrecillo de baja estatura con aspecto de ir siempre con prisas, entró en el aula. Se dirigió a su mesa y dejó caer la copia del pesado libro de texto sobre la mesa. – Bien, sigamos donde lo dejamos ayer. Si profundizamos en… - El profesor se interrumpió bruscamente, mirando sobre sus gafas de lectura hacia una esquina de la sala. - ¿Se puede saber quién es usted y que hace ahí de pie?
Raúl sonrió, alzando los hombros.
- Nadie me ha invitado a sentarme, y uno es muy educado. – Un par de risitas tontas se oyeron en la clase, y Raúl les envió un descarado guiño a sus nuevas y recientes admiradoras en clase. Carol rechinó los dientes: ¿cómo podían ser tan idiotas de seguirle el rollo?
- Ah, sí, sí. Es cierto. Usted es el nuevo, ¿verdad? El hermano de la señorita Ferrer. – Carol sintió el peso de 30 miradas directamente sobre ella: D. Aurelio acababa de ahorrarle una explicación a sus compañeros. Todo efectividad. – Habrá que ubicarlo entonces… - El hombre rebuscó en su libro hasta dar con una lista de la clase. – Veamos… Señor Ferriz. – El profesor alzó la mirada y la clavó directamente en Borja. – Va usted a cambiarse de sitio, si es tan amable. Vamos a intentar respetar el orden de lista, así que ponga una mesa justo aquí delante. – Señaló frente a la mesa del profesor. Carolina le miró horrorizada: iban a poner a Borja en la otra punta. Esto no podía estar pasando. – Además, así la señorita Ferrer podrá ayudar a aclimatarse al señor Ferrer.
- Don Aurelio, por favor, no cambie a Borja. Quiero decir… Es mejor que Raúl se relacione con el resto de nuestros compañeros, ¿no cree? A mí ya me conoce y…
- Ya basta, señorita Ferrer. Es el primer día del muchacho y no conoce a nadie, es necesario darle tiempo para que se adapte.
- Pero…
- No hay “peros” que valgan. No creo que sea usted quien tenga que decir cómo organizo mis clases, señorita. – Don Aurelio la miró duramente, antes de volver su atención a Raúl, que todavía mantenía esa sonrisa que exasperaba a Carol. – Y usted, apresúrese a tomar su sitio. No me hagan perder más tiempo de mi clase.
Raúl se dejó caer en el asiento de Borja, y Carolina sintió su aliento en la nuca mientras le susurraba: - Vaya, también mi compañera de mesa… Parece que no puedes vivir ni un segundo sin mí, princesita.


Las tres primeras horas pasaron tan lentamente que Carolina pensó que había algún problema con su reloj. Los minutos avanzaban cruelmente lentos y, para colmo de males, Raúl no dejaba de tararear canciones. La muchacha estaba empezando a tener un importante dolor de cabeza cuando la ansiada campana que anunciaba el recreo sonó.  Carol se levantó de su asiento como si tuviese un resorte y se lanzó hacia la mesa de Borja.
- No esperaba que nos cambiaran a estas alturas. – Comentó Borja mientras se levantaba, cerrando el libro que había estado usando. Carolina fulminó con la mirada a Raúl, que estaba desperezándose tranquilamente en su nuevo asiento.
- Todo por su culpa. Desde que ha llegado, no ha hecho otra cosa aparte de molestar.
Borja rió suavemente y le dio unas palmaditas cariñosas en la cabeza.
- Venga, no te pases. Él no tiene la culpa: ha sido cosa de D. Aurelio, que cuando se le mete algo en la cabeza, ya sabes… - Carol se cruzó de brazos, enfurruñada y aún sin estar dispuesta a admitir que pudiese haber otro culpable de sus males que no fuese el macarra. Patri apareció sorteando las mesas.
- Pues parece que tu hermanito se está “aclimatando” de maravilla… - La chica señaló con la cabeza hacia el final del aula.
- No lo vuelvas a llamar “tu hermanito” o vas a estar en problemas, Patricia – Masculló Carol, antes de girarse hacia donde señalaba su amiga. Raúl estaba rodeado de un grupito de chicas, cada cual intentando acaparar más su atención. Él no podía parecer más satisfecho con su aceptación femenina. - ¿Esto es en serio? ¿Qué le ven?
- Hombre, chica, el muchacho feo no es… Pero más que eso es como… atractivo, ¿no? Y diferente al 99% de los chicos de aquí. Hay que admitirlo, es la novedad, y tampoco está mal.
Carolina puso los ojos en blanco, incrédula.
- Gracias a Dios – Hizo especial énfasis en estas palabras –, los chicos aquí son diferentes a eso. Si no, ya me habría cambiado de colegio, te lo aseguro.
Carol miró con más atención al macarra. Tenía el cabello negro, con un peinado rapado a los lados horrendo. Estaba ligeramente bronceado y tenía los ojos castaños. Tenía unos bíceps bien formados, pero tampoco como para llamar la atención. Tampoco el resto de su cuerpo tenía nada de especial: ni demasiado alto, ni demasiado guapo… Nada.
Raúl atrapó su mirada, y una sonrisa ladeada se extendió por su rostro. Carolina se giró rápidamente, dándole la espalda: definitivamente, para ella, no tenía nada de atractivo.
El recreo pasó fugaz y Carol tuvo que volver a regañadientes a su sitio. Raúl ya estaba sentado, pero ella lo ignoró de forma deliberada. La profesora de inglés ya había empezado la clase cuando escuchó el susurro proveniente del asiento de detrás.
- Antes te he pillado mirándome de arriba abajo… - Carol sintió que se le enrojecían las mejillas y cerró los puños sobre la falda del uniforme, con enfado. – Ya sé que es complicado, pero por lo menos cuando estemos en público deberías cortarte un poco, que ahora somos familia. – Carolina podía imaginar la sonrisa de satisfacción que cruzaba su estúpido rostro. Ladeó el rostro y casi gruñó al contestarle.
- Me estaba preguntando  qué es lo que han visto esas niñas en ti para hacerte caso. Debe haber sido por curiosidad o por lástima, porque otra explicación no hay.
- ¿Estás segura? Yo diría que es porque estoy buenísimo y además soy simpático, gracioso, buena gente…
- No te lo crees ni tú. – Le interrumpió Carol.
- Miss Ferrer, have you got something to share with us? – Carolina se giró rápidamente hacia la profesora, con las mejillas encendidas.
- No, professor, I haven’t.
- So, be quiet, please. – Carol se llevó la segunda mirada de reprimenda del día, mientras oía la risa amortiguada de Raúl a su espalda. Ni siquiera las clases prometían ser tranquilas de ahora en adelante.


Isa

sábado, 23 de julio de 2011

La vista más maravillosa del mundo...

Llegaron al mirador. Ella cerró los ojos y dejó que la brisa le besara el rostro. Él se apoyó en la barandilla, con el único oficio de observarla. Ella sonrió, con los vestigios de una niñez todavía no del todo olvidada, y admiró el paisaje que se extendía frente a ellos, iluminado tenuemente por el brillo plateado de una luna de verano.
- Ha merecido la pena la caminata, ¿verdad? – Él asintió. Claro que, con ella, todo merecía la pena: los años a su lado, camuflando con amistad algo que incluso al llamarlo amor se quedaría corto; los tropiezos con amores que dejaron lágrimas, y el prestarle su hombro como refugio; las ilusiones, las risas, los buenos momentos, el crecer juntos…
- ¿No crees que ésta es la vista más maravillosa del mundo? – Ella seguía sonriendo, ignorante de lo obvio, y él sintió cómo esa sonrisa hacía galopar su corazón, como un potrillo desbocado. Mientras la miraba fijamente, ajeno al verde panorama que los envolvía, más para él que para ella, susurró:
- Sí: la más maravillosa del mundo…



Isa

viernes, 22 de julio de 2011

Frases 09

Tú sólo quiéreme y deja que yo me encargue del resto.


Isa