Carol estaba sentada en la cama, mientras Juana le cepillaba
el cabello, como tantas veces había hecho cuando era niña. Era la primera noche
que pasaba en casa después del accidente, y todos habían insistido en que
descansase. Pero la anciana, con las manos en la cadera y el ceño fruncido, se
había impuesto: a ella no la tumbaban ni los años ni una simple caída. Y allí
estaba, pasándole el cepillo por el cabello con un mimo infinito, mientras
tarareaba una canción ya olvidada por muchos, pero aún bien clara en sus
recuerdos.
- Mañana es la fiesta ésa, ¿verdad? – La muchacha asintió,
mientras observaba el vestido que usaría como disfraz, ya colgado en la pared,
planchado y listo para ser usado. – Mi niña va a estar preciosa con ese traje.
Vas a ser la más guapa de todas las muchachas. – Carolina rió y se giró para
mirar a la mujer, que le sonrió y el rostro se le surcó de arrugas, como un
papel ajado. Aunque sus padres habían insistido en que no había sido más que
una anemia pasajera la causante del incidente, Caro juraría que veía a Juana
más cansada, más mayor, como si le pesasen más los años que nunca.
- Deberías irte a dormir, tata. No te esfuerces demasiado,
que todavía es pronto. – Juana dejó escapar una suave risita, mientras se
levantaba lentamente.
- Tengo el pellejo más duro de lo que os creéis todos. ¡Ni
que una fuera de porcelana! Anda, acuéstate antes de que me vaya. – Carolina
sonrió y se metió en la cama, volviendo a ser una niña por unos instantes.
Juana le colocó bien las mantas, arropándola como tantas veces había hecho
antes. Se inclinó sobre ella y le dibujó una cruz en la frente con el pulgar,
mientras murmuraba muy bajito una bendición. La anciana dejó un beso en su
cabello y un “buenas noches, mi vida” antes de abandonar la habitación. Esa
noche, el sueño fue tan reparador como cuando era una cría.
El día siguiente fue un no parar. Las clases pasaron entre
nervios y cuchicheos sobre el modelito que llevaría ésta o aquélla. Cuando
Carolina quiso darse cuenta, estaba enfundada en su disfraz y montada en el
coche de su hermano, que se había ofrecido a llevarlos. Sin embargo, el macarra había declinado la
oferta, diciendo que tenía que ir a recoger su traje. Carolina no pudo esconder
su felicidad: con un poco de suerte, encontraría algún plan mejor por el camino
y no tendría que aguantarlo. A esa fiesta todavía le quedaba una última
esperanza.
Cuando llegaron a la casa de campo, estaba decorada tan bien
como todos los años: la anfitriona había colocado guirnaldas, globos y luces de
colores por los árboles que rodeaban el edificio. Olía a comida y la música se
podía oír desde la entrada, aunque no de la forma agobiante de las discotecas.
- Bueno, Chisco, me voy. Gracias por traerme. – La muchacha
besó la mejilla de su hermano y éste la miró, receloso.
- Ten cuidadito, eh. – Carol puso los ojos en blanco.
- ¡Que sí, pesado! – Y salió del coche, antes de que a su
hermano le diera tiempo a soltarle la lista de recomendaciones de siempre.
- ¡Cariiiiiiiiiii! – Patri salió revoloteando de la casa, y
nunca mejor dicho: había elegido un vestido de campanilla compuesto por una
especie de corsé en la parte superior (nada demasiado provocativo) y una falda
vaporosa, con varias capas de tela cortada en pico de diferentes tonalidades de
verde. Las alas semitransparentes y el moño daban el toque final al disfraz.
Dio una vuelta frente a ella y abrió los brazos, a la espera de un veredicto. -
¿Qué te parece? – Carolina sonrió, divertida.
- Que si te viera Peter Pan, seguro que no se quedaba con
Wendy. – Ambas rieron. Carol alzó la vista al ver acercarse a Borja. Iba
guapísimo: su atuendo imitaba a un caballero de la época victoriana. Vestía un
traje de chaqueta marrón, con un chaleco de rayas marrones y blancas, una
camisa blanca y una pajarita. Se quitó el sombrero ante ellas y sonrió.
- Están ustedes deslumbrantes, señoritas. – El chico se
colocó entre ellas y le tendió un brazo a cada una – Si me permiten el honor de
acompañarlas en esta velada… - Ambas sonrieron y se cogieron de su brazo,
adentrándose en la casa y en la larga noche que apenas empezaba a despuntar.
Nada más entrar, apenas le había dado tiempo a saludar a un
par de personas, cuando sintió una mano en la cintura.
- Vaya, vaya. Estás guapísima esta noche. – Carolina se
giró, para encontrarse con el rostro de Chema muy cerca del suyo. Chema iba
arrebatador, vestido de ninja, todo de negro y ceñido. La chica sintió cómo
temblaba cada parte de su cuerpo y casi no fue capaz de encontrar la voz para
susurrar un “gracias”.
¿Quién había dicho que iba a ser una mala noche?
Raúl había ido a recoger el disfraz a casa de Rocío, pero no
había salido ella a dárselo, sino que había enviado a su hermana pequeña.
Estaba creando altas expectativas con el vestido, y Raúl intuía que las iba a
cumplir con creces. A la casa lo había llevado El Mani en moto, y a casa de
éste fue a cambiarse. Óscar, el Mani, era su mejor amigo desde que era capaz de
recordar. Nada más llegar al orfanato, lo había conocido jugando en la calle.
Era un chico de familia humilde, con una sonrisa siempre en el rostro y una
energía inagotable.
- Venga, tú, aligera, que he quedado con la Jessi después de
dejarte a ti.
- Joder, ya voy, que no sé cómo va esta mierda. – Después de
un rato más de pelea con el disfraz, los dos chicos estuvieron listos para
ponerse en marcha.
Una vez montados
sobre la moto de Óscar, éste comenzó a reír.
- Y tú ¿de qué te ríes?
- Pues de ti, que vas hecho un gilipollas con eso. – Raúl le
dio un golpe en el hombro, refunfuñando.
- Venga y tírale ya. – Apenas tardaron en llegar al sitio de
destino, que la especialidad de Óscar no era precisamente la de cumplir los
límites de velocidad. Raúl le devolvió el casco y se chocaron sonoramente las
manos.
- Bueno, figura, que triunfes esta noche con las pijitas
éstas. Aunque bueno, con eso… - Óscar miró a Raúl de arriba abajo y prorrumpió
en risas – Está la cosa chunga. – Raúl levantó la mano, haciendo amago de
pegarle.
- Anda, vete antes de que te caliente. – El chico
desapareció en la oscura carretera, aún entre risas. Y Raúl entró en la casa,
dispuesto a comerse el mundo esa noche.
Buceó entre la masa de adolescentes que bailaban la última
canción de David Guetta. Saludó a alguna que otra chica, y pronto se topó con
Rocío. No pudo más que soltar un silbidito: se había disfrazado de Lara Croft.
Toda ella era cuero, piel al descubierto, tacones y bucles rojos. Los fieros
ojos verdes, perfilados en negro, le atraparon.
- ¿Qué, te gusta el modelito?
- No podrías haber elegido otro mejor, nena. – Y le guiñó un
ojo. Atisbó a Patri y a Borja bailando solos apenas a unos pasos de donde se
encontraba él, pero no había ni rastro de la princesita. No la había visto
disfrazada, porque había salido de casa antes de que ella se vistiese, así que
le picaba la curiosidad. Con un último vistazo a la pelirroja que tenía
enfrente, le susurró al oído – No te vayas muy lejos. Ahora te busco. – Se
abrió paso entre sus compañeros de clase hasta los dos muchachos. – Ey, ¿qué
pasa?
- ¡Hola! Ya creía que no venías. – Patri le sonrió. Aquella
chica le caía simpática.
- Donde hay fiesta, estoy yo. – El chico sonrió, divertido.
- ¿Y dónde está la que la falta? – Esta vez fue Borja el que contestó,
señalando hacia un lado con la cabeza.
- Allí. – Raúl se giró hacia donde le indicaba y se quedó
sin palabras por un instante. Carolina iba disfrazada de princesa elfa. Había
escogido un vestido color nácar, que se ceñía a su talle y, a partir de la
cadera, caía más holgado hasta el suelo. Tenía los hombros al descubierto, un
escote en pico en la espalda, cubierto por una tela de tul con un diseño de
enredadera bordado, el mismo que bordeaba el cuello del vestido y el final de
las amplias mangas. Llevaba dos trenzas a los lados de la frente, que se unían
al resto del cabello detrás de la cabeza, que caía suelto en cascada por su
espalda. Llevaba una especie de diadema en la frente y unas orejitas
puntiagudas de plástico resaltando entre el dorado pelo. Destacaban en sus pies
unas sandalias planas de pedrería. Estaba espectacular, aunque no del modo que
Rocío, si no de una forma elegante que aquélla jamás alcanzaría.
Sin embargo, la princesa elfa estaba bailando demasiado
cerca con un ninja rubio. Raúl torció el gesto: ese tipo le caía mal desde el
primer momento en que le vio.
- Siempre es así cuando está Chema cerca. Parece que se le
olvida todo a su alrededor. – El chico miró a Borja. Éste estaba observando a
la pareja y apretaba la mandíbula. Algo encajó en la mente de Raúl y todo cobró
sentido. Había oído rumores de que Borja era gay, ya que no se le conocía novia
alguna y siempre estaba con sus dos amigas. Sin embargo, viendo el gesto dolido
en su faz, Raúl podía asegurar que no era gay en absoluto. Más bien, estaba
enamorado hasta las trancas de la princesita. El chico puso una mano en el
hombro de Borja y le sonrió.
- Pues ya es hora de traerla de vuelta a la realidad, ¿no
crees? – Y se encaminó hacia la parejita, con una sonrisa traviesa surcándole
el rostro.
- Entonces, el cani ése de la otra vez no es tu novio ni
nada parecido, ¿no?
- ¡No! ¿Te imaginas? – Carolina se echó a reír. La noche no
podía llevar mejor rumbo: desde que había llegado, Chema no se había separado
de ella. Lo sentía por sus amigos, a los que había dejado algo de lado, pero
era una oportunidad única y no pensaba desaprovecharla. – No tengo novio, pero
sí hay alguien que me interesa…bastante. – Le miró, con una sonrisa que
intentaba hacerle entender que era una indirecta. Chema le sonrió de vuelta, y
le apartó un mechón del hombro, inclinándose ligeramente sobre ella.
- ¿De verdad?... – El corazón de Carolina se disparó. Chema
estaba cerca, muy cerca. Una de las manos del chico estaba en su cintura, y la
otra le acariciaba la piel expuesta del hombro. La muchacha estaba a punto de
entrecerrar los ojos, cuando sintió que la arrastraban hacia atrás, mientras un
brazo le rodeaba el talle.
- Quedas secuestrada por el peor pirata de los nueve mares,
a ver cómo sales de ésta. – Carol reconoció la voz al instante y se zafó de su
agarre, girándose hacia él. Raúl iba vestido de pirata, al más puro estilo Jack
Sparrow: pantalones oscuros, botas altas, chaleco corto abierto, camisa amplia
y espada a la cintura. Incluso se había colocado un aro dorado en la oreja
izquierda.
- ¡Son siete mares, inculto! – Carolina estaba
chisporroteando de rabia. Había estado tan cerca…Raúl era su peor pesadilla,
siempre apareciendo en el momento menos oportuno.
- Pues fíjate si soy un pirata temido, que hasta tengo dos
mares de más. – El muchacho le sonrió con fanfarronería.
- ¡Eres un idiota!
- ¿Todo bien, Carol? – Chema se había vuelto a acercar a
ella, pero ahora miraba a Raúl. Los dos chicos eran más o menos de la misma
estatura, pero ella tenía que alzar la cabeza para mirarlos a la cara.
- Sí, bueno… - No quería tener que explicarle la relación
tan extraña que le unía al macarra, pero tampoco tuvo mucho tiempo de hacerlo
antes de que éste volviese a intervenir, cogiéndola de la muñeca y acercándola
a él.
- La princesita está secuestrada por el pirata. – Repitió.
Chema abrió la boca para protestar, pero Raúl no le dio ocasión – Y, para
rescatarla, tendrás que pelear conmigo. Y todo el mundo sabe que los piratas
siempre ganan a los ninjas – Los chicos se sostuvieron la mirada un instante,
la de Raúl llena de amenaza. – Así que, viento en popa a toda vela. – Y la
llevó hacia el centro de la sala, casi a rastras. Carolina no intentó nada para
evitar montar un escándalo pero, cuando la soltó al llegar al lugar donde
estaban Patri y Borja, le miró con un odio intenso.
- Te prometo que no te puedo soportar. Eres lo peor que me
ha pasado en la vida. Vete de mi vista antes de que haga algo de lo que me
arrepienta. – Carol intentó inyectar en cada palabra toda la ira que a duras
penas podía contener en su interior, forzando a las lágrimas a quedarse
escondidas. Raúl la miró, primero con seriedad, y luego con esa sonrisa
repelente que ella detestaba.
- Como quieras, princesita. – Y, simplemente, se fue. Sin
más discusión, sin más bromas, sin nada más. Sólo le hizo caso y se fue, por
increíble que pareciera.
Borja posó con gentileza la mano en su hombro.
- Tranquilízate, Carol. No te pongas así. – La chica se
mordió el labio. ¿Tranquilizarse? Buen intento.
Raúl se dirigía hacia la zona de bebidas cuando alguien le
interceptó.
- ¿Ya te habías olvidado de mí? – Era Rocío, que le ofrecía
una cerveza. Raúl se la bebió en un par de tragos. – Ven, baila conmigo. – Y,
sin saber muy bien cómo, se vio enredado en los brazos de la chica, que baila
de forma sensual y atrevida. Poco a poco, su humor fue mejorando. Cuando quiso
darse cuenta, Rocío se lanzó a su boca. Eso era lo que él llamaba una mujer con
decisión.
Isa