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domingo, 11 de septiembre de 2011

Tú y mi mundo -08-

Llevaban alrededor de una hora en el hospital. La ambulancia no había tardado en llegar y trasladarlos allí. Una vez llegaron, metieron a Juana en una sala, y no habían vuelto a tener noticias de ella desde entonces. Raúl estaba sentado en una incómoda silla de plástico de la sala de espera, observando a ratos a Carolina. Estaba muy nerviosa, no paraba de moverse de un lado a otro, asomarse por el cristal ahumado de la puerta que había atravesado la anciana, a pesar de que era imposible ver nada. No habían intercambiado ni una sola palabra desde que salieran de su casa.
Carolina se dejó caer en el asiento de al lado. Estaba pálida y se mordía constantemente el labio inferior, que incluso estaba irritado. Raúl abrió la boca para decir algo, pero se quedó a medio camino por no saber qué era lo correcto. ¿Cómo estás? Pues mal, vaya pregunta. ¿No te preocupes? Claro que estaba preocupada; él también lo estaba. ¿Tranquila, va a estar bien? Una mentira como un piano: él no tenía ni idea de cómo estaba la mujer, con el porrazo que se había dado. La chica apoyó los codos en las rodillas y enterró el rostro entre las manos, el cabello cayéndole a modo de cortina a ambos lados. Raúl, en un gesto improvisado, posó su mano en la espalda de la muchacha. Al principio notó cómo ella se tensaba, pero unos segundos después se relajó un poco, aunque seguía ocultando su cara tras las manos.
El sonido de unos tacones se aproximaba, martilleando el suelo con firmeza y seguridad. Ambos giraron la cabeza hacia el lugar de donde provenían las pisadas y vieron acercarse a Carmen, vestida con un impoluto traje de falda y chaqueta beige. Carol se levantó de golpe, dejando la mano de Raúl suspendida en el aire.
- Mamá… - Susurró con voz acongojada y se lanzó a sus brazos.

- Mamá… - Repitió de nuevo, ya en el refugio que suponían los brazos de su madre. El nudo que llevaba teniendo en la garganta desde que reaccionó en su casa se hizo aún mayor, y las lágrimas que había intentado reprimir escaparon de sus ojos como dos torrentes que era incapaz de frenar. Sintió cómo su madre la abrazaba con fuerza. En ese momento, todo el enfado que tenía aún con ella se disipó: la necesitaba. Sólo el olor característico de su madre, la suavidad de su voz, la protección de sus brazos, ya le hacían sentir que todo iba a ir mejor.
- Tranquila, mi vida. Estoy aquí. – Carmen la apretó un poco más y luego la cogió por los hombros, separándola de ella con la intención de mirarla a los ojos. - ¿Qué ha pasado exactamente? – Las lágrimas seguían recorriendo el rostro de Carol, que no sabía cómo relatar la escena con la que se había encontrado en su casa. Se estremeció sólo de recordar la figura menuda de Juana rodeada de sangre, desmadejada en el suelo como un juguete roto.
Raúl relató brevemente lo que había sucedido. Aunque jamás lo admitiría, le agradecía haberle ahorrado el tener que poner en palabras el horror que presenciaron sus ojos. Carmen asintió.
- Pero aquí nadie nos dice nada. – Raúl se cruzó de brazos, con esa pose suya que era todo despreocupación. Carol lo odió por pasar de todo con tanta facilidad. – Nos verán cara de tontos o yo qué sé, pero llevamos una hora en el mismo sitio y nada.
- Está bien, voy a ver qué puedo averiguar. – La psicóloga enfiló uno de los pasillos, cada uno de sus pasos cargados de decisión y desenvoltura. Carolina siempre había envidiado a su madre por esa fuerza que siempre mantenía en pie, aún en los peores momentos.

Una vez Carmen hubo desaparecido por el pasillo, Carolina volvió a sentarse, esta vez dejando un hueco libre entre ambos. Si hubo un fugaz instante antes en que se hubiesen acercado, definitivamente se había esfumado. Notó cómo ella jugaba con sus manos, entrelazándolas y separándolas, hecha un manojo de nervios. Era tan transparente con lo que sentía, tan obvia… Raúl no podía terminar de entenderla, quizá porque él pertenecía al polo opuesto. Era cierto que estaba preocupado por Juana: le había tratado muy bien sin conocerlo de nada, y además había oído hablar maravillas de esa mujer a través de las palabras de Carmen.
Sin embargo, ahí estaba él, mostrando al mundo una mezcla de aburrimiento y pasotismo a partes iguales. No era persona de dejar ver abiertamente sus sentimientos. Hubo una ley que aprendió a fuego en la calle: si te ven débil, eres débil. Y él, que estaba prácticamente solo en el mundo, no podía darse el lujo de parecer débil. Porque los débiles siempre acaban siendo devorados por los fuertes, y entonces… Fin del juego.
Cuando las manecillas del reloj de la pared de enfrente habían avanzado más de un cuarto del recorrido de su circunferencia, volvieron a ver aparecer a Carmen. Siempre tan profesional, llevando las riendas sin importar cuál fuera el problema. “Es una tía que los tiene bien puestos” pensó Raúl, y no era la primera vez que lo hacía.
Carolina casi corrió hacia ella.
- ¿Cómo está? ¿Es grave? ¿Podemos verla? ¿Te han dicho si se va a tener que quedar ingresada? ¿Está…
- Tranquila, Carolina. No te aceleres. – Carmen le pasó un mechón de cabello tras la oreja a su hija. – Está estable. Le han hecho unas pruebas y parece ser que sólo tiene algo de anemia. Se quedará aquí unos días hasta que se reponga y se aseguren de que no hay nada más.
Raúl observó la reacción de Carolina, que volvió a mordisquearse el labio, intranquila.
- O sea, que no es seguro que no sea nada grave, ¿verdad? – Carmen hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
- Vamos, cariño, no te pongas en lo peor. Es un porcentaje más pequeño el que supone que sea algo grave. – Carmen y las estadísticas. Siempre se basaba en la fiabilidad de los porcentajes para dar énfasis a una hipótesis. “Profesional hasta en su vida personal…Supongo que no lo puede evitar” pensó Raúl. – Así que es mejor que os vayáis. Tu padre y Francisco vienen de camino. Pasaremos aquí la noche por si hay alguna novedad, vosotros id a descansar. Ya habéis hecho bastante. Habéis sido muy valientes. – La mujer los miró con dulzura a ambos y Raúl pudo advertir cómo Carol agachaba la mirada.
El muchacho se levantó, estirándose.
- Venga, vamos. – Hizo un gesto con la cabeza a Carolina y Carmen depositó un beso en la mejilla de cada uno antes de despedirse.


La vuelta a casa en taxi fue tan silenciosa como su estancia en el hospital. “Valientes” había dicho su madre. La chica sonrió con amargura, profundamente avergonzada con la forma en que había reaccionado. Ella había sido una completa cobarde, de no ser por Raúl… no sabía qué habría podido pasar. Le miró de reojo, durante un par de segundos. Suspiró, mirando a través del cristal la noche que ya caía. No era bueno empezar a deberle favores al macarra tan pronto.
Al llegar a casa, Carolina se dirigió directamente a su habitación. Preparó las cosas necesarias para tomar una ducha y se encaminó al baño. Intentó ahogar su preocupación en el agua caliente que caía sobre su rostro, pero no lo consiguió. Salió del baño, con el cabello humedeciéndole las mejillas, y volvió a su habitación. Se sentó en la cama y movió el cuello en círculos, intentando deshacerse de la tensión que le agarrotaba los músculos, sin mucho éxito.
Tardó unos minutos en darse cuenta de que había algo en su escritorio que no encajaba. Junto a una foto con sus amigos, parcialmente oculto de su vista por unos botes de perfume en la perspectiva que estaba, había un plato con un bocadillo. Se acercó y miró el pan, cortado por la mitad de forma irregular, con jamón y tomate asomando por los lados, el plato manchado de aceite. Estaba tan mal presentado que hasta un niño podía haberlo hecho mejor. No pudo evitar que una sonrisa se acomodara en las comisuras de sus labios.


Raúl se terminó el bocadillo que se había hecho de cenar. Se palmeó el estómago, donde el jamón estaba ya a buen recaudo. Cogió ropa limpia, tras oír a Carolina abandonar el baño, y se dispuso a tomar una ducha. Terminó pronto y salió del baño colocándose la camiseta. Miró hacia el dormitorio de Carol, que aún permanecía con la puerta cerrada y sin ningún ruido proveniente de su interior.
¿Se habría comido el bocadillo? Al principio, no había tenido intención de prepararle nada: él sólo había ido a por su cena porque, una vez quemada toda la adrenalina, su estómago había cobrado vida propia. Pero la había visto subir las escaleras, arrastrando los pies y con la cabeza gacha. Sabía que no iba a preocuparse en comer algo, y no quería tener más sustos hoy. Con hacer de héroe una vez al mes, a él le sobraba.
Había pasado un buen rato delante del frigorífico abierto, valorando las posibilidades. ¿Qué le gustaría? La verdad es que no le había prestado demasiada atención a lo que comía. Frunció el ceño, pensativo, y luego miró directamente a un paquete envasado al vacío, con su contenido rojizo y apetecible.
- ¡Qué coño! ¿A quién no le gusta el jamón? – Exclamó y preparó con rapidez los dos bocadillos, dejando uno velozmente en la habitación de la chica. No le apetecía encontrarse con ella en esa situación, que tenía muchos pájaros en la cabeza y capaz era de pensarse que se estaba preocupando por ella.
Llegó a su habitación, bostezando, y se dio cuenta de que algo destacaba en la superficie lisa de la puerta de su cuarto. Era un post-it rosa, con un simple “Gracias” escrito con tinta morada y letra inconfundible de chica. El muchacho sonrió y despegó el papel de la madera, con una sonrisa. Entró en su habitación y arrugó el papel, tirándolo a la papelera apenas sin pensarlo.
Se tumbó en la cama, dispuesto a ceder a la tentación de Morfeo, pero su mirada adormilada se dirigió a la papelera. Gruñó y se levantó, dirigiéndose al cubo y sacando el papel rosa. Lo alisó y se encogió de hombros, guardándolo en un cajón del escritorio. Después de todo, un agradecimiento de la princesita no era algo que se viera todos los días, ¿verdad? Mejor era guardarlo, porque dudaba mucho que volviera a recibir otro.


Carolina estaba terminando de recoger el desayuno, pensando ya que iba a tener que subir a buscar a Raúl, cuando éste apareció derrapando en la cocina.
- Joder, me he quedado dormido. Ya me podías haber despertado.
- Haberte puesto el despertador, como todo el mundo. – La hostilidad habitual. Todo seguía igual, como si el episodio ocurrido el día anterior, que quizá pudiera haberlos unido algo, se hubiera evaporado.
- Coño, qué humor gasta la princesita por la mañana. No te sienta bien madrugar, eh. – El muchacho se disponía a beber directamente del cartón de leche, cuando una mirada de Carol le advirtió que su vida correría en peligro si se atrevía a hacer eso. – Delicadita… - Murmuró, cogiendo un vaso y sirviéndose.
Estaban a punto de ponerse los cascos de la moto, cuando Carolina habló, atropelladamente.
- He hablado con mi madre. Juana está mejor, la han subido a una habitación. Mi madre dice que esta tarde ya puede recibir visitas. – La chica se colocó el casco, dando por zanjada la conversación. Él asintió, bajando la visera del casco. Se pusieron en camino hacia el colegio, con la hora justa y sin una sola mención del detalle de la pasada noche.
Llegaron cuando ya no había nadie en el recibidor, con el reloj casi marcando la hora punta. Carolina apretó el paso, alcanzando la puerta a la vez que la campana anunciaba el inicio de las clases. Raúl apareció unos segundos después, todo despreocupación.
Se dirigieron a sus asientos. Borja atrapó su mirada y levantó una ceja. Carol se imaginó lo que quería decirle: tienes mala cara. Quizá sólo él fuese capaz de ver el cansancio que había intentado ocultar tras una capa de maquillaje. Apenas había dormido esa noche. La conocía demasiado bien, no se le escapaba una.
En el primer cambio de clase, les explicó a Patri y a Borja a grandes rasgos lo que había pasado la tarde anterior. Había sido incapaz de ahondar en detalles, porque aún sentía escalofríos sólo de recordar la imagen de aquella anciana a la que adoraba tumbada en el suelo.
- Pero ya está mejor, ¿no? – Preguntó Patri, con sincera preocupación.
- Sí, esta tarde iré a verla.
- ¿Y él también va? – Patri señaló con la cabeza hacia el fondo de la clase, donde Raúl y Rocío volvían a estar flirteando abiertamente.
- No lo sé. – Antes le había dicho lo de las visitas como un intento de invitación, pero no estaba segura de que Raúl hubiese sido capaz de captarlo. Después de todo, no daba para mucho.
La llegada del profesor los mandó a todos de vuelta a sus pupitres. Estaban ya a mitad de la segunda hora, cuando una bolita de papel voló desde su espalda hacia su mesa. Estaba preparándose para tirársela a la cara de vuelta al macarra, cuando se percató de que había restos de tinta en el papel. Lo desdobló y ahí, con una caligrafía penosa, escrito en un trozo arrancado de hoja de cuaderno, estaba un “de nada”. Estaba acompañado con lo que ella supuso que era una caricatura de él mismo guiñándole un ojo. La muchacha reprimió una sonrisa y volvió a volcar su atención en los análisis sintácticos que llenaban la pizarra.



Isa

1 comentario:

  1. Como siempre la historia genial...
    me encanta!
    espero ansiosa el proximo capitulo besos desde
    http://unaaficionadaavertesonreir.blogspot.com/

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