Peter Pan ha crecido. Ha dejado en la basura su traje verde y ahora sólo viste las marcas más caras. Ya no busca niños perdidos, sino que encuentra niñas que saben demasiado. Ya no vuela con polvo de hadas, sino que espera que sean otros polvos los que le hagan llegar al cielo sin despegar los pies del suelo. Ya no lucha contra el mal, porque ha descubierto que, cuanta menos luz haya, más interesantes son las cosas. Ya no busca una Wendy que quiera ser madre de los niños perdidos y que sepa contar cuentos; sino cualquiera que no pierda el tiempo con historias y que ni se le ocurra hacerle padre. Ya no sabe en qué estrella había que girar a la derecha, pero conoce todos los sitios de moda. Ya para él, Nunca Jamás son sólo dos palabras que no tienen espacio en su diccionario; porque cree que todo lo puede.
Y como él, muchos niños se empeñan en crecer deprisa, en jugar con un fuego que deja quemaduras de por vida. Pero yo aún sigo dejando mi ventana abierta por las noches, por si algún Peter despistado pasa por allí y decide asomarse, tenderme la mano y prometerme un baño entre sirenas, tocar las esponjosas nubes rosas, jugar con indios o irritar a algún que otro pirata malvado. Porque yo, quizá muy en el fondo, siempre pensaré que es posible que se cumplan los cuentos y sí, también creeré en las hadas.
Isa