Todos tenemos una historia digna de ser contada...¿Quieres conocer la mía?

sábado, 23 de julio de 2011

La vista más maravillosa del mundo...

Llegaron al mirador. Ella cerró los ojos y dejó que la brisa le besara el rostro. Él se apoyó en la barandilla, con el único oficio de observarla. Ella sonrió, con los vestigios de una niñez todavía no del todo olvidada, y admiró el paisaje que se extendía frente a ellos, iluminado tenuemente por el brillo plateado de una luna de verano.
- Ha merecido la pena la caminata, ¿verdad? – Él asintió. Claro que, con ella, todo merecía la pena: los años a su lado, camuflando con amistad algo que incluso al llamarlo amor se quedaría corto; los tropiezos con amores que dejaron lágrimas, y el prestarle su hombro como refugio; las ilusiones, las risas, los buenos momentos, el crecer juntos…
- ¿No crees que ésta es la vista más maravillosa del mundo? – Ella seguía sonriendo, ignorante de lo obvio, y él sintió cómo esa sonrisa hacía galopar su corazón, como un potrillo desbocado. Mientras la miraba fijamente, ajeno al verde panorama que los envolvía, más para él que para ella, susurró:
- Sí: la más maravillosa del mundo…



Isa

viernes, 22 de julio de 2011

Frases 09

Tú sólo quiéreme y deja que yo me encargue del resto.


Isa

domingo, 10 de julio de 2011

Frases 08

Y lloró amargamente sobre su hombro por todas las cosas que no pudieron ser...


Isa

Frases 07

Esa maldita mirada tuya que hace añicos mi dura fachada...Qué será lo que tiene tu mirada...

Isa

lunes, 4 de julio de 2011

Frases 06

¿Amistad? Es el hecho de que, siempre que mire a mi lado, estés tú.


Isa

viernes, 1 de julio de 2011

Tú y mi mundo -05-

Era lunes por la mañana. Hacía poco tiempo que habían empezado las clases, y el calor veraniego aún daba sus últimos coletazos, por lo que todavía usaba el uniforme de verano. Consistía en un polo celeste de manga corta con el escudo del colegio en el lado izquierdo del pecho y una falda plisada de cuadros azul marino. Se miró al espejo y se ajustó la trenza a un lado del cuello. Cogió la mochila y bajó las escaleras, sentándose en una silla de la mesa del comedor. Todavía se palpaba la tensión en el ambiente, tan espesa que ni siquiera eran capaces de atravesarla con palabras. Estaba removiendo la leche cuando Juana apareció con un paquete de sus galletas favoritas, sonriéndole con ternura.
- Buenos días, cariño.
- Buenos días, tata. – Se intercambiaron unos besos en las mejillas. Juana era una mujer mayor, de pelo canoso recogido en un moño y unas pequeñas gafas que le conferían el típico aire de abuelita adorable. Juana había cuidado de su madre cuando ésta era pequeña, acompañando a la familia siempre que habían cambiado de país de residencia. Cuando su madre tuvo a su hermano, Juana se ocupó entonces de ayudarla en su cuidado, pues el trabajo de su madre siempre le había robado demasiado tiempo. Antes, cuando eran más pequeños, Juana se dedicaba a realizar las tareas de la casa y a la cocina además de cuidarlos, pero hoy por hoy sólo era un miembro más de la familia. Los fines de semana se iba con su hermana a un pueblo cercano, pero entre semana vivía con ellos y se dedicaba a mimarlos. No había tenido hijos y sólo le quedaba esa hermana, que tenía su propia vida, por lo que esa casa se había convertido en su hogar. Carolina la adoraba.
Fran bajó las escaleras sin prisa, bostezando ruidosamente. Se sentó en la mesa mientras Juana le recolocaba los cuellos de la camisa.
Carol estaba mojando las galletas en el contenido de su tazón azul con esponjosas nubes blancas dibujadas, cuando oyó las pesadas pisadas sobre los escalones. Alzó la vista y apenas podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Fran empezó a reírse y se atragantó con los cereales, lo que hizo que Juana corriese a darle golpecitos en la espalda para aliviarle. Carmen, por su parte, sonrió.
Al final de la escalera se encontraba Raúl, ataviado con el uniforme del colegio. Variaba del femenino en el pantalón, que también era de cuadros azul marino. Llevaba los botones del polo desabrochados, dejando a la vista el contraste del cordón de oro sobre su piel. Parecía sumamente incómodo con aquella ropa, como si no acabase de encontrarse. A decir verdad, no le pegaba para nada.
Su madre le había informado de que iban a ir a la misma clase. Esto había conllevado otra discusión pero, al final, como siempre, no le había quedado más que asumirlo y resignarse. De todas formas, dudaba que llegase a durar en un colegio con un nivel tan alto como el suyo. Así que, con un poco de suerte, no tendría que aguantarlo demasiado tiempo en ese aspecto.
- Te sienta muy bien, cariño. He tenido muy buen ojo para la talla, ¿no te parece, Juana?
La anciana asintió y se acercó al muchacho, con aquel leve cojeo en la pierna izquierda que la caracterizaba.
- Así que tú eres el nuevo niño de la casa, ¿verdad? Yo soy Juana, cariño. Ya me han hablado mucho de ti. – La mujer le sonrió con dulzura y el rostro se le convirtió en un mar de arrugas, fruto de los años, cada una de ella con una historia que contar. El muchacho le devolvió la sonrisa.
- Yo soy Raúl. Carmen también me ha hablado de ti.
- Ah, ya me he imaginado. Pero ven, siéntate a desayunar, que vais justos de tiempo. – Le cogió de la muñeca y lo guió hasta una silla libre. - ¿Café? – Raúl asintió, sin saber muy bien si dejar que le sirviese o hacerlo él mismo. Aunque Carol sabía que Juana era así con todo el mundo, no pudo evitar sentirse molesta por lo bien que le trataba.
- No te preocupes, Raúl. Juana es así: nos tiene muy consentidos a todos. – Carmen le sonrió con infinito cariño y la anciana movió una mano, restándole importancia.
- Estáis todos muy ocupados. Yo sólo ayudo un poquito. Anda, corazón, toma. – Dejó el tazón frente a Raúl. - ¿Qué quieres de comer? ¿Galletas, tostadas, dulcecitos?
- Eh… No, yo es que no soy de desayunar…
- Pero, criatura, ¿cómo te vas a ir sin comer nada? Anda, que te preparo una tostada con mermelada. Verás qué bien te sienta.
- No, de verdad, que yo nunca desayuno…
- Está bien, Juana, no lo agobies. Poco a poco se irá acostumbrando a las costumbres de esta casa. – Carmen alcanzó una tostada y empezó a untarla sin prisa. Alfredo, sentado frente a su esposa, evitaba la mirada de su hija. Carol miró a su hermano, que desayunaba con suma tranquilidad.
- Date prisa, que vamos a llegar tarde. – Su hermano entraba a la facultad un poco más tarde que ella a clase, por lo que la dejaba de camino en el colegio. Fran la miró y luego a su madre de reojo. Ésta, sin levantar la vista de la tostada y sin perder la tranquilidad, se dirigió a ella.
- No te va a llevar Francisco. Te llevará Raúl. – Carol lo miró y ahí estaba esa sonrisa torcida de nuevo. Algo no andaba bien…
- Espera – Dijo horrorizada – No me estarás diciendo que me monte con el descerebrado éste en una moto, ¿verdad?
- No insultes, Carolina. Y sí, iréis en moto. Iréis en la scooter que tenía tu hermano, porque la moto de Raúl me parece excesiva para ir a clase.
- Pero, ¡mamá! Si nunca me has dejado montarme con nadie en moto, y ahora, de buenas a primeras, ¿me haces montarme con…con…con éste? – Se contuvo para no usar otra forma de referirse a él.
- Eh, oye, que a mí ni me han puesto una multa en la vida. Así que no te pases de lista, princesita. – Ese mote que le había puesto, que podría resultar cariñoso en otra persona, en él era un insulto. Carolina le miró, rechinando los dientes.
- Pues yo me niego a montarme en una moto con él. – Se cruzó de brazos.
- Entonces, te irás andando o en autobús. – Autobús… Sólo había un autobús que pasase cerca de su casa y la dejase cerca del colegio. Tardaba una eternidad y, además, conllevaba estar de pie, en un sitio pequeño lleno de gente sudorosa, apretujada contra desconocidos… Casi se estremeció sólo de pensarlo. Y andando, obviamente, era más que imposible: había demasiada distancia.
- Pero si Chisco siempre me ha llevado, no entiendo por qué ahora…
- Basta – Sentenció Carmen. – No hay más que hablar. Pero si tienes tan claro que no vas a ir en moto, creo que esto ha sido un gasto innecesario. – Señaló al perchero del recibidor. A los pies, había un casco de Chupachups de varios tonos de rosa. Colgada, descansaba esa chaqueta vaquera de Amichi que tanto le había insistido a su madre para que le comprara, y a lo que se había negado alegando que su precio era demasiado elevado para toda la ropa que Carol poseía.
Era un soborno en toda regla, pero el casco era divino y tenía tantas ganas de tener esa chaqueta…
- En una moto hace frío, así que pensé que tendrías que tener algo de abrigo para llevarte por las mañanas. Y, por supuesto, el casco es imprescindible. Pero no te preocupes: no me cuesta nada devolverlos.
Carol se paró a pensarlo durante unos minutos y, finalmente, se rindió una vez más. La mitad del peso se debía a que la lógica le decía que era el único medio de transporte razonable para ir a clase y de la otra mitad era totalmente culpable ese yo caprichoso suyo.
Se levantó, con la cabeza levantada en signo de dignidad, y cogió el casco y la chaqueta, tras colgarse la mochila de un hombro. Miró a Raúl.
- Vamos tarde. – Él le dedicó una sonrisa que le dejó más que claro lo que estaba disfrutando con la situación, mientras se levantaba sin prisa alguna. Carol sintió que no podía detestarlo más.
Estaban a punto de marcharse cuando su madre la llamó.
- Ah, por cierto, Carolina. ¿Te acuerdas que me dijiste que querías renovar tu fondo de armario? – La chica asintió. – Bien, he pensado que está bien, mientras te lo costees tú. Así que vas a dar clases particulares.
Carolina la miró extrañada. Le había dicho a su madre que quería  renovar su vestuario, pero ella se había negado. Carol le había propuesto dar clases y poder así pagárselo ella misma, pero su madre lo había rechazado diciendo que no le iba a salir rentable, porque la ropa que ella acostumbraba a comprar era demasiado cara y, además, debería también ocuparse el transporte hasta el sitio que tuviese que ir a dar las clases. Teniendo en cuenta que vivían en un barrio en la periferia de la ciudad, este era un gasto a tener en cuenta.
- Pero si dijiste…
- Sí, sé lo que dije. Pero he encontrado la forma perfecta: darás las clases en casa. Le darás clases particulares a Raúl. Va bastante atrasado, ya sabes que está repitiendo. Yo te pagaré mejor de lo que te va a pagar nadie y no tendrás siquiera que desplazarte. Además, por cada asignatura que apruebe tendrás un plus.
Carmen lo tenía todo preparado desde hacía tiempo, y su hija lo sabía perfectamente por la forma en que todo encajaba. Carolina ya estaba dispuesta a replicar, a negarse en rotundo, pero su parte materialista volvió a tomar posesión de ella. Se mordió el labio. Realmente, era una oferta interesante, pero implicaba pasar demasiado tiempo con el cani. Pero es que su armario estaba en un estado tan precario…Todo era de la temporada pasada.
Resopló y abrió la puerta del garaje. Raúl salió tras ella, despidiéndose con un gesto del resto de comensales. A lo lejos, se oyó la voz de Juana.
- ¡Andaos con cuidado! ¡Y no corráis!
Carolina se dirigió hacia la Yamaha Neo’s plateada de su hermano, caída en el olvido desde que se sacó el carné de coche. Se sentía derrotada una vez más por su madre, pero ese lunes le sobraba optimismo para pensar que podía hallar una forma de beneficiarse de aquella situación y hacerla favorable para ella.
Raúl se dirigió a la moto, se montó e introdujo la llave en el contacto. El motor arrancó sin problemas y él se colocó un casco negro, sin ningún adorno. Se levantó la visera y la miró.
- Venga, ¿a qué esperas? ¿No tenías tanta prisa?
- Tsk… - Carolina se montó tras él y se colocó el casco. Olía a nuevo. La chaqueta le quedaba maravillosamente bien. No estaba acostumbrada a montarse en moto y tenía un poco de miedo, todavía más si se tenía en cuenta quién era el conductor. La muchacha cerró fuertemente los puños alrededor del polo de Raúl, a sus costados. Éste esbozó una leve sonrisa, que quedó oculta en su casco.
Dio gas y salieron, rumbo de un nuevo día, camino de miles de cambios que quizá ninguno de los dos siquiera imaginaba. A lo lejos, Tyson ladraba disgustado.


Isa

Frases 05

Sonríe: haz que mi día merezca la pena.


Isa