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martes, 12 de junio de 2012

Tú y mi mundo -13-


Carol había pasado la semana evitando a Raúl, mientras maquinaba su plan. Patri había investigado en el tuenti de Raúl los sitios que solía frecuentar, y había descubierto que ese viernes iba a ir a un polígono industrial. Por supuesto, Carolina había oído hablar de él: una gran explanada donde el ayuntamiento había permitido a la gente del estilo de Raúl reunirse para beber y no molestar al resto del mundo. Además, cerca de allí estaban el tipo de discotecas donde no era aconsejable ir si querías volver de una pieza. Nada bueno se podía hacer allí, y eso era lo que Caro quería demostrarle a su madre: esas cosas que el macarra seguramente había obviado.
Se había asegurado de insistir a Patri en que no le mencionase ni lo más mínimo a Borja. Le conocía lo suficientemente bien como para saber que se opondría a que ellas se metieran “en la boca del lobo” y le volvería a repetir aquello que tantas veces le había dicho sobre confiar en el criterio de su madre… Era mejor que él sólo viese los resultados. Aunque Borja había notado que algo le ocultaban. Patri no era precisamente la persona más adecuada para mantener algo importante en secreto, y más si se trataba de Borja o de ella. El chico había intentado averiguar qué se traían entre manos, pero Carol consiguió que no las descubriese.
Por otro lado, estaba Chema. Se lo había encontrado el lunes en el pasillo y ambos se habían mirado un momento, visiblemente incómodos. Para su horror, Caro había visto una marca en su cuello, la huella de una pasión excesiva. Había huido, casi de forma literal, para que no viera las lágrimas que había aflorado a sus ojos. Desde entonces, había procurado no cruzárselo, mientras curaba su corazón de esas heridas tan habituales ya.
Patri la arrastró aparte a la salida de clases el viernes, emocionada ante el plan que se avecinaba esa noche. Carol la observó con las cejas alzadas, mientras su amiga miraba a los lados en busca de intrusos, al más puro estilo de las películas de espías americanas.
- Venga, Patri, me tengo que ir. ¿Qué quieres?
- ¡Tenemos que planear lo de esta tarde! ¿Te pasas por mi casa a las 9? Debemos vestirnos de una forma que no llamemos la atención entre ellos.
- Sí, tienes razón. Nada de marcas ni cosas por el estilo. Lo mejor es pasar desapercibidas. Llegar, ver lo que tenemos que ver, echar un par de fotos y volver lo antes posible.
- Claro. Debemos vestir como ellos, hablar como ellos, pensar como uno de ellos… - Carol no pudo más que echarse a reír al ver la seriedad en sus palabras. Le dio una palmadita cariñosa en el hombro mientras se alejaba.
- ¡Luego nos vemos, ángel de Charlie!
Raúl la esperaba, apoyado en la moto, con la mirada fija en ninguna parte. Carolina tomó aire y se acercó a él, siguiendo la rutina que estaba empezando a suponer el no prestarle atención.

Raúl estaba en su habitación, tumbado en la cama, mirando hacia el techo. Llevaba una mala semana. Y, por más que le molestase admitirlo, la culpa la tenía la princesita. Le evitaba, zanjaba las conversaciones que él intentaba entablar con ella antes siquiera de que pudiesen llamarse como tal… Incluso las clases particulares con ella se limitaban única y exclusivamente a contenido académico. No había una sola palabra fuera de las de los libros de texto.
Y él, el chico fuerte, despreocupado, pasota… Se sentía inquieto. No podía acostumbrarse a esa situación. Algo en él no quería ese tipo de relación con ella, le molestaba sobremanera la frialdad que demostraba hacia él. Prefería que la tratase de la forma infantil y gruñona de antes, pero ese silencio se le hacía insoportable.
Suspiró y se tapó los ojos con el antebrazo. No le gustaba el nerviosismo que le estaba causando la chica. Apretó fuerte los ojos contra la piel de la muñeca, como si con ese gesto pudiese borrar todas las preocupaciones de su mente.


Carolina estaba tocando el timbre de la casa de Patri a las 21.03. La interina ecuatoriana que tenía la familia de Patri le abrió la puerta y le sonrió amablemente.
- Hola, Davinia. ¿Está Patri arriba?
- Sí, señorita. La espera en su dormitorio. – Por más que había intentado hacer que la mujer la tutease, no lo había conseguido. Se había rendido cuando Patri le había dicho que ni siquiera ella, en todo el tiempo que llevaba con ellos, había sido capaz de hacerla cambiar de opinión en ese aspecto.
Subió las escaleras hacia la habitación de Patri. Se movía con fluidez por la casa: había estado demasiadas veces allí como para necesitar que la guiasen. La puerta del cuarto de la muchacha estaba entreabierta, por lo que la empujó, sin avisar su entrada. Y casi tuvo que taparse la boca para evitar gritar ante lo que encontró…
- Pero… Pero… - No le salían las palabras adecuadas. Aunque quizá no hubiese palabras adecuadas. Patri se dio una vuelta frente a ella, para que admirase su obra.
- Bueno, ¿qué te parece? – Carolina no tenía ni idea de dónde había encontrado aquellas prendas. Patri vestía unos leggins con estampado de leopardo, una camiseta rosa fucsia atada al cuello con la espalda al descubierto, y unos tacones imposibles de colores que dañaban a la visión. En cuanto al maquillaje…
- Tía, ¿te has maquillado con la escopeta de Homer? – Carol no sabía si enfadarse o echarse a reír. La verdad era que Patri estaba tan ridícula… Optó por tomárselo con humor. – Menuda manera de no llamar la atención, cariño. – Negó con la cabeza y la empujó hacia el baño – Anda, quítate la mano de pintura que te has dado en la cara mientras yo te busco algo decente y discreto – Remarcó la última palabra con sarcasmo – en el armario. – La chica aceptó a regañadientes.
Un rato después, ambas chicas estaban listas, enfundadas en vaqueros, camisetas sencillas y zapatos planos. “Por si hay que hacer una escapada rápida” pensó Caro, aunque no lo dijo en voz alta, por no asustar a su amiga. Tampoco tenía por qué pasar nada… ¿Verdad?
- Esto… - Comenzó Patri, mientras Carol ya se dirigía hacia la puerta del dormitorio. – Verás, Carol… ¿Te acuerdas de aquel día en que fui de compras y me pasé un pelín del presupuesto? – Claro que Carolina se acordaba. Ella le había aconsejado que  no derrochase tanto, pero Patri le había asegurado que sus padres no se pararían a investigar un pago con tarjeta de 478€ en una de las tiendas de ropa más exclusivas de la ciudad… - Pues parece ser que a mis padres sí les ha picado la curiosidad. Y estoy un poquito castigada.
- ¡Patri! – La muchacha le sonrió, culpable, pero habló antes de que Caro pudiese protestar.
- Pero, tranquila, Davi no se dará cuenta de que no estamos. Le he dicho que íbamos a estudiar, así que no vendrá a molestar, y mis padres están fuera por trabajo. Sólo tenemos que salir sin que se dé cuenta.
- Genial. Deberías hacerme caso más a menudo. – Patri le echó un brazo por los hombros y dibujó una enorme sonrisa en su rostro.
- Pero si te encanta que le ponga un poco de picante a tus días, no lo disimules. – Y, en contra de su voluntad, Carolina notó que la sonrisa de su amiga se le contagiaba.
Efectivamente, salieron sin muchos problemas. Davinia estaba planchando en el salón, con el mp3 puesto. Las chicas se escabulleron sigilosamente cuando ya el taxi las esperaba en la puerta.
Estaban llegando al polígono cuando el móvil de Patri sonó con una canción de Maldita Nerea. Incluso Carol pudo oír los gritos de la madre de su amiga al otro lado del teléfono mientras la faz de la chica palidecía. Cuando colgó, Patri miró a Carol mientras se mordía el labio. Ésta negó con la cabeza, mientras levantaba una mano, evitando que la chica comenzase a hablar.
- Está bien. Sé lo que me vas a decir. Te han pillado y tienes que volver a casa o puedo ir buscando ropa oscura para el entierro de mi mejor amiga, ¿verdad?
- Carol, lo siento, en serio… Dijeron que no volverían hasta mañana… - Patri la miraba angustiada, por el hecho de dejarla sola, aunque también por la aventura perdida. Carolina le apretó la mano, sonriéndole.
- Está bien, iré sola. No te preocupes. No estaré allí más de 15 minutos, lo justo para hacer una foto o dos. – El taxista llegó a su destino y se paró a un lado de la desolada calle. Caro bajó del coche y Patri asomó la cabeza por la ventanilla.
- ¿Estás segura de que estarás bien? ¿No deberías llamar a Borja para que te acompañase?
- De verdad, no me va a pasar nada. Y ni se te ocurra decirle nada a Borja, que ya sabes lo pesado que se pone. Pero que sepas que me debes un helado bien grande por dejarme tirada. – Patri sonrió levemente. Carol se despidió de la muchacha con un gesto de la mano y echó a andar hacia el lugar desde donde provenía una fuerte música.
Conforme iba acercándose a la explanada, más iban aumentando los decibelios. Carol hizo una mueca de desagrado, no sólo por la música. Era un sitio enorme, como una discoteca improvisada al aire libre, donde la música (por llamarla de alguna forma) provenía de los equipos de música colocados en los maleteros de los coches. Las canciones se entremezclaban de un vehículo a otro, provocando un caos sonoro que la chica no entendía cómo podían aguantar los allí presentes. Las pintas de la gente reunida en aquel lugar era la esperada: muy similar a la de Raúl. Ese tipo de gente que, si te cruzases por la calle, te cambiarías de acera. La multitud bebía, apoyada en los coches, en las motos o haciendo algo parecido a bailar. También había grupos en mesas de camping apostando a juegos de mesa. Otros, habían sacado de paseo a sus “animalitos”: pitbulls, bull terriers, stafforshires, dogos argentinos, bulldogs… Las razas de perros más peligrosas se habían reunido allí. Sí, Tyson quizá no fuese un chihuahua, pero en sus ojos no brillaba el ansia de matar que había en los de aquellos animales, atados con firmes cadenas de metal. Se estremeció sólo de pensar lo que podía ocurrir si alguno se escapase…
Sacudió la cabeza y se centró en su objetivo: encontrar a Raúl. Barrió la zona con la mirada. Era demasiado extensa y había muchas personas como para localizarle sin adentrarse más. Se abrochó un poco más la chaqueta de cuero marrón y comenzó a andar. Miraba los rostros de los chicos fugazmente, para no llamar su atención, pero no encontraba el que buscaba. Estaba empezando a ponerse nerviosa cuando un pesado brazo se dejó caer sobre sus hombros.
- Ey, guapa. ¿Qué haces por aquí tan solita? – Era un hombre algo mayor que la mayoría de los que estaban allí. Quizá rondara los 30, corpulento y con una cerveza casi acabada en la mano que, por el gesto bobalicón que presentaba, no debía de ser la primera. Carol se sacudió el brazo de encima con brusquedad y siguió andando.
- ¿No deberías ser más simpática con mi amigo? – Esta vez era un muchacho más joven el que se interponía en su camino. Vestía un chándal desgastado con una mala imitación del logotipo de Adidas. La chica intentó bordearle, pero ambos se lo impidieron. Al grupo se unió otro tercer acompañante, con un vaso de algo que parecía whisky en la mano. Carolina estaba empezando a asustarse y, sin darse cuenta, su boca fue más rápida que su mente.
- ¿Te vas a quitar de en medio o piensas seguir molestando mucho más rato? – Se mordió el labio nada más terminar de hablar. Un “debería haberme callado” se repetía en su mente al ver las expresiones divertidas de los tres tipos.
- Ay, qué boquita. ¿No sabes que las niñas buenas no deben venir a sitios como estos tan solitas? Nosotros sólo queremos hacerte compañía… - Caro recorrió el lugar con la mirada, a punto de entrar en pánico, cuando se dio cuenta de que estaba rodeada por aquellos tres desconocidos.


Raúl estaba apoyado en su Kawasaki Ninja, viendo divertido cómo el Mani y su novia discutían.
- ¡Jessi, tía, no me ralles!
- Todo el día me tienes aquí metida o dando tumbos en la moto. ¿Y ahora quieres que me tire toda la tarde de un sábado viendo fútbol? ¡Me tienes harta!
- Pero si el fútbol es cultura… Mira que yo lo hago por ti. ¿A que sí, Tole? – El chico miró a Raúl, que levantó ambas manos en gesto de rendición.
- Nunca te metas en peleas donde participen mujeres. Siempre salen ganando y tú, escaldado.
- ¡Calzonazos! – Estaban compartiendo risas cuando vio a una chica rubia de espaldas caminar con la cabeza agachada. “Buen culo”, pensó. Pudo ver cómo la muchacha en cuestión también llamaba la atención de un grupo de tres tíos. Los conocía: eran unos babosos que tenían las manos largas cuando llevaban un par de copas en el cuerpo. Observó cómo se dirigían hacia ella y ésta intentaba quitárselos de encima, aunque sólo consiguió que la rodearan. Raúl no solía meterse en problemas ajenos, pero ese tipo de cosas le molestaban. La rubia movió la cabeza hacia los lados, en busca de ayuda, y entonces pudo ver su rostro. Saltó como un resorte al reconocerla y, antes de pensarlo siquiera, estaba caminando en su dirección, mientras Óscar le llamaba a su espalda sin resultado.


- Venga, que te acompañamos a casa. No vaya a ser que te pase algo por el camino.
- Dejadme en paz… - Carol se horrorizó al escuchar cómo le fallaba la voz, y los otros también debieron notarlo, pues se aproximaron a ella. Uno incluso la tomó por la muñeca con muy poco tacto.
- No te hagas la difícil, que todos sabemos lo que viene buscando una tía sola a este sitio. – Carolina se revolvió y estaba a punto de gritar en busca de auxilio cuando otra mano, aparecida de la nada, soltó el agarre del desconocido.
- Es una pena que lo que viniera buscando es a mí. – Una oleada de alivio inundó a Carolina al reconocer la voz de Raúl. Se giró para mirarle y éste le pasó una mano por la cintura, alejándola de los demás tipos.
- ¿Estás seguro de que viene buscándote a ti? – Tanto el tono de voz como los ojos del hombre más mayor estaban cargadas de peligro y ganas de pelea. Había dejado caer la lata al suelo, mientras mantenía la mirada con Raúl. Éste ya estaba colocando a Caro tras él cuando el chico de la noche de la fiesta, al que Raúl había llamado “el Mani”, apareció al lado de la muchacha.
- Yo creo que sí que lo estaba buscando a él. ¿Quieres que llame a más gente para que vengan a confirmártelo o mejor dejamos que nos creas sólo a nosotros? Porque, si no, se va a alargar la cosa, puedes tenerlo claro… - Todos entendieron el mensaje subliminal de sus palabras. Raúl y el hombre seguían mirándose casi sin parpadear. Uno de los otros dos pareció considerar suficientemente seria la amenaza de el Mani, pues colocó una mano en el hombro de su compañero y tiró de él hacia atrás.
- Déjalo. Vámonos, si sólo es una guarrilla más… - Esta vez fue el Mani quien tuvo que contener a Raúl para que no les alcanzase mientras se alejaban.
- Tole, déjalos, que están borrachos. No saben ni lo que dicen. Es mejor no liarla, que hay señoritas delante.
Carol se había quedado en un segundo plano, apretándose fuerte las manos para evitar que le temblasen. Raúl la miró, hecho una furia.
- Y tú, ¿qué coño haces aquí? – Carol estaba segura de que iba a decirle algo más, pero debió encontrar demasiado miedo en su cara como para seguir. La cogió por el brazo y casi la arrastró. – Nos vamos a casa.
Carolina no protestó mientras la hacía subir a la moto y colocarse el casco. Se dio cuenta de que él no tenía otro cuando estaba dispuesto a arrancar la Kawasaki.
- Ponte tú el casco, yo…
- Ponte el casco. – En su tono no cabía discusión. La chica se abrochó el casco y se agarró a él, mientras la moto rugía entre sus piernas y echaba a correr, como un animal salvaje al que han liberado de su prisión.
Jessi y Óscar los vieron alejarse.
- Oye, cari. ¿No decías que el Tole no montaba a ninguna tía en la Ninja? – Óscar seguía con la mirada fija en la moto, que era ya sólo un punto apenas visible en la lejanía.
- Sí. Yo también estoy flipando, es la primera tía a la que he visto que lleve en la moto… - Óscar sólo pudo pensar en que el motivo del cambio no podía ser otro que el hecho de que esa chica no era una más… Y no sabía si eso era bueno o muy, muy malo.



Isa

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