Carol había pasado la semana evitando a Raúl, mientras
maquinaba su plan. Patri había investigado en el tuenti de Raúl los sitios que
solía frecuentar, y había descubierto que ese viernes iba a ir a un polígono
industrial. Por supuesto, Carolina había oído hablar de él: una gran explanada
donde el ayuntamiento había permitido a la gente del estilo de Raúl reunirse
para beber y no molestar al resto del mundo. Además, cerca de allí estaban el
tipo de discotecas donde no era aconsejable ir si querías volver de una pieza.
Nada bueno se podía hacer allí, y eso era lo que Caro quería demostrarle a su
madre: esas cosas que el macarra seguramente había obviado.
Se había asegurado de insistir a Patri en que no le
mencionase ni lo más mínimo a Borja. Le conocía lo suficientemente bien como
para saber que se opondría a que ellas se metieran “en la boca del lobo” y le
volvería a repetir aquello que tantas veces le había dicho sobre confiar en el
criterio de su madre… Era mejor que él sólo viese los resultados. Aunque Borja
había notado que algo le ocultaban. Patri no era precisamente la persona más
adecuada para mantener algo importante en secreto, y más si se trataba de Borja
o de ella. El chico había intentado averiguar qué se traían entre manos, pero
Carol consiguió que no las descubriese.
Por otro lado, estaba Chema. Se lo había encontrado el lunes
en el pasillo y ambos se habían mirado un momento, visiblemente incómodos. Para
su horror, Caro había visto una marca en su cuello, la huella de una pasión
excesiva. Había huido, casi de forma literal, para que no viera las lágrimas
que había aflorado a sus ojos. Desde entonces, había procurado no cruzárselo,
mientras curaba su corazón de esas heridas tan habituales ya.
Patri la arrastró aparte a la salida de clases el viernes,
emocionada ante el plan que se avecinaba esa noche. Carol la observó con las
cejas alzadas, mientras su amiga miraba a los lados en busca de intrusos, al
más puro estilo de las películas de espías americanas.
- Venga, Patri, me tengo que ir. ¿Qué quieres?
- ¡Tenemos que planear lo de esta tarde! ¿Te pasas por mi
casa a las 9? Debemos vestirnos de una forma que no llamemos la atención entre
ellos.
- Sí, tienes razón. Nada de marcas ni cosas por el estilo.
Lo mejor es pasar desapercibidas. Llegar, ver lo que tenemos que ver, echar un
par de fotos y volver lo antes posible.
- Claro. Debemos vestir como ellos, hablar como ellos,
pensar como uno de ellos… - Carol no pudo más que echarse a reír al ver la
seriedad en sus palabras. Le dio una palmadita cariñosa en el hombro mientras
se alejaba.
- ¡Luego nos vemos, ángel de Charlie!
Raúl la esperaba, apoyado en la moto, con la mirada fija en
ninguna parte. Carolina tomó aire y se acercó a él, siguiendo la rutina que estaba
empezando a suponer el no prestarle atención.
Raúl estaba en su habitación, tumbado en la cama, mirando
hacia el techo. Llevaba una mala semana. Y, por más que le molestase admitirlo,
la culpa la tenía la princesita. Le evitaba, zanjaba las conversaciones que él
intentaba entablar con ella antes siquiera de que pudiesen llamarse como tal…
Incluso las clases particulares con ella se limitaban única y exclusivamente a
contenido académico. No había una sola palabra fuera de las de los libros de
texto.
Y él, el chico fuerte, despreocupado, pasota… Se sentía
inquieto. No podía acostumbrarse a esa situación. Algo en él no quería ese tipo
de relación con ella, le molestaba sobremanera la frialdad que demostraba hacia
él. Prefería que la tratase de la forma infantil y gruñona de antes, pero ese
silencio se le hacía insoportable.
Suspiró y se tapó los ojos con el antebrazo. No le gustaba
el nerviosismo que le estaba causando la chica. Apretó fuerte los ojos contra
la piel de la muñeca, como si con ese gesto pudiese borrar todas las
preocupaciones de su mente.
Carolina estaba tocando el timbre de la casa de Patri a las
21.03. La interina ecuatoriana que tenía la familia de Patri le abrió la puerta
y le sonrió amablemente.
- Hola, Davinia. ¿Está Patri arriba?
- Sí, señorita. La espera en su dormitorio. – Por más que
había intentado hacer que la mujer la tutease, no lo había conseguido. Se había
rendido cuando Patri le había dicho que ni siquiera ella, en todo el tiempo que
llevaba con ellos, había sido capaz de hacerla cambiar de opinión en ese
aspecto.
Subió las escaleras hacia la habitación de Patri. Se movía
con fluidez por la casa: había estado demasiadas veces allí como para necesitar
que la guiasen. La puerta del cuarto de la muchacha estaba entreabierta, por lo
que la empujó, sin avisar su entrada. Y casi tuvo que taparse la boca para
evitar gritar ante lo que encontró…
- Pero… Pero… - No le salían las palabras adecuadas. Aunque
quizá no hubiese palabras adecuadas. Patri se dio una vuelta frente a ella,
para que admirase su obra.
- Bueno, ¿qué te parece? – Carolina no tenía ni idea de
dónde había encontrado aquellas prendas. Patri vestía unos leggins con
estampado de leopardo, una camiseta rosa fucsia atada al cuello con la espalda
al descubierto, y unos tacones imposibles de colores que dañaban a la visión.
En cuanto al maquillaje…
- Tía, ¿te has maquillado con la escopeta de Homer? – Carol
no sabía si enfadarse o echarse a reír. La verdad era que Patri estaba tan
ridícula… Optó por tomárselo con humor. – Menuda manera de no llamar la
atención, cariño. – Negó con la cabeza y la empujó hacia el baño – Anda,
quítate la mano de pintura que te has dado en la cara mientras yo te busco algo
decente y discreto – Remarcó la última palabra con sarcasmo – en el armario. –
La chica aceptó a regañadientes.
Un rato después, ambas chicas estaban listas, enfundadas en
vaqueros, camisetas sencillas y zapatos planos. “Por si hay que hacer una
escapada rápida” pensó Caro, aunque no lo dijo en voz alta, por no asustar a su
amiga. Tampoco tenía por qué pasar nada… ¿Verdad?
- Esto… - Comenzó Patri, mientras Carol ya se dirigía hacia
la puerta del dormitorio. – Verás, Carol… ¿Te acuerdas de aquel día en que fui
de compras y me pasé un pelín del presupuesto? – Claro que Carolina se
acordaba. Ella le había aconsejado que
no derrochase tanto, pero Patri le había asegurado que sus padres no se
pararían a investigar un pago con tarjeta de 478€ en una de las tiendas de ropa
más exclusivas de la ciudad… - Pues parece ser que a mis padres sí les ha
picado la curiosidad. Y estoy un poquito castigada.
- ¡Patri! – La muchacha le sonrió, culpable, pero habló
antes de que Caro pudiese protestar.
- Pero, tranquila, Davi no se dará cuenta de que no estamos.
Le he dicho que íbamos a estudiar, así que no vendrá a molestar, y mis padres
están fuera por trabajo. Sólo tenemos que salir sin que se dé cuenta.
- Genial. Deberías hacerme caso más a menudo. – Patri le
echó un brazo por los hombros y dibujó una enorme sonrisa en su rostro.
- Pero si te encanta que le ponga un poco de picante a tus
días, no lo disimules. – Y, en contra de su voluntad, Carolina notó que la
sonrisa de su amiga se le contagiaba.
Efectivamente, salieron sin muchos problemas. Davinia estaba
planchando en el salón, con el mp3 puesto. Las chicas se escabulleron
sigilosamente cuando ya el taxi las esperaba en la puerta.
Estaban llegando al polígono cuando el móvil de Patri sonó
con una canción de Maldita Nerea. Incluso Carol pudo oír los gritos de la madre
de su amiga al otro lado del teléfono mientras la faz de la chica palidecía.
Cuando colgó, Patri miró a Carol mientras se mordía el labio. Ésta negó con la
cabeza, mientras levantaba una mano, evitando que la chica comenzase a hablar.
- Está bien. Sé lo que me vas a decir. Te han pillado y
tienes que volver a casa o puedo ir buscando ropa oscura para el entierro de mi
mejor amiga, ¿verdad?
- Carol, lo siento, en serio… Dijeron que no volverían hasta
mañana… - Patri la miraba angustiada, por el hecho de dejarla sola, aunque
también por la aventura perdida. Carolina le apretó la mano, sonriéndole.
- Está bien, iré sola. No te preocupes. No estaré allí más
de 15 minutos, lo justo para hacer una foto o dos. – El taxista llegó a su
destino y se paró a un lado de la desolada calle. Caro bajó del coche y Patri
asomó la cabeza por la ventanilla.
- ¿Estás segura de que estarás bien? ¿No deberías llamar a
Borja para que te acompañase?
- De verdad, no me va a pasar nada. Y ni se te ocurra
decirle nada a Borja, que ya sabes lo pesado que se pone. Pero que sepas que me
debes un helado bien grande por dejarme tirada. – Patri sonrió levemente. Carol
se despidió de la muchacha con un gesto de la mano y echó a andar hacia el
lugar desde donde provenía una fuerte música.
Conforme iba acercándose a la explanada, más iban aumentando
los decibelios. Carol hizo una mueca de desagrado, no sólo por la música. Era
un sitio enorme, como una discoteca improvisada al aire libre, donde la música
(por llamarla de alguna forma) provenía de los equipos de música colocados en
los maleteros de los coches. Las canciones se entremezclaban de un vehículo a
otro, provocando un caos sonoro que la chica no entendía cómo podían aguantar
los allí presentes. Las pintas de la gente reunida en aquel lugar era la
esperada: muy similar a la de Raúl. Ese tipo de gente que, si te cruzases por
la calle, te cambiarías de acera. La multitud bebía, apoyada en los coches, en
las motos o haciendo algo parecido a bailar. También había grupos en mesas de
camping apostando a juegos de mesa. Otros, habían sacado de paseo a sus
“animalitos”: pitbulls, bull terriers, stafforshires, dogos argentinos, bulldogs…
Las razas de perros más peligrosas se habían reunido allí. Sí, Tyson quizá no
fuese un chihuahua, pero en sus ojos no brillaba el ansia de matar que había en
los de aquellos animales, atados con firmes cadenas de metal. Se estremeció
sólo de pensar lo que podía ocurrir si alguno se escapase…
Sacudió la cabeza y se centró en su objetivo: encontrar a
Raúl. Barrió la zona con la mirada. Era demasiado extensa y había muchas
personas como para localizarle sin adentrarse más. Se abrochó un poco más la
chaqueta de cuero marrón y comenzó a andar. Miraba los rostros de los chicos
fugazmente, para no llamar su atención, pero no encontraba el que buscaba.
Estaba empezando a ponerse nerviosa cuando un pesado brazo se dejó caer sobre
sus hombros.
- Ey, guapa. ¿Qué haces por aquí tan solita? – Era un hombre
algo mayor que la mayoría de los que estaban allí. Quizá rondara los 30,
corpulento y con una cerveza casi acabada en la mano que, por el gesto
bobalicón que presentaba, no debía de ser la primera. Carol se sacudió el brazo
de encima con brusquedad y siguió andando.
- ¿No deberías ser más simpática con mi amigo? – Esta vez
era un muchacho más joven el que se interponía en su camino. Vestía un chándal
desgastado con una mala imitación del logotipo de Adidas. La chica intentó
bordearle, pero ambos se lo impidieron. Al grupo se unió otro tercer
acompañante, con un vaso de algo que parecía whisky en la mano. Carolina estaba
empezando a asustarse y, sin darse cuenta, su boca fue más rápida que su mente.
- ¿Te vas a quitar de en medio o piensas seguir molestando
mucho más rato? – Se mordió el labio nada más terminar de hablar. Un “debería
haberme callado” se repetía en su mente al ver las expresiones divertidas de
los tres tipos.
- Ay, qué boquita. ¿No sabes que las niñas buenas no deben
venir a sitios como estos tan solitas? Nosotros sólo queremos hacerte compañía…
- Caro recorrió el lugar con la mirada, a punto de entrar en pánico, cuando se
dio cuenta de que estaba rodeada por aquellos tres desconocidos.
Raúl estaba apoyado en su Kawasaki Ninja, viendo divertido
cómo el Mani y su novia discutían.
- ¡Jessi, tía, no me ralles!
- Todo el día me tienes aquí metida o dando tumbos en la
moto. ¿Y ahora quieres que me tire toda la tarde de un sábado viendo fútbol? ¡Me
tienes harta!
- Pero si el fútbol es cultura… Mira que yo lo hago por ti.
¿A que sí, Tole? – El chico miró a Raúl, que levantó ambas manos en gesto de
rendición.
- Nunca te metas en peleas donde participen mujeres. Siempre
salen ganando y tú, escaldado.
- ¡Calzonazos! – Estaban compartiendo risas cuando vio a una
chica rubia de espaldas caminar con la cabeza agachada. “Buen culo”, pensó. Pudo
ver cómo la muchacha en cuestión también llamaba la atención de un grupo de
tres tíos. Los conocía: eran unos babosos que tenían las manos largas cuando
llevaban un par de copas en el cuerpo. Observó cómo se dirigían hacia ella y
ésta intentaba quitárselos de encima, aunque sólo consiguió que la rodearan. Raúl
no solía meterse en problemas ajenos, pero ese tipo de cosas le molestaban. La
rubia movió la cabeza hacia los lados, en busca de ayuda, y entonces pudo ver
su rostro. Saltó como un resorte al reconocerla y, antes de pensarlo siquiera,
estaba caminando en su dirección, mientras Óscar le llamaba a su espalda sin
resultado.
- Venga, que te acompañamos a casa. No vaya a ser que te
pase algo por el camino.
- Dejadme en paz… - Carol se horrorizó al escuchar cómo le fallaba
la voz, y los otros también debieron notarlo, pues se aproximaron a ella. Uno
incluso la tomó por la muñeca con muy poco tacto.
- No te hagas la difícil, que todos sabemos lo que viene
buscando una tía sola a este sitio. – Carolina se revolvió y estaba a punto de
gritar en busca de auxilio cuando otra mano, aparecida de la nada, soltó el
agarre del desconocido.
- Es una pena que lo que viniera buscando es a mí. – Una oleada
de alivio inundó a Carolina al reconocer la voz de Raúl. Se giró para mirarle y
éste le pasó una mano por la cintura, alejándola de los demás tipos.
- ¿Estás seguro de que viene buscándote a ti? – Tanto el
tono de voz como los ojos del hombre más mayor estaban cargadas de peligro y
ganas de pelea. Había dejado caer la lata al suelo, mientras mantenía la mirada
con Raúl. Éste ya estaba colocando a Caro tras él cuando el chico de la noche
de la fiesta, al que Raúl había llamado “el Mani”, apareció al lado de la muchacha.
- Yo creo que sí que lo estaba buscando a él. ¿Quieres que llame
a más gente para que vengan a confirmártelo o mejor dejamos que nos creas sólo
a nosotros? Porque, si no, se va a alargar la cosa, puedes tenerlo claro… -
Todos entendieron el mensaje subliminal de sus palabras. Raúl y el hombre
seguían mirándose casi sin parpadear. Uno de los otros dos pareció considerar
suficientemente seria la amenaza de el Mani, pues colocó una mano en el hombro
de su compañero y tiró de él hacia atrás.
- Déjalo. Vámonos, si sólo es una guarrilla más… - Esta vez
fue el Mani quien tuvo que contener a Raúl para que no les alcanzase mientras
se alejaban.
- Tole, déjalos, que están borrachos. No saben ni lo que
dicen. Es mejor no liarla, que hay señoritas delante.
Carol se había quedado en un segundo plano, apretándose
fuerte las manos para evitar que le temblasen. Raúl la miró, hecho una furia.
- Y tú, ¿qué coño haces aquí? – Carol estaba segura de que
iba a decirle algo más, pero debió encontrar demasiado miedo en su cara como
para seguir. La cogió por el brazo y casi la arrastró. – Nos vamos a casa.
Carolina no protestó mientras la hacía subir a la moto y
colocarse el casco. Se dio cuenta de que él no tenía otro cuando estaba
dispuesto a arrancar la Kawasaki.
- Ponte tú el casco, yo…
- Ponte el casco. – En su tono no cabía discusión. La chica
se abrochó el casco y se agarró a él, mientras la moto rugía entre sus piernas
y echaba a correr, como un animal salvaje al que han liberado de su prisión.
Jessi y Óscar los vieron alejarse.
- Oye, cari. ¿No decías que el Tole no montaba a ninguna tía
en la Ninja? – Óscar seguía con la mirada fija en la moto, que era ya sólo un
punto apenas visible en la lejanía.
- Sí. Yo también estoy flipando, es la primera tía a la que
he visto que lleve en la moto… - Óscar sólo pudo pensar en que el motivo del
cambio no podía ser otro que el hecho de que esa chica no era una más… Y no
sabía si eso era bueno o muy, muy malo.
Isa
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