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domingo, 29 de mayo de 2011

Tú y mi mundo -02-

La punta de la brocha del esmalte de uñas se desvió de su camino y pintó la carne sonrosada de su dedo de un tono azul.
- ¡Ay, mierda! – El simple hecho de recordar la noche anterior le ponía los nervios de punta. Aún podía recordar la tranquilidad de su madre rivalizando con su profundo enfado.
- Pero ¡mamá, no me puedes meter a un tipo extraño en casa así porque sí! ¿Te has vuelto loca o qué?
- Carolina, no me levantes la voz. No es un “tipo extraño”, como tú dices. Yo sí que le conozco, desde hace muchos años además. Es un chico que goza de mi entera confianza, y espero que sepas valorar eso.
Carolina, sin dar crédito a las palabras de su madre, miró atónita al macarra, que tampoco parecía nada alterado.
- Y tú qué, ¿no piensas decir nada? – El chico la miró, cruzado de brazos y apoyado en el quicio de la puerta.
- Pues pensaba presentarme, pero parece que te estás alargando un poco con la cálida bienvenida.
Carolina se quedó boquiabierta: encima le vacilaba, y en toda su cara. ¡Era el colmo!
- Pero ¡¿tú de qué vas?! – La sonrisilla que se formó en los labios del muchacho le crispó cada uno de los nervios del cuerpo. - ¡Te vas a reír de quién yo te diga, idiota! – Se fue decidida hacia él, pero frenó en seco cuando una mano la sujetó por el hombro.
- Carolina, haz el favor de tranquilizarte. Vamos a hablar de forma civilizada, por favor. – Su padre la miraba de forma suplicante, pero no fue suficiente para aplacar la furia de su hija. La joven se sacudió la mano de su padre sin miramientos.
- ¡Tú estabas en el ajo, igual que ella! ¡Y no nos has dicho nada! ¿En qué familia vivo? – Miró a su hermano, en busca de apoyo. Él se encogió de hombros.
- Carol, quizá deberíamos escuchar a mamá, porque…
- ¡Ja! ¿Escuchar? ¿Y a mí quién me escucha? – Pasó su mirada por cada uno de los miembros de su familia, deteniéndose finalmente en la de su madre. – Que sepas que nunca voy a aceptar esto, nunca; ¿me oyes? No me consideraré de esta familia hasta que no se vaya. Jamás voy a tratarlo como un hermano, que ni se te pase por la cabeza. – Fulminó con la mirada a Raúl, que seguía impasible, sólo con esa pequeña sonrisa exasperante dando vida a su rostro. Ella se dio media vuelta y subió las escaleras, en dirección a su cuarto. Cerró la puerta con un gran estruendo y la atrancó con todos los objetos de peso que encontró en su cuarto, a falta de pestillo. Sin embargo, no hizo falta, pues nadie acudió a llamarla esa noche. Era de esperar que su madre esperara a que se le pasara un poco el enfado. Lo que ella no entendía es que, esta vez, había ido demasiado lejos con sus locuras.

Se arregló el estropicio de las uñas hasta que quedaron decentes. Ciertamente, la furia de la noche pasada se había enfriado, pero seguía estando enfadada. Eran más de las 10.30 del domingo, y aún nadie había aparecido por su habitación. Mientras pensaba en ello, unos nudillos tocaron suavemente a la puerta.
- Carolina, soy yo. – La voz de su madre sonó al otro lado de la puerta, tan normal como si nada hubiese ocurrido la noche anterior. – Te traigo algo de desayuno. Voy a pasar.
La puerta ya estaba despejada, en espera de esa visita. Tenía planeado no alterarse y hablar con ella, con la vaga esperanza de hacer que su madre entrase en razón. Su madre dejó una bandeja con leche, fruta y galletas sobre el escritorio.
- Carolina, mi vida, tenemos que hablar. Creo que ya lo sabes.
- Sí, por supuesto que tenemos que hablar.
Su madre se sentó a su lado en la cama, y ella casi pudo detectar cómo se activaba su modo psicóloga, como si le hubiesen dado a un interruptor.
- Verás, cariño, esto no es algo que haya ocurrido de un día para otro. Es algo muy meditado, que…
- No, mamá, ni quiero saber ni me interesan tus excusas, por muy bien pensadas o trágicas que sean. Nadie me preguntó antes de hacer esto, así que creo que es hora de que hable yo. – Su madre la miró un instante, quizá sopesando el temple de sus nervios, y, tras unos segundos de deliberación, asintió.
- Está bien, cielo. Dime lo que sientes.
Odiaba que su madre utilizase sus técnicas de psicóloga experta con ella, pero respiró lentamente y se obligó a mantener la mente fría.
- Mira, mamá, esto no es justo. Somos una familia, ¿no? Se supone que éstas son cosas que se deben hablar, sopesarse, esperar que todos estemos de acuerdo. Y nadie me ha dicho nada, no os habéis preocupado de cómo me sentía al respecto. – Notó cómo se iba deshaciendo la tranquilidad que le había costado toda la noche amasar. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que pudo contener a duras penas. - ¡Me has metido a un canorro en casa, mamá! ¡Y no me has dicho nada porque sabías que estabas haciendo una barbaridad, y aún así te ha dado exactamente igual!
- Cariño, estás equivocada, yo no he hecho esto con intención de molestarte…
- ¡Pues nadie lo diría!
- Escúchame, Carolina, no es un chico cualquiera. Lo conozco desde que tenía 8 años. Ha tenido una infancia terrible, y tiene un pasado tan lamentable que ni siquiera me lo ha querido contar a mí. Ha pasado todo este tiempo solo en un orfanato, sólo por la mala suerte de haber tenido unos padres que no supieron cuidar de él. No ha conocido nunca el calor de un hogar, y nadie se merece eso. Por eso, pensé que aquí…
- ¡Estoy harta de tus lecciones de moral, doctora Carmen Cendreros! – La miró, furiosa, con las lágrimas calientes corriéndole por el rostro como ríos fuera de su cauce. - ¡Estoy harta de que hagas lo que te parezca sin contar con los demás, escudándote en que es lo “éticamente correcto”! Te he pasado muchas, pero esto es demasiado. Ya basta. Quizá deberías preocuparte de lo que siente tu hija antes que por las penas de un extraño. – Pudo ver cómo sus palabras herían a su madre, que fruncía los labios frente a ella.
- Está bien. – Carmen se aclaró la voz y se levantó. – Veo que no voy a conseguir que me comprendas, así que me voy. – Tomó el pomo de la puerta y, sin girarse, dijo con voz serena: - De nada me valen tus niñerías, Carolina. Esto es algo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo, y de lo único que me arrepiento es de no haberlo hecho antes. Así que tendrás que aprender a convivir con ello, te guste o no.
Y salió sin más, sin volverse si quiera a ver la reacción de su hija.
Tras cavilar durante horas, decidió que arreglar las cosas mediante la cordura de su madre era algo imposible. Así que se enjugó los restos del llanto y se tomó la leche y unas cerezas, que aún yacían abandonadas en la bandeja. Tomó aire y bajó los restos del desayuno a la cocina, con otro plan rondando por su cabeza. Oyó las voces y risas de chicos en el salón, y supuso que su hermano estaría jugando sus amigos a la Play, como de costumbre.
Pero, al entrar en el salón, se encontró con su hermano sólo con otro chico. El traidor de su hermano estaba enfrascado en un partido Real Madrid-Atlético de Madrid con el cani. Las posibilidades de apoyo por su parte de esfumaron. Su hermano se percató de su presencia y le sonrió.
- Ey, Carol, ven. Mira qué paliza le estoy pegando al coleguita. – En ese momento de distracción, un Agüero virtual coló un gol en la portería contraria.
- No te flipes demasiado, figura.
- Oye, eso es trampa. ¡No te aproveches!
- Hay que estar al loro, no me andes con mariconerías.
Carolina taladró a su hermano con la mirada. Así, se fue a visitar al miembro con más sentido común de su familia: el perro.


(Perdón por la tardanza, pero he estado más ocupada de lo esperado estos últimos meses =S Intentaré no tardar tanto la próxima vez n.nU)


Isa