Todos tenemos una historia digna de ser contada...¿Quieres conocer la mía?

jueves, 16 de junio de 2011

Tú y mi mundo -03-

Durante el resto del día, Carolina se había recluido en su cuarto. Sí, había lloriqueado a ratos, pero jamás lo admitiría. Sin embargo, también había estado estrujándose los sesos en busca de la mejor solución a sus problemas. Bueno, mejor dicho, a ese gran problema  suyo que vestía de Nike. Había comido sola en su cuarto y, cuando se había encontrado a alguno de los miembros de su familia, lo había ignorado. Esperaba que al menos se sintieran culpables. Por lo menos, lo único “bueno” que había tenido el día es que no le había visto la cara al canorro. Qué alegría.
Cansada de aquellas cuatro paredes, se puso unas mallas y un top de deporte. Salió de su habitación armada con el Ipod, que colgaba de los auriculares.
- ¡Tyson, Tyson! Ven, chiquito, que vamos a la calle. – Mientras terminaba de bajar las escaleras, vio al perro aparecer corriendo junto a ella y derrapando a la altura del último escalón. Fue el único momento del día que le arrancó una tímida sonrisa. – Anda, chico, vamos a dar un paseo.
Descolgó la correa y se la colocó al animal en el collar. Bajó al garaje y sacó su bici de detrás del coche de su padre. Estaba a punto de irse, cuando paró en seco y se giró, volviendo a mirar el coche. Ah, el querido BMW serie 6 coupé de papá. Lo cuidaba como a un hijo más, no dejaba siquiera que tuviese una mota de polvo en su reluciente superficie azulada.
Salió del garaje y puso la música a toda la voz que admitían sus tímpanos, con una sonrisa. Le gustaría estar delante cuando su padre viese el nuevo adorno que atravesaba la puerta del copiloto.
Después de dos horas y media de bicicleta, exigiendo el máximo rendimiento a sus piernas, llegó de nuevo al garaje. La puerta se abrió, obediente, al presionar el botón del mando. Le temblaban las piernas del gran esfuerzo al que se había sometido. Incluso Tyson venía exhausto.
Atravesó la puerta metálica empujando a la bici y, al levantar la vista, se lo encontró de frente. El cani, de cuyo nombre ni siquiera se acordaba, estaba justo allí, quitándose un casco de moto. Junto a él, una Kawasaki Ninja ZX-10R aún tenía las luces encendidas. Él la miró, percatándose de su presencia tras el gruñido de Tyson. El chico los miró, como si buscase la mejor forma de actuar, y finalmente concluyó en un “Hey”. Todo locuacidad, pensó Carolina.
- Ya, Ty, tranquilo… Venga, vete al jardín. – Liberó al animal y cerró la puerta del garaje. Ignoró deliberadamente al muchacho y fue a colocar la bici en su lugar.
- Joder, pues sí que vendes tú caras las palabras. – El chico apagó la moto y colocó el casco sobre el asiento. Se apoyó en el vehículo y la miró, cruzado de brazos. – Oye, que te estoy hablando. – Carolina le fulminó con la mirada.
- No me interesa lo que hables. Me molestan tus palabras, me molesta tu voz, me molesta tu simple presencia. Así que no me hagas que me mosquee más todavía, cani. – Se dio media vuelta, con la barbilla bien alta y aires de superioridad. Se dirigió a la puerta que conectaba con la casa.
- ¿Me has llamado cani? – El chico se echó a reír, como si le hubiesen contado el mejor chiste de su vida. Carolina no podía creerlo, se volvía a reír de ella. Y eso que había pretendido que sonara lo más ofensivo posible…
- ¡¿Se puede saber de qué te ríes, inútil?! – Lo miró hecha una furia, mientras él se secaba un par de lágrimas fruto de las carcajadas.
- De que pareces una niña pequeña con una rabieta. Y de que intentas hacerme daño, y como no lo consigas dándome dolor de barriga por la risa…Me parece que lo llevas crudo. – Carolina lo miraba, incrédula aún. – Ah, y por cierto: Raúl. Me llamo Raúl. No es tan difícil, incluso en tu cabecita rubia tiene que haber un espacio entre las marcas de ropa y los perfumes. Venga, repite conmigo: Raúl.
- ¡Vete a la mierda! – Se dio la vuelta, dispuesta a irse antes de abofetearle.
- Espera – Raúl cruzó la distancia que los separaba en un par de zancadas y la cogió por la muñeca. – Tú y yo tenemos que hablar. No estoy por la labor de aguantar tus borderías a todas horas, niña.
Ella se sacudió su mano, como si le quemase el contacto.
- Ah ¿pero que piensas quedarte de verdad? – Le miró, indignada. – Claro, has visto el chollo de tu vida. No me extraña. La tonta de mi madre te ha acogido para darte “amor de familia”, y se ve que tú lo prefieres en efectivo. – Señaló la moto con la cabeza en un movimiento despectivo mientras se cruzaba de brazos. El muchacho miró la moto y luego a ella. Mudó su expresión a una mucho más seria, casi colérica.
- Esa moto es mía. No me la ha regalado ni tu madre ni nadie. No vuelvas a jugar con eso nunca más, ¿me has entendido?
- O si no, ¿qué? ¿Vas a pegarme? Porque yo me lo espero de ti.
Él la miró, serio y enfadado, con una vena latiéndole frenética en el cuello. Se acercó más a ella, quedando casi juntos. Carolina no era una chica alta, pero se sintió muy pequeña frente a él. No por la cabeza que le sacaba en altura, sino por la forma en que la miraba.
- Te lo voy a decir una única vez, así que abre bien las orejas. Yo no he venido aquí por el dinero que tengan tus padres. Tu madre lleva años insistiendo en que viniese aquí, en que fuese un hijo a efectos legales porque me ha dicho siempre que, para ella, lo he sido desde que me conoció. Si hubiese querido, hubiese venido aquí desde pequeño, hubiese tenido una vida mucho más fácil y, seguramente, una mejor que ésa. – Señaló la moto, sin dejar de mirarla – Pero ya lo ves, no lo hice. He aceptado por tu madre, porque se ha portado muy bien conmigo y es una de las personas más importantes para mí. No tengo que darte explicaciones de por qué ha sido ahora y no antes, el caso es que he venido y punto. Te guste a ti o no.
Carolina abrió la boca para replicar, pero él fue más rápido.
- No, ahora te callas y me escuchas. A mí me dan lo mismo tus aires de princesita y que te creas que el sol brilla sólo para iluminarte a ti. Es que me da igual. – Raúl la miró con dureza, mientras que Carolina no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. – Voy a quedarme aquí, no tengo pensamiento de irme. He hablado con tu hermano y nos hemos entendido; es un buen tío. Y como no quiero estar siempre con tiranteces contigo, quiero que empecemos también de nuevo. Si tú no me aguantas, vale. Pero por lo menos habrá que cumplir aquí y donde nos toque ir juntos. Así que… ¿Qué dices?
Carolina estaba flipando todavía. El canorro intentaba darle lecciones a ella. ¿El mundo estaba loco o qué?
Raúl chasqueó los dedos frente a ella.
- Ey, princesita, despierta. Ya sé que soy muy guapo, pero no te quedes embobada mirándome que me siento incómodo. – Sonrió, esa sonrisa que a ella la sacaba de quicio. Carol sintió cómo las mejillas se le teñían de rojo: era cierto que debía estar mirándolo con cara de gilipollas, pero no precisamente por ese motivo…
- Tú… - Carolina le miró, entrecerrando los ojos con rabia. Él se echó a reír.
- Joder, te has puesto como un tomate. – Consiguió decir entre risas.
- ¡Eres un idiota! – Carolina salió del garaje, con las risas de Raúl de fondo y una mezcla de indignación y vergüenza invadiendo cada centímetro de su cuerpo.
Vale, si esto se trataba de un tira y afloja, ella estaba dispuesta a participar. Siempre había sido una ganadora nata, y este no iba a ser lo primero en que perdiese.
El juego acababa de empezar.



Isa

1 comentario:

  1. Uuh. Así que Raúl no estan "tonto" como parece.
    Aquí tienes una sana competencia chica xD

    Bueno Isa, espero pronto un nuevo capítulo, que publicas cada bastante tiempo TT

    Besos!

    ResponderEliminar