Todos tenemos una historia digna de ser contada...¿Quieres conocer la mía?

domingo, 11 de marzo de 2012

Encuesta

Os voy a dejar una encuesta para los que estéis interesados en seguir también Entre el cielo y el infierno. La pregunta es: ¿queréis que la cuelgue aquí también o no?
¡Espero vuestra opinión! =)




Isa

Nueva historia: Entre el cielo y el infierno.

¡Hola! Bueno, deciros que, a parte de Tú y mi mundo, acabo de empezar hace apenas una semana una nueva historia. No tiene mucho que ver con ésta; tiene una temática más fantástica. Pero bueno, un cambio de vez en cuando no viene mal, ¿verdad? =P Os dejo una pequeña sinopsis:

¿Qué ocurriría si tu mundo cambiase por completo? ¿Si empezases a ver el mundo de otra forma? ¿O si fuese otro mundo radicalmente distinto al que creías conocer?
Eva tiene en sus manos el ancestral equilibrio entre el bien y el mal, y una sola decisión suya puede inclinar la balanza...



Ésta es la dirección del blog:



http://entre-elcieloyelinfierno.blogspot.com/




¡Allí os espero!^^


Isa

sábado, 10 de marzo de 2012

Tú y mi mundo -11-


Carolina estaba apoyada en la pared, cruzada de brazos y con el resto del tercer cóctel en la mano. Todo había ido de mal en peor desde la llegada de su pesadilla personal. Chema la miraba receloso de vez en cuando, con la duda impresa en el rostro. Era lógico que no quisiese acercarse a ella. Y, para complicar todavía más la situación, había una chica que no dejaba de acercarse a él con las intenciones más que claras.
- Zorra…- Masculló Caro. Borja y Patri estaban con ella, aunque no sabían muy bien cómo animarla. Para colmo de males, el macarra y Rocío no paraban de darse el lote y sobarse en medio del salón, como si estuviesen solos. ¿Con qué derecho se encontraba para meterse en su relación con Chema cuando él estaba dando un espectáculo? Dejó el vaso en el primer mueble que encontró y,  sacudiendo la cabeza, se irguió, mirando a sus amigos. – La noche sólo acaba de empezar.
La muchacha avanzó hacia el centro de la sala. Comenzó a balancearse sobre los pies, al ritmo de la música. Fue moviéndose poco a poco, cada vez más, notando cómo las miradas se posaban en ella. No solía disfrutar en exceso de ser el centro de atención, pero ya era hora de dejar bien claro quién era ella. Era una de las chicas más populares y deseadas del colegio. Nadie iba a decidir con quién estaba ni cuándo terminaba su diversión. No a ella.
Barrió la sala en busca de Chema, pero se había perdido. Y la otra chica que se le acercaba, también. Rechinó los dientes, ahogando un grito de frustración, y cerró los ojos, abandonándose por completo a la música. Un chico que no conocía se le acercó y, sin pensarlo dos veces, comenzó a bailar con él. Por una vez, era mejor eso de no pensar.

Raúl no se había separado de Rocío desde hacía un buen rato, y ella no parecía intención de dejarle ir, aunque no es que el muchacho estuviese haciendo un gran sacrificio. Raúl notaba cómo el ambiente se iba caldeando por momentos y estaba planteándose seriamente el sugerirle ir a buscar más intimidad cuando, en un giro de cabeza, la vio.
Carolina estaba bailando en mitad de la amplia sala, con un tío, y no era el ninja de poca monta. El chico la miraba con una lascivia notable, de la que Carol parecía ser la única que no se daba cuenta. La gente les miraba y murmuraba. Raúl vio cómo el muchacho ponía las manos en las caderas de la princesita, acercándose peligrosamente a ella.
Rocío le tomó por la barbilla, girándole la cara hacia ella, en busca de su atención.
- ¿Qué pasa? ¿Ya te has cansado de mí o qué? – Raúl le sonrió y la besó, más para mantenerla ocupada que porque le apeteciera. Había perdido el interés repentinamente en ella, por muy surrealista que le pareciera admitirlo. Mientras besaba a Rocío, miraba de soslayo a Carol, que intentaba deshacerse con sutilidad de su acompañante.
“¿Está borracha?” Pensó Raúl, a la par que veía como el chico insistía en buscar la boca de Caro y ella no era capaz de quitárselo de encima. Cuando quiso darse cuenta, estaba detrás de Carolina, habiendo dejado a Rocío sola con muy poco tacto.
Miró con una peligrosa expresión en cada una de sus facciones al tipo, que también parecía haber bebido de más, aunque estaba más lúcido que ella. El muchacho le mantuvo la mirada, a la vez que seguía sujetando a Caro, que se revolvía como un animalillo atrapado. Raúl sintió cómo le hervía la sangre. Eso no pintaba nada bien. Se acercó a él y se dio cuenta de que actuaba antes de pensar, lo que sólo empeoraba el pronóstico de lo que podía ocurrir.
- ¿No vas a dejar de dar por culo o qué pasa? – Raúl le cogió por la muñeca y le separó de Carolina, poniéndose entre ambos. La chica trastabilló, pero logró mantener el equilibrio.
- Eh, tú, chusma. ¡A mí no me toques! – Más insultos vinieron pronto, seguidos por empujones y amenazas varias. En uno de los forcejeos, un cenicero cayó a un sofá, sin que nadie reparara en él. Todo el mundo les observaba, y unos cuantos chicos aparecieron para separarles. Chema había ido a coger del brazo al tipo. “Cómo no iban a conocerse” pensó Raúl, aún con las ideas poco claras. El chico notó una mano en el hombro: era Borja, con gesto preocupado.
Entre el revuelo, alguien gritó: “¡Fuego!” justo cuando a Raúl le llegaba el olor a quemado. Las colillas habían prendido en el sofá, y la estancia estaba comenzando a llenarse con un espeso humo blanco. Instintivamente, su mirada buscó rauda a Carolina, que estaba mezclada con la masa de adolescentes revolucionados. Parecía muy desorientada y asustada. Sin más dilación, fue hacia ella, la cogió de la mano y se dirigió hacia la salida, abriéndose paso entre el resto de gente que buscaba también huir del humo y el fuego.


Para Carol, los últimos acontecimientos eran un caos de imágenes y música en su cabeza. Recordaba bailar, perderse en los ritmos repetitivos y unas manos. Unas manos que la recorrían en busca de más. Se había sentido asfixiada, queriendo liberarse de aquel intento de posesión ajena, pero no quería que los demás se dieran cuenta. Había echado mano de la discreción, mas no había surtido efecto. El agobio incrementaba ante la imposibilidad de huir y, con él, el pánico. Había intentado zafarse, pero el agarre era firme y estaba mareada. Bueno, quizá mareada no era la palabra más acertada.
Y, luego, todo había ocurrido demasiado rápido como para que su embotado cerebro lo lograra asimilar en tiempo real. Se había encontrado fuera de la presa que habían supuesto los brazos de aquel chico y, sin saber muy bien cómo, estaba discutiendo con el macarra. Los cuchicheos de sus compañeros revoloteaban en el ambiente, ávidos de morbo como los buitres de carroña. De repente, todo se llenó de humo. Se había abrazado a sí misma, con miedo, buscando ayuda desesperadamente con la mirada.
Ahora, estaba allí, corriendo por la acera desolada de aquella zona residencial de la mano de Raúl. El aire fresco le estaba ayudando a despejar la cabeza, pero la carrera no estaba haciendo un buen trabajo con su estómago, revuelto por la desacostumbrada ingesta de alcohol.
- ¡Para, para! – Consiguió decir Carol, entre jadeos. Raúl frenó en seco y ella se apoyó las manos en las costillas, en busca de aliento. Miró a los lados, y se dio cuenta de que estaban en medio de ninguna parte: a su alrededor, sólo había árboles y carretera. - ¿Dónde estamos? – Raúl imitó su gesto, pasando la mirada por la zona. Se encogió de hombros.
- Buena pregunta. – Carolina le miró, entre incrédula y alarmada.
- ¿Me estás diciendo que has echado a correr sin tener ni idea de hacia dónde ibas? – Raúl asintió, sin más. - ¿Tú estás tonto? ¡Me arrastras aquí, en medio de la nada, sin tener dirección ni conocer el camino…! – Las palabras se le aturullaban, queriendo decir mucho en poco tiempo. Raúl la interrumpió.
- ¿Tanto frío tienes? – Caro parpadeó un par de veces, mientras su todavía lenta mente intentaba descifrar el sentido de sus palabras. Entonces, cayó en la cuenta de que estaba temblando. Con las prisas, se había dejado en la casa el abrigo que había usado. Ya estaban en octubre, y debían de ser más de las 2 de la mañana. Raúl, entre maldiciones, se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre los hombros de la chica, que la aceptó a regañadientes.
- Y, ahora, ¿qué hacemos? No nos podemos quedar aquí hasta que sea de día. – El macarra se rascaba la cabeza. “En cualquier momento, le sale humo de la cabeza. Demasiado trabajo para sus pocas e inútiles neuronas” pensó la muchacha. El chico sacó su móvil de un bolsillo e hizo una llamada. Tuvo que hacer cuatro intentos antes de que alguien contestara al otro lado.
- Oye, tienes que venir a por mí. – Pausa. – Venga, no me jodas, que estoy tirado en el culo del mundo. – Otra pausa, pero esta vez Raúl miraba a Carolina. – No, no, escucha: tienes que venir con alguien más. Hacen falta dos motos. – Una pausa más. – Sí. Pero es que no tengo muy seguro de por dónde ando. – Tras un rato de explicaciones, intentando situarse, el chico colgó el móvil.
- ¿A quién has llamado? – Carolina miró al macarra, suspicaz.
- A un amigo.
- Genial. Seguro que es de mucha confianza.
- Bueno, la otra opción es llamar a tu hermano. Y no te digo que no me gustaría que le explicases cómo hemos acabado en mitad del campo gracias a tus tonterías con tu nuevo amiguito. – Un silencio incómodo se instaló entre los dos. Aunque Caro odiase admitirlo, él llevaba razón. Era evidente que Raúl se había metido sin motivo en el asunto de Chema, pero ella se había buscado solita el problema con el otro chico. En el fondo, sabía que debía agradecerle su intervención. Se acurrucó en el interior de la chaqueta, mirando hacia otro lado.
Pasaron varios minutos, y Carol no sabía qué era más cortante: el frío de la noche o la tensión en el ambiente. Finalmente, Raúl carraspeó.
- Mira, yo creo que el pijo ése se está riendo de ti. – Carolina le fulminó con la mirada, con una réplica a punto de ser disparada a discreción, pero Raúl no le dio tiempo. – Te está utilizando. Se ha ido con la otra pava delante de ti, cuando dos minutos antes estaba dispuesto a comerte la boca. – La contestación murió en alguna parte del interior de Caro. El macarra estaba demasiado acertado esa noche.
Era algo que siempre le había pasado con Chema: verle con otras. Todo el mundo sabía que ella estaba locamente enamorada de él desde siempre. Y ella era consciente de que él también lo sabía. Había hecho grandes esfuerzos por destacar y que él la notase. Pero Chema se paseaba frente a ella con su retahíla constante de novias y ligues, sin cortarse en demostrar su pasión. Era duro para la muchacha verle con otras. No es que ella nunca hubiera estado con nadie, pero todos los novios que había tenido hasta el momento eran una excusa para darle celos a Chema. Se había dejado ver por Chema con alguno de ellos, pero sin nada que pasase de susurros y manos entrelazadas. Sin embargo, debía reconocer que nunca había sido demasiado efectivo.
- Hoy…bueno, que con el traje éste llamas mucho la atención. – Carolina alzó una ceja. ¿Era eso un atisbo de piropo? – Bueno, ya sabes, las tías del colegio no se han currado mucho los disfraces. – “Demasiado bonito para ser cierto” pensó Carol, frunciendo el ceño. – Lo que quiero decir es que por eso te ha buscado. Porque destacabas entre las otras, y la mayoría de los tíos estaban buscando la forma de entrarte. Deberías darte cuenta de que no quiere nada contigo más allá de… - El final de la frase quedó en el aire, pero Carolina no tuvo tiempo de preguntar antes de que los faros de dos vehículos les deslumbrasen.
La chica tuvo que parpadear varias veces para conseguir ver con claridad a los dos chicos que bajaban de sendas motos. Y se horrorizó ante lo que encontró: dos clones de Raúl que la miraban divertidos.
- Vaya, braguetazo real, loco. – Dijo uno de los chicos. Los dos tipos se echaron a reír. Raúl le dio una colleja.
- Cállate y dame los cascos. – El macarra hizo amago de cogerle los cascos a su amigo (también macarra), pero éste los quitó de su alcance.
- ¿Ni nos vas a presentar a tu amiguita?
- Yo no soy su “amiguita”. – Protestó Carolina, alzando la barbilla. El chico silbó.
- Cuánta simpatía, rubia. – La chica estaba a punto de contestar cuando el macarra se le adelantó.
- Es la hija de Carmen, así que corta el rollo. – Raúl se dirigió al otro chico. – Illo, Mani, déjame tu moto y mañana te la devuelvo.
- Pero con la misma gasolina, que la tengo medida. – El chico le tendió las llaves y ambos sonrieron.
- Qué rata eres, tío. Siempre me salen caros tus favores.
- Aquí, el que no corre, vuela, figura. Que en esta vida nada es de gratis.
Una vez se hizo con los cascos, Raúl le tendió uno a la muchacha, que se lo colocó sin rechistar. Estaba demasiado cansada como para quejarse de cualquier plan que significase volver a la seguridad y tranquilidad de su hogar. Se abrochó la chaqueta lo mejor que pudo y montó tras Raúl, rodeándole la cintura con los brazos. La moto vibró bajó ellos y se pusieron en marcha. Los amigos de Raúl, delante de ellos, zigzagueaban y tentaban al azar a lomos de su metálica montura. Pronto se perdieron de vista, entre risas y el ruido del claxon. Raúl y Carolina siguieron su propio rumbo, sin demasiadas prisas, sin ninguna exuberancia, pues, por esa noche, ya había estirado demasiado su suerte.


Isa