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lunes, 5 de septiembre de 2011

Tú y mi mundo -07-

Durante el resto de las clases, Raúl había intentado molestar a Carol tanto como había podido: le resultaba sumamente gracioso lo rápido que se enfadaba y la cara que ponía al hacerlo. Sólo le faltaba echar humo por las orejas.
Cuando el último timbre sonó, anunciando la libertad, se formó el típico revuelo cuando los alumnos comenzaron a recoger a toda prisa. Carolina fue la primera en terminar y se dirigió hacia Borja. Raúl se levantó sin mucho interés, desperezándose. Un grupito de chicas empezó a pulular por su alrededor, con sonrisitas tontas. Él alzó una comisura, divertido con la atención que llevaba teniendo por parte de las féminas desde que había llegado. La mayoría de chicas de la clase se habían acercado a él para presentarse, aunque Raúl ya no recordaba el nombre de ninguna.
Una chica de cabello rizado se separó del grupo y se acercó a él, resuelta. Era alta, quizá 1.70 o más, y tenía un buen cuerpo, algo que a Raúl no le pasó desapercibido.
- Bueno, chico nuevo, ¿cómo piensas ponerte al día con las clases? Quizá necesites a un profesor particular, y yo tengo mucho tiempo libre – La muchacha le guiñó un ojo y se apoyó en su mesa. “Está bien buena” pensó Raúl, mientras se inclinaba hacia ella para contestarle.
- La verdad es que ya tengo un profesor en casa, pero una ayuda como la tuya nunca está de más. – Sonrió, apartándole un mechón del hombro – Aunque te advierto que no ando sobrado de pasta, así que no podría pagarte…
- Bueno, ya averiguaríamos entonces una forma de que me agradecieras esa ayuda…
- ¿Piensas tirarte todo el día de cháchara o vas a llevarme a casa? – Ahí estaba Carolina, con su cara de permanente enfado. Raúl levantó la vista hacia ella: ¿era así de oportuna o es que había estado observándole? – Ah, hola, Rocío – Las dos chicas se miraron y la enemistad brilló en los ojos de ambas, casi como en los dibujos animados.
- Hola, Carol. Estaba teniendo una interesante conversación con tu nuevo hermanito hasta que nos has interrumpido.
- Ya, me lo imagino. Todas tus conversaciones con chicos suelen ser de lo más interesante – Cada palabra destilaba ácido con su doble sentido. Rocío estaba abriendo la boca para replicar algo sin duda igual de mordaz, pero Carol no le dio tiempo – Pero esta vez tendrás que aplazar tu charlita, porque tengo prisa en irme. – Raúl se vio arrastrado por Carolina, que le sujetaba firmemente la muñeca. No lo soltó hasta que no salieron de la clase, apenas dándole tiempo a recoger sus cosas.
- Ey, ey, tranquila, fiera. Te he dicho ya que te controles: no me gustan los ataques de celos en público – Carol se había quedado boquiabierta, y la sangre se le agolpó en las mejillas. Y a Raúl le encantaba ponerla así de nerviosa – Aunque reconozco que siempre he sido feliz con una pelea de gatas por mí.
- ¡No te lo crees ni tú! ¿Celosa, yo? ¡Yo lo único que quiero es que me lleves a casa! – Carolina hablaba atropelladamente, aún con la cara de un rojo brillante – Y mucho menos voy a estar esperando a que termines de hablar con esa zorra.
Raúl chasqueó la lengua y negó con la cabeza, cruzándose de brazos.
- Ésa no es forma de hablar para una princesita. Mira que voy a tener que lavarte la boca con lejía y le voy a decir a los Reyes que sólo te traigan carbón. – Carolina le miró con un profundo enfado y Raúl apenas pudo contener la risa.
- ¡Idiota! – Se dio la vuelta, indignada, mientras la trenza se balanceaba en su hombro. Echó a andar hacia la salida y Raúl la siguió, a una distancia prudencial: nadie sabía cuándo se le podía escapar un guantazo a una mujer enfadada.
Raúl recorrió el pasillo con la vista: las paredes estaban adornadas con orlas de generaciones pasadas. El colegio era enormemente grande, no le sorprendería perderse por sus intrincados pasillos. Era una mezcla de nuevo y viejo, porque, sin duda, no escatimaban en gastos: las clases eran amplias, las mesas lo suficientemente grandes como para no agobiarse, el aire acondicionado estaba programado a la temperatura idónea, incluso cada alumno tenía su propio portátil. Algunos profesores, más conservadores, llevaban también libros de texto, pero la mayoría se limitaba a powerpoints o algún otro tipo de presentaciones.
Carol paró en su taquilla y sacó el casco de la moto. Raúl hizo lo mismo, estrujándose los sesos para recordar la combinación de numeritos. Cuando al fin lo consiguió, sacó el casco y cerró la taquilla, mientras Carolina le miraba con gesto impaciente, mascullando un “torpe”.
Ambos se dirigieron hacia la salida y pronto estaban sobre la moto, rumbo a casa. Carolina apenas se sujetaba a él por los laterales del polo, colocando su bandolera entre la espalda de él y el torso de ella, barrera impenetrable para evitar cualquier tipo de contacto. Él sonrió en la intimidad de su casco y giró la muñeca varias veces, haciendo que la moto cogiese velocidad con rapidez. El vehículo dio un tirón hacia delante y Carolina, más como reflejo que como acto meditado, se abrazó a él, uniendo las manos con fuerza en el abdomen de Raúl y aplastando la mochila entre ambos cuerpos. Raúl dejó escapar una ligera risita, amortiguada por el motor y el ruido de las ruedas luchando contra el asfalto.

Al llegar a la casa, Raúl dejó la moto al final de la cochera. El coche de su padre y el de su hermano no estaban, así que probablemente sólo Juana aguardase su llegada. Carolina dejó el casco sobre el asiento de la moto y señaló acusadoramente al muchacho.
- Tú… La próxima vez que conduzcas así, se lo voy a decir a mi madre. Que lo sepas.
- Ah… ¿Vas a ir corriendo a agarrarte a las faldas de tu mami? – Raúl sonrió con suficiencia, mientras que Carol cerraba los puños con fuerza, sintiendo cómo el rubor se extendía por sus mejillas. ¿Por qué siempre acababa poniéndose como un tomate con sus absurdos comentarios? – Yo no tengo culpa de que no estés acostumbrada a las emociones fuertes… Y, además, ¿no tenías tanta prisa en llegar? – Raúl le dio un golpecito con el dedo índice en la sien – Creo que algo no te marcha en condiciones aquí dentro, princesita.
Carolina apartó la cabeza bruscamente y le miró, entrecerrando los ojos.
- Avisado quedas. – Raúl se encogió de hombros y, al pasar a su lado, dejó caer un “chivata”. Carol se giró con rapidez, furiosa e indignada - ¿Qué has dicho? – Raúl la miró, intentando camuflar una sonrisa.
- ¿Yo? Nada. Puede que sea tu cabeza. Te lo he dicho: algo falla ahí.
- ¡Ni estoy loca ni soy una chivata!
Raúl siguió su ascenso por las escaleras que conducían al interior de la casa, mientras ella le seguía, exasperada.
- ¡A mí no me dejes con la palabra en la boca, idiota! – Sin pensarlo, le dio un golpe con la mano en la espalda. Raúl se giró, sorprendido, y fingió dolor.
- Ey, eso es agresión. Tienes que ser más delicada cuando me tocas, nena, que luego me dejas marcas – Él le guiñó un ojo, con esa sonrisa suya que la ponía de los nervios. Suspiró, cansada de contestarle, y se abrió paso hasta el salón.
El olor a comida casera inundaba la estancia.
- Ya estoy aquí, tata – Dijo Carolina alzando un poco la voz mientras se quitaba la chaqueta.
- Será estamos, ¿no? O yo qué soy, ¿un mueble?
- A nivel de inteligencia, no te llevas mucho con un mueble. Y si metemos la tele dentro de “muebles”, considérate derrotado.
- Uhhh, qué dura eres… - Raúl se llevó las manos teatralmente al pecho, ladeando el rostro con gesto compungido – Creo que me acabas de llegar al corazoncito.
Carol negó con la cabeza y se dirigió a su habitación, donde dejó la mochila y la chaqueta. Se puso una ropa más cómoda y fue al baño, dispuesta a lavarse las manos. La puerta estaba entreabierta, así que un simple empujoncito bastó para terminar de abrirla. También fue bastante para comprobar que el baño no estaba vacío. Carolina se dio la vuelta rápidamente, sonrojándose de inmediato. Se alegró de estar dándole la espalda a Raúl y que no pudiese notar ese detalle.
- ¿No te han enseñado en el sitio de donde vienes a cerrar la puerta cuando estás en el baño?
- Joder, qué delicada la princesita. Ni que fuera al primer tío que ves mear.
- ¡Pues no tenía mucho interés en verte precisamente a ti! – Carolina escuchó el sonido de la cisterna y del grifo. Cuando oyó como el agua dejó de correr, se dispuso a darse la vuelta, pero sintió la mano de Raúl en su cintura y su aliento en la nuca, mientras le susurraba.
- Hubieses preferido encontrarme en la ducha, ¿verdad? Siento haberte desilusionado… - Carol sintió un escalofrío recorrerle la columna y cómo su rostro se tornaba de una tonalidad granate. Se dio la vuelta y le golpeó en el hombro, mientras él se reía escandalosamente.
- ¡Eres un guarro, y un pervertido, y un asqueroso! – Cada insulto iba acompañado de un golpe. Raúl se escabulló entre risas. Carolina resopló, mientras se miraba al espejo. ¿De verdad estaba así de colorada? Se palmeó las mejillas, aún ofuscada. Se lavó las manos y bajó al comedor.
Raúl ya estaba sentado a la mesa. Bueno, más bien repantingado. Carol notó cómo observaba cada uno de sus movimientos mientras tomaba asiento. Levantó la vista hacia él, confusa y aún enfadada.
- ¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara o qué? – Una sonrisa sesgada se dibujó en el rostro de Raúl.
- Monos no, precisamente… - Carolina sabía muy bien a qué se refería y se puso una mano en la mejilla, intentando disimular ese rubor que no se había quitado, sino que iba en aumento. Escuchó la baja risita del muchacho mientras Juana servía el último plato.
- A comer, tesoros.

Terminada la comida, ambos ayudaron a Juana a recoger la mesa. Una vez se quedaron solas en la cocina, Carol observó más de cerca a la anciana: ya lo había notado durante el almuerzo, pero ahora estaba segura de que estaba pálida.
- Tienes mala cara, tata. ¿Estás bien?
- Sí, sólo estoy un poco cansada. Los años pesan mucho, vida mía. – La mujer sonrió con suavidad y un millar de arrugas tomaron vida en su rostro. – Ahora me echo una siesta y se me pasa.
La chica la miró aún con preocupación.
- ¿De verdad que no quieres que te ayude? – La anciana movió la cabeza en un gesto de negación.
- No, sólo son cuatro platos y pasar un poco la fregona. Además, tú tienes que empezar con las clases de Raúl. Así que venga, los dos arriba a estudiar.
Carolina torció el gesto. Juana tenía razón, su madre le había dejado una nota recordándole que las clases empezaban hoy. Dos horas. Maravilloso.
La muchacha subió las escaleras como el condenado que camina hacia la horca. Llamó a la puerta de Raúl, aunque ésta no estuviese cerrada: ya había tenido bastantes encuentros desagradables con él por hoy.
- Está abierto. – “Ya lo sé, idiota” pensó, mientras atravesaba el umbral.
- Las clases empiezan hoy. – Carolina le miró significativamente, ya que él estaba tumbado en la cama, sin mucha intención de sacar los apuntes.
- ¿Y si nos saltamos la de hoy? Que eso de empezar las cosas los lunes es un topicazo… - Carol se cruzó de brazos y alzó las cejas. Él captó el mensaje. – Está bien, está bien, chica responsable. – Raúl se levantó de la cama y lentamente caminó hacia el escritorio. A Carolina le ponía nerviosa la parsimonia con la que hacía todo.
Carol colocó otra silla a su lado y encendió el portátil del chico, sin pedir permiso. Él la dejó hacer, entre bostezos.
- ¿Cuánto sabes de inglés?
- Mmm… ¿Nada? – La chica le miró, alarmada.
- ¿Lo dices en serio? – Raúl asintió, con tranquilidad. – Bueno, tiene su lógica, teniendo en cuenta que me cuesta entenderte en castellano…
- Hey, no te pases… - El chico se hizo el ofendido mientras ella ponía los ojos en blanco.
- Vamos a empezar – Carolina tanteó un poco el terreno, para ver si había sido una exageración. No, definitivamente no lo era.
Apenas había pasado media hora cuando se oyó un fuerte golpe en la planta de abajo. Ambos pegaron un bote en sus asientos.
- ¡Coño! ¿Qué ha sido eso? – Exclamó Raúl, haciendo el amago de levantarse.
- Se le habrá caído algo a Juana. Es un  poco torpe a veces. – En su familia, ya casi estaban acostumbrados a los estruendos de la anciana: raro era el día en que no se le caía algún plato o las cacerolas. – Intenta traducir esas frases mientras yo bajo a ver qué ha sido esta vez.
Carol bajó las escaleras desperezándose y se dirigió directamente a la cocina, la cual se encontró vacía.
- Tata – Llamó, sin respuesta – Tata, ¿estás en el salón? – Al entrar en el comedor, se le heló el cuerpo. Juana estaba tumbada en el suelo, inconsciente, con una silla derribada a su lado. Tenía el canoso cabello manchado de rojo, así como la silla. Carolina se quedó en estado de shock, sin poder reaccionar, ni siquiera gritar para pedir ayuda.
La muchacha no sabía cuánto tiempo había estado ahí de pie, observando cómo la sangre de Juana teñía de escarlata la madera del suelo. Ni siquiera escuchó las pisadas de Raúl al acercarse.
- ¿Por qué tardas tan…? – La última palabra quedó a medio terminar - ¡Joder! – El chico atravesó la estancia en un par de zancadas y se arrodilló junto a la mujer, dándole unas palmaditas en el rostro, terriblemente blanco. - ¡Juana! ¡Despierta! – Raúl levantó la vista hacia Carolina, que seguía en el mismo lugar. - ¿A qué esperas? ¡Llama a una ambulancia, corre! – Ella siguió sin reaccionar, como si le hubiesen clavado los talones en ese lugar. El muchacho se levantó y la cogió por los hombros, zarandeándola. La miró directamente a los ojos, mientras ella empezaba a despertar del estado en que se encontraba – Juana te necesita. Ve y llama a una ambulancia. Ya. – Raúl habló despacio, clavando su mirada en los ojos de la chica con intensidad. Esas palabras fueron suficientes para terminar de traerla al mundo real.
Carol corrió hacia el teléfono y marcó el 112. El tono de llamada sonaba en el auricular, mientras observaba nerviosamente cómo Raúl cogía a la menuda anciana en brazos y la colocaba en el sofá. Luego fue a buscar un trapo de cocina limpio y lo apretó contra la herida que Juana tenía a un lado de la cabeza. Una voz respondió en el teléfono, pero Carolina apenas le dio tiempo a hablar.
- ¡Por favor, necesito ayuda!



Isa

1 comentario:

  1. CAPITULAZO!
    GRACIAS POR AVISARME!
    espero el siguiente por favor avisame
    no me lo quiero perder!

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